Diego Armando Castro y Fidel Maradona

La amistad entre el líder cubano y el astro del fútbol creció hasta afirmarse como tal. Una relación de admiración mutua y complementación.

Diego Armando Castro y Fidel Maradona

Fue en junio de 2010, en Sudáfrica, mientras el seleccionado argentino de fútbol se entrenaba con vistas a su debut en la Copa del Mundo frente a Nigeria. Apenas completada la sesión en el Centro de Alto Rendimiento Deportivo de la Universidad de Pretoria, Diego Maradona dejó de lado el protocolo y se fue del predio fumando un habano. En su caminata rumbo a los vestuarios, las consultas a viva voz de la prensa surgieron con naturalidad. "Me lo regaló Fidel, me mandó una caja", dijo el por entonces entrenador de la Selección. No fue necesario preguntarle por el apellido de quien le envió el presente.

La relación de amistad entre los dos llevaba una década y de tanta familiaridad mutua se había transformado en un hecho común. Estos dos íconos del siglo XX, devenidos en leyenda, llegaron a forjar un vínculo de apego indestructible.

El primer contacto fue de tono protocolar, en 1987, tras una visita a Cuba del futbolista, quien portaba consigo la gloria del Mundial 1986. Si bien en la isla el fútbol no tiene el arraigo que sí cuenta en suelo sudamericano - similar al mexicano y a un puñado de países centroamericanos - lo cierto es que la dimensión de Maradona tras su paso exitoso por México lo había consolidado como un referente que excedía lo meramente deportivo hasta transformarlo en sociocultural. Y más después de sendos goles a los ingleses, cuya impronta - hoy a tres décadas - sigue siendo objeto de estudio desde miradas que sobre todo hacen anclaje en el punto de vista sociológico.

Tres años después, ya en 2000, Diego había sufrido su enésima recaída en su adicción a las drogas y los centros de recuperación en la Argentina le cerraban las puertas con eufemismos propios del protocolo. A Estados Unidos no podía ingresar porque se le negaba la visa. Enterado del hecho, Fidel Castro le abrió el acceso a Cuba y él mismo se encargó de recibir a Maradona, quien viajara acompañado por Claudia Villafañe - aún vivían juntos - y su representante, Guillermo Cóppola. También se sumó el médico Alfredo Cahe. Alojado en la clínica especializada 'La Pedrera', el Diez tuvo una recuperación a la altura de las circunstancias.

Diego nunca se olvidó del gesto de Fidel. Es más, incorporó al líder revolucionario definitivamente a la galería de sus afectos más cercanos. La barrera de la diplomacia duró milésimas de segundos en destruirse. El trato fue coloquial, con anécdotas compartidas en charlas hasta la madrugada. La empatía entre las partes fue inmediata. Y las bromas solían tomar el centro de la escena: 'Yo estoy mejor que en ese tatuaje...¿Qué hiciste, loco?', le dijo Castro - risueñamente - cuando Maradona le mostró el dibujo grabado en la pierna. 'Me llamaba a las 2 de las mañana para hablar, mojito en mano, sobre los estadounidenses', recordaba el astro futbolístico.

Fidel supo interpretar los valores que se desprenden del deporte para adaptarlos a la vida común. De hecho, fue un deportista nato. Al béisbol, una disciplina masiva entre los cubanos, le demostró una pasión absoluta y también supo interesarse por el boxeo, la natación, el ajedrez y el tenis de mesa. Sin embargo, halló en la práctica futbolística un punto de encuentro con su propia filosofía de vida. "El fútbol me produjo placer, me ayudó a tener voluntad y a ejercer mi capacidad de resistencia y espíritu de lucha", dijo en su momento. No era de extrañar, entonces, que la dimensión de la figura maradoneana lo cautivara por completo. Y más cuando de las conversaciones mutuas empezaron a aparecer más puntos de contacto que diferencias.

