El último escalón previo al campo de juego del estadio Luigi Ferraris, donde enfrentaría a una Sampdoria que coronaría aquel 1991 de malas noticias, desató el presagio funesto de Diego. "Cuando llegué, me recibieron 85.000 personas. Cuando me fui, estaba completamente solo", dijo un tiempo después de aquellos inolvidables siete años en el sur italiano. Apenas unas horas más tarde, un positivo de cocaína y una dura sanción ponían fin a la aventura de Maradona en tierras italianas. Ayer se cumplieron 29 años de aquel 24 de marzo.
Diego Maradona llegó a Nápoles en 1984, cuando el equipo peleaba el descenso. Su llegada provocó una revolución en la región de Campania, donde se desató una fiebre que aún perdura. En esa ciudad no hay esquina sin ermita a Diego. A San Diego. Al Dios Diego. "Amor, con amor se paga", repite Massimo Vignati, propietario del museo más representativo de la ciudad sobre el "10", a la hora de hablar del intercambio entre los "tifosi di calcio" y el astro.
El primer grito de rebelión de un sur pobre contra norte rico llegaría dos temporadas después, con Pelusa como gran figura. Casi de inmediato, las calles de la ciudad se llenaron de aficionados, desatando un festejo que se extendería por varias jornadas, elevando a Diego a la categoría de inmortal.
"La storia ha voluto una data: 10 maggio 1987", podía leerse en una bandera ubicada en la Curva B del San Paolo. La historia quiso una fecha, se traducía. Y el pueblo napolitano buscaba un ídolo.
La Coppa Italia, aquella misma temporada, fue el anuncio de los años dorados para Nápoli, que no pudo repetir en la siguiente temporada, donde finalizó subcampeón, aunque volvió a ganar el scudetto 89/90, además una copa de la UEFA y una Supercopa italiana.
El norte italiano ofrecía su historia de amor en Verona, con la exquisita obra de William Shakesperare, Romeo y Julieta; y el sur le enrostraba la suya, tan llena de marginalidad y olvido, entre Maradona y los hinchas “partenopeos” (Parténope es el nombre de la primera fundación de Nápoles).
Aquel 1990 fue el broche de oro y el inicio de la caída napolitana. El Mundial de Fútbol celebrado en aquel país rompió el amor entre Diego y los italianos.
La eliminación de la selección "azzurra" a manos de Argentina, con un memorable gol de Claudio Caniggia y una definición por penales donde el "10" anotó el suyo, quebraron el contrato de incondicionalidad y el "hijos de pu..." lanzado por Diego a los hinchas locales, cuando sonaba el himno argentino, previo a la final ante Alemania (derrota 1-0) declaró la guerra: todos contra el "10". Menos el sur, claro.
A su regreso, el equipo no pudo repetir los años anteriores y un control antidoping, una semana antes, decretaría el final de la historia. El último partido fue el 24 de marzo de 1991, en Génova, en el noroeste italiano; ese que nunca le perdonó su rebeldía y su puño en alto para provocar una revolución. Fue derrota 4-1 ante Sampdoria, donde Diego marcó el único gol de su equipo, de penal.
Un tiempo después, la justicia italiana apuntaría al laboratorio que se encargó del análisis de las pruebas de orina de Maradona y le abriría una causa. ¿El motivo? Las múltiples denuncias por irregularidades en esos análisis. Incluso, durante la investigación, varios empleados declararon que los frascos de control antidopaje eran fraguados. Mientras, Diego iniciaba una sanción de quince meses que lo llevaría a un espiral de locuras y desórdenes. Pero eso, eso es otra historia.
La verdad de su salida del Barcelona
En mayo de 1984 Diego Armando Maradona ya no era feliz en el Barcelona. Tras dos años en los que no había querido escuchar ninguna oferta se sentía traicionado por la junta directiva del club azulgrana, a la que César Menotti, el entrenador, había amenazado con no renovar si antes no se desprendía de Pelusa. Fue entonces cuando llegó la propuesta del Napoli, no para hacerse con los servicios de Maradona, sino para plantear un partido amistoso en Nápoles. Con Maradona, por supuesto, aunque la idea era que jugara en el San Paolo con la casaca azulgrana. La historia fue muy distinta.
"El Barcelona estuvo de acuerdo en disputar ese partido" recuerda Corrado Ferlaino, presidente del club partenopeo desde 1969. "Preguntamos entonces si Maradona iba a venir y nos dijeron que no, que estaba enfermo". Ferlaino levantó el teléfono y se puso en contacto con el agente del jugador y Jorge Cyterszpiller negó rotundamente que Maradona estuviera lesionado. "Me dijo que si no jugaba era, más bien, porque estaba enfadado con la directiva del Barcelona". El ingeniere lo tuvo claro desde el primer momento. Si Diego no estaba contento en el Camp Nou y nadie lo sabía todavía quizá había una oportunidad de ficharle. Si Maradona logró irse al Nápoli fue porque quiso, aunque descubriera más tarde que el equipo había peleado por la permanencia en la temporada que justo acababa.
"Hasta el último momento no tuvimos nada claro de que se fuera a cerrar, incluso el mismo día que lo cerramos tuvimos que estar hasta la madrugada después de que nos llamara el Barcelona para decirnos que ya no querían traspasar a Maradona, pero al final lo logramos" previo pago de mil trescientos millones de pesetas, unos ocho millones de euros al cambio actual, lo cual suponía una cifra récord en el mundo del fútbol. Era el día 29 de junio de 1984, una fecha que ha pasado a ser histórica en Nápoles. Allí empezó la era más gloriosa de su historia de su historia, que se alargó hasta 1992, cuando el pibe de oro se marchó al Sevilla.