Días de educación para pocos

¿Cómo se educaban a los chicos en los tiempos de la colonia y en los primeros años de la república? Una aldea con pocas aulas.

Días de educación para pocos

Hoy por distintos motivos  la educación pública está transitando por un grave problema en nuestra provincia y también en todo el país. Con justa razón, los docentes a través de su sindicato reclaman una mejora salarial ante el Estado.

La escuela pública, fue desde hace más de 130 años la prioridad para muchos gobiernos quienes a través de la ley 1420 fue la piedra basal del sistema educativo nacional. La misma tenía como principales fundamento la gratuidad y obligatoriedad de los niños a la educación, además de ser laica.

Antes, la educación era para unas pocas familias acomodadas quienes podían obtener, inclusive, un título universitario. Veamos cómo se educaban en tiempo de la colonia en nuestra provincia.

La aldea y los cuadernos

A principios del siglo XVII, Mendoza era una pequeña aldea con una extensión de pocas cuadras. Existían a su alrededor grandes huertas y solares. Había unas 32 casas de adobe con techos de paja y solamente dos de ellas tenían tejas. Funcionaban tres conventos: Santo Domingo, Compañía de María y de la Merced. En cuanto a su población, no superaba los cien vecinos. Con el correr de los años el pequeño poblado fue creciendo y se estableció un colegio.

A pesar de las penurias de esos tiempos, los mendocinos tuvieron la oportunidad de recibir instrucción y educación elemental, media y superior sin necesidad de trasladarse a Córdoba o a Chile.

En 1616, se fundó el colegio de los Jesuitas y cuatro profesores ocuparon el edificio para enseñar las primeras letras a niños y jóvenes. En varias ocasiones, las clases fueron suspendidas por meses, cuando una gran inundación muy frecuentes en aquellos días -afectó el edificio.

Éste fue reconstruido reconstruido después de un tiempo y se reanudaron las actividades educativas. Eran muy pocos los que estudiaban y generalmente la clase privilegiada era la que tenía acceso a la educación. El edificio escolar estaba en la manzana en donde actualmente se encuentran las ruinas de San Francisco, frente a la plaza Pedro del Castillo.

Los jesuitas educadores

El colegio de los Jesuitas impartió la enseñanza de la lectura, escritura, gramática y aritmética,  durante muchos años. Luego de la expulsión de esta orden religiosa, el colegio quedó clausurado. Dos años después de la creación del Virreinato del Río de la Plata y la anexión de Cuyo al mismo, en las instalaciones del colegio de los ex-jesuitas, se dictaron cursos de enseñanza de primeras letras, de gramática y de filosofía. Las clases estaban a cargo del sacerdote mendocino Domingo García, quien era el director.

Muchos años estuvo en aquel establecimiento y, cuando murió, en su testamento dejó una de sus propiedades para construir una escuela. A partir de 1798, los Franciscanos se hicieron oficialmente cargo del colegio.

En aquella época, otro colegio fue establecido por los betlemitas del hospital San Antonio y también en San Vicente (hoy Godoy Cruz). Éste fue atendido por un sacerdote mendocino, Don Diego Lemos, quien ejerció en 1805 y mantuvo la escuela de primeras letras. Más tarde fue profesor del colegio de la Santísima Trinidad.

El presbítero José Martínez estableció en Mendoza, en 1806, una clase de latinidad y al año siguiente, abrió nuevos cursos.

En 1807, Francisco Javier Morales estableció una escuela, a cuyo recuerdo y acción dedicó en una de sus páginas el historiador Damián Hudson, en su libro escrito a fines del siglo XIX. Este colegio mantuvo su renombre hasta 1827.

Mujeres condicionadas

Por aquellos tiempos, la mujer era injustamente marginada en la sociedad y, por supuesto, la educación no era una excepción. Solamente las hijas de los habitantes más destacados realizaban estudios básicos. El colegio de la Companía de María, hoy situado en calle San Martín al final de la Alameda, fue el primer establecimiento en Cuyo, dedicado a la enseñanza femenina.

Su creación derivó de una disposición testamentaria de doña Juana Josefa de Torres y Salguero, viuda del general Bartolomé de Ugalde, quien realizó la fundación del monasterio de la Buena Esperanza, tras numerosas diligencias. El virrey Juan José Vértiz y Salcedo autorizó la construcción del edificio del monasterio y colegio, inaugurado a principios del siglo XIX. Se habilitó una sección dedicada a las hijas de familias distinguidas y además un departamento para la enseñanza de esclavas y otro para adultas.
 
En aquel colegio las distinguidas jóvenes tenían, como hemos dicho, la educación básica. Además se dedicaban a las artes aplicadas, tales como bordado o la costura. Muchas de estas alumnas y hermanas colaboraron, en 1816, en la confección de trajes para los oficiales del Ejército de los Andes, a pedido del gobernador Toribio Luzuriaga. También existen pruebas de que las alumnas de este establecimiento bordaron la Bandera de los Andes.

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