Castro asoció las cualidades deportivas al espíritu formativo de la persona en plenitud. La tenacidad, el esfuerzo y el compromiso estaban ligados a su concepción de cómo podía nutrirse la personalidad del ser humano. Y comulgaba con la idea de que ese poder simbólico mantenía una relación cuasi simétrica con la manera en que era investido el héroe deportivo en la Antigua Grecia.

Como colectivo social, el olimpismo fue el espacio hacia donde apuntó claramente una política de Estado para fortalecer la preparación de los representantes cubanos a los juegos olímpicos. Y los logros no tardaron en llegar: más de doscientas medallas cosechadas en la máxima cita olímpica fueron una prueba de la gestión, con un pico máximo de productividad en Barcelona 1992 tras un quinto puesto histórico entre las grandes potencias del mundo.

Los hechos deportivos se transformaron en el siglo pasado en depositarios de las expectativas a corto, mediano y largo plazo del habitante común. Y tienen adosadas las características del par antagónico triunfo/derrota, el cual está vinculado al par éxito/fracaso.

De ahí que la resultante del hecho toma una fuerte connotación simbólica a raíz de tal expresión mediatizada. De hecho, la estrella deportiva queda ligada a su destino como Sísifo a la piedra: su condena eterna es llegar a la cumbre, luego resbalar en caída hacia el pozo y después retomar la meta convencido de que no habrá descanso posible ni siquiera cuando la muerte lo alcance; allí aguarda el territorio del mito y de la leyenda.

Inclusive Ernesto Guevara también había sido practicante de un deporte, en este caso del rugby. Otro tatuaje en el cuerpo de Maradona - un brazo - recuerda al Che.

Diego fue, es y será presa permanente de esta dicotomía. Su incontinencia verbal lo ubica en el plano de lo políticamente incorrecto. Y su dimensión mantiene su carácter de escala planetaria. Una prueba es ahora, en Zagreb, donde se define la Copa Davis. Una multitud esperó su salida del estadio para intentar una selfie o la caza de un autógrafo; los demandantes - en su gran mayoría - eran croatas. La escena podría repetirse en cualquier parte del mundo a toda hora y lugar. No importa la causa; sí, que esté Maradona.

Fidel sostenía con Diego un intercambio de cartas en las cuales solían cruzarse expresiones cargadas de admiración mutua. En 2014, por ejemplo, el héroe de la revolución cubana le envió una misiva en la cual se destaca un párrafo referencial: "Admiro tu conducta por numerosas razones. Tuve el privilegio de conocerte cuando triunfaron las ideas más justas de nuestro pueblo y ningún poder pudo aplastarlas. Nada estrechó tanto nuestras relaciones como latinoamericanos. Tu has vencido las pruebas más difíciles como atleta y joven de origen humilde.

Apenas iniciado el año siguiente, la respuesta de Maradona fue en la misma dirección que el texto recibido. Y en su consideración más apreciada, señala: "Si algo he aprendido contigo a lo largo de años de sincera y hermosa amistad, es que la lealtad no tiene precio, que un amigo vale más que todo el oro del mundo, y que las ideas no se negocian". Toda una declaración de principios en tono admirativo y amigable, como si la barrera de las distancias hubiesen estado deshechas.

El modo y la frecuencia con la cual interactuaron sendos amigos implicó una transferencia permanente entre los dos de ideas, pensamientos y actitudes. Hasta parecieron - permítase la metáfora - haberse intercambiados los nombres y sus respectivos apellidos como si se tratase de Diego Armando Castro y Fidel Maradona. "El golpe más duro desde la muerte de mi viejo" expresó el crack cuando conoció el desenlace fatal.

"Para mí Fidel es fue y será eterno. El único, el más grande. Me duele el corazón porque el mundo pierde el más sabio de todos. Lo bueno es que se va a juntar con el Che y nos van a mostrar el camino desde el cielo", comentó Diego - visiblemente conmovido - al mismo tiempo de haber asegurado que se trasladará hacia Cuba para darle la despedida final a quien llamó "consejero", "confidente" y "Comandante amigo".

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