El furor de la lluvia hizo trastabillar las columnas de una política volátil como nunca. La tragedia y sus casi 60 muertos socavaron la estabilidad de los tres principales líderes argentinos: Cristina Kirchner, Daniel Scioli y Mauricio Macri. Muerte y devastación.
Un Estado distraído. Reflejos dramáticamente lentos. El fenómeno brutal de la naturaleza no encontró contención ni reparo. Es demasiado temprano, sin embargo, para pronosticar el destino de esos líderes políticos. Casi todas las agencias de encuestas frenaron sus mediciones durante los días pasados. ¿Para qué pedirle una opinión a la sociedad cuando las heridas están todavía abiertas? ¿Esa opinión será definitiva o pasajera? Nadie puede contestar esta pregunta.
Existen, sí, algunas conclusiones respaldadas en la historia electoral de esos dirigentes. Y en sus formas de actuar frente a la novedad. Cristina Kirchner, por ejemplo, se enfrentó con la irritación de personas golpeadas por la muerte y la catástrofe. Es probable que haya sido crítica luego con la imagen que ella misma dio: la de una mujer insegura y la de una presidenta refutada en su propia cara. También demostró, con todo, que tiene una dosis de audacia incomparable. La mayoría de sus opositores calló o desapareció.
Cualquier manual de comunicación social le hubiera aconsejado que se solidarizara a la distancia. No se debe discutir con las víctimas. Es difícil consolar a los que están buscando un culpable. Cristina enterró los libros y se dejó llevar por su instinto político y de poder.
Es cierto que la audacia careció de prolijidad. La Presidenta fue a contarles a los inundados cómo es una inundación. O cómo eran hace casi 50 años, cuando su casa quedó bajo las aguas. Pero ésa es también Cristina en estado puro. Su única referencia es ella misma.
Es probable que tanta desolación termine empujando hacia abajo las próximas mediciones sobre la imagen presidencial. Cristina lo presiente; dedicó el discurso del viernes a mejorar esa perspectiva. Daniel Scioli la acompañará en la declinación, leve o severa. Es el destino de Scioli: pertenecer a la misma galaxia que su presidenta y enemiga.
Cristina es inmodificable: siguió siendo una adversaria en el peor momento de la tragedia. Se reunió con Scioli en La Plata, fría, distante, calculadora. Pero Scioli baja y sube junto con ella. Se había despegado el año pasado, luego de la guerra por el medio aguinaldo. Unos diez puntos separaban a Scioli de Cristina, a favor del gobernador. Últimamente la tendencia cambió. Scioli descendió y Cristina creció un poco. Ya estaban a cinco puntos, con ventaja del gobernador.
El dato que mejor cuenta esa relación inseparable ante la opinión pública son las encuestas sobre el futuro. Scioli es el mejor candidato a presidente, cuando entre los encuestados no figura Cristina. Si ella es medida, Scioli cae muy abajo. Un amplio sector de la sociedad los observa como socios, no como competidores.
Ese es el argumento de Scioli para no romper definitivamente con la Presidenta, aunque también influye su natural rechazo al escándalo. Scioli también puso el cuerpo un día después entre las víctimas de la inundación. Le fue peor que a Cristina. Aquellos manuales tienen razón. Las víctimas necesitan de un culpable, no de un consuelo.
Macri venía con una creciente imagen negativa, pero era percibido por la sociedad como el mejor político opositor. La imagen negativa se la atribuyen a la constante descalificación kirchnerista y a la propia gestión sobre una ciudad ingobernable. Macri sufrirá con las próximas encuestas también, aunque nadie está en condiciones de arrebatarle el lugar de líder de la oferta opositora.
Macri siguió al pie de la letra las lecciones de los manuales. No se mezcló con el dolor y la muerte. Se solidarizó a la distancia. Mandó luego 400 funcionarios a golpear la puerta de los afectados. Dicen que sólo un 10% de los vecinos inundados se enojó con los funcionarios macristas.
En el fondo, Macri es un gran favorecido por el rencor cristinista. Como lo fue Scioli en su momento y podría volver a serlo. El odio del cristinismo los convierte en víctimas ante la sociedad. La grosera campaña contra Macri en la Capital duró hasta cuando ya se sabía que en La Plata había más de 30 muertos.
Un canal de noticias recientemente adquirido por un kirchnerista de vieja cepa pasaba sólo una fotografía de Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gabinete de Macri, llegando a Ezeiza de sus vacaciones. La Plata era ya un paisaje de desolación y estragos. Flotaban los muertos. La obsesión del cristinismo miraba sólo a la Capital; la Presidenta habló más de Villa Mitre que de La Plata.
Todos ellos han cometido errores. La Presidenta ha sido mezquina con la distribución de los recursos nacionales. Con la mitad del dinero que costó Tecnópolis podrían haberse terminado los entubamientos de los arroyos Maldonado y Vega.
Scioli tendría una vida más holgada como gobernador si fuera para su provincia, históricamente relegada en el reparto de la coparticipación federal, algo del monumental dinero que va a parar a manos de los camporistas de Aerolíneas Argentinas o al demagógico Fútbol para Todos.
Scioli podría haber averiguado más sobre la gestión, aparentemente mala, del intendente de La Plata, Pablo Bruera. Macri pudo beneficiar la inversión en infraestructura sobre las obras de rediseño de la ciudad. El Estado debe ser redefinido; ya lleva demasiado tiempo capturando dinero de la sociedad que luego se vuelca en vanas osadías políticas. Ha perdido hasta la capacidad de reacción. La solidaridad social fue más rápida y eficiente.
Salvo con Macri, la tregua con el resto duró unos días. El cristinismo tiene tres objetivos en su campo de batalla. No los cambiará. Se propuso terminar con los medios periodísticos independientes, con la actual Corte Suprema de Justicia y con Scioli y Macri.
El periodismo independiente puede cometer errores -cómo no-, pero no está al servicio de una causa política. La Corte es todavía el último refugio de la libertad. Macri y Scioli son los candidatos para el relevo de Cristina. Ellos hacen innecesario el proyecto de re-reelección, vacían el discurso que describe a una Cristina indispensable.
El problema de los opositores es que el cristinismo avanza en medio de una política vertiginosa y zigzagueante; los opositores dudan, vacilan. Hay un papel circulando con diez ideas básicas sobre el país. Los llaman “los diez mandamientos”. No dicen nada nuevo, aunque los viejos principios ya son aquí una revelación. Inserción del país en el mundo, un modelo de economía homologable, independencia de la Justicia, libertad de prensa. Roberto Lavagna escribió parte del texto, Macri hizo su aporte. La situación se complica cuando el asunto llega al peronismo no kirchnerista.
Ese peronismo, que alguna vez fue duhaldista, quiere reinventarse con figuras como José Manuel de la Sota, Francisco de Narváez y el propio Lavagna. El grueso de ese peronismo prefiere la estrategia de Daniel Peralta en Santa Cruz: vencer al cristinismo y luego ganarle la estructura del peronismo.
Macri quiere otra cosa: una amplia alianza no kirchnerista, respaldada en aquellos principios básicos, juramentada a perseverar en la unión más allá de la suerte electoral de octubre. Sin candidatos presidenciales preestablecidos, propone Macri. De la Sota eligió por ahora no traicionar a su viejo amor: el peronismo. Lavagna hace de árbitro entre los dos sectores. Muchos peronistas intuyen que hay un límite imposible que los separa de Macri.
Scioli es el único que está cerca de todos. Es su estilo. Ni siquiera está lejos de Cristina, con quien posiblemente aguardará su destino de gloria o de ruina.