Algunos ven a los filósofos sentados en su Olimpo, pero también se podría pensar que viven hurgueteando el infierno de la condición humana. Cada cierto tiempo algún nuevo filósofo, amparado en la tradición de Platón o Kant, recibe el guiño de lo que ocurre en nuestro mundo cotidiano, en especial el mundo que se ha llenado de digitalidades.
Es el caso de Byung-Chul Han, según muchos autores, una de las inteligencias filosóficas más innovadoras que ha surgido en Alemania recientemente, en especial por su libro best seller que indicaría que la sociedad occidental, de la que somos parte, está sufriendo un silencioso cambio de tendencia, algunos dirían paradigma: el exceso de positividad está conduciendo a una sociedad del cansancio.
Esta hipótesis, al leerla, no es tan fácil digerirla. Por tanto, requiere una detallada reflexión. El exceso de positividad se encuentra, por ejemplo, en la profusión de información y de estímulos, perdiéndose la forma contemplativa de la atención que por fuerza se dispersa.
Gradualmente se exige una híper-atención: el smartphone requiere de nuestra atención mientras comemos, pero tampoco admitimos el aburrimiento, aquel aburrimiento profundo que sería fuente de la creación y del pensamiento al que aludía Walter Benjamin y que cita Han: “Quien se aburra al caminar y no tolere el hastío deambulará inquieto y agitado, o andará detrás de una u otra actividad”.
A la sociedad disciplinaria foucaultiana, la ha sustituido, en el siglo XXI, la “sociedad del rendimiento”. Sus miembros son “sujetos de rendimiento”, sujetos emprendedores de sí mismos. No hay límite para los sujetos que miran hacia los cuidados que la técnica puede brindarles, es el “yes, we can”. Todos corren detrás de una “perfección” que sabemos que es inalcanzable para el “imperfecto” ser humano. Y esto angustia.
Han señala: “A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad de rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados”.
El filósofo detecta algo que todos sabemos o que quisiéramos ocultar: somos seres lanzados al mundo del exitismo desenfrenado, y a la información desenfrenada. Soltar el celular significaría que tenemos una patología. Lo que ocurre se asume como un hecho natural de la condición humana, esto es, no sería necesario indagarlo, es un hecho de la vida. Así se va optando por la “mera vida” en lugar de la “buena vida”.
En este contexto, el ser humano se explota a sí mismo, se desconecta físicamente de los demás, en un propio afán desmesurado de competencia, de éxito, vivido como "realización personal", incluso hasta el colapso, de sí, y a menudo de su entorno familiar.
De allí derivaría el “cansancio”, síntoma de esta época en el que el otro solamente es visto como un “competidor” más, el “enemigo próximo”, se instala la trasgresión moral; mi ventaja es tu pérdida.
Esto generaría una realidad de dos caras. Por un lado, el narcisismo; por la otra, la depresión, más aún si se está sumergido en el océano de las olas digitales donde el otro no existe. El “eros” agoniza; el pensamiento declina o desaparece; el cultivo de la amistad, del diálogo socrático, es una pérdida de tiempo; la exigencia de funcionalidad no da espacio para ello.
Sería, según Han, la enfermedad de esta época. En su entender, cada época la tiene. Se trataría de la “enfermedad neuronal”: el estrés, la depresión, el síndrome del quemado, etcétera. Una enfermedad auto-producida, como él dice, infartos por excesos de positividad.
Innovador razonamiento. Cada sociedad crea a su “hombre invisible”. En este caso, es el ser humano que vive en el estrés, que cumple con todo, la mujer, el hombre trabajador, efectivos en todas las dimensiones en las que se despliega. Es la norma moral asumida, a costa del sí mismo.
Según Han, los lindes del propio cuerpo, de la psiquis, de lo moral, son constantemente barridos, corridos por las posibilidades superyoicas del ser activo. El efecto totalizador de la sociedad del trabajo es implacable. Resta hasta el mínimo espacio para concebir la vida más allá del trabajo, fagocita la vida y la existencia. Instala la concepción de un ser humano siempre efectivo y productivo, conectado a la inmediatez por la tecnología, sobre-exigido por la dimensión de urgencia de las posibilidades de saber y acceso a todo sin delimitación concebida, “sin fisura”. Este ser que acumula información a destajo pero que no le permite generar verdad alguna, mientras más datos, más intrincado parece el mundo.
Los peligros que se corren tras este cansancio no sólo incumben al individuo y su salud. También tienen una dimensión social y afectiva: el cansancio aísla y divide. La consideración del otro, o antes que eso, la percepción del otro, así como también la autopercepción, requieren de tiempo.
Han lo afirma de la siguiente manera: “Cada forma es lenta. Cada forma es un rodeo. La economía de la eficiencia y la aceleración la conducen a la desaparición”. La desaparición del cansancio dentro de las posibilidades de la vida es el silencio de algo más que la compresión de sí. Desvanece a las familias, diluye a los amigos, disuelve el amor. “Estos cansancios son violencia, porque destruyen toda comunidad, toda cercanía, incluso el mismo lenguaje”.
En sus libros, Han no propone una solución pero quizás ésta está en la diferencia que plantea sobre cómo vivir contraponiendo “el cansancio elocuente, capaz de mirar y reconciliar, al cansancio sin habla, sin mirada y que separa”. Hay una relación directa entre eros y logos que pasa por descubrir al otro. Sin eso no habría posibilidad de verdad. El eros tiene una relación vital con el pensar. El logos sin eros sería pensamiento puro. Sin eros, el pensamiento pierde la vitalidad y se hace represivo. La falta de relación con el otro es la principal causa de la depresión. Esto se ve agudizado hoy en día por los medios digitales, las redes sociales”. La soledad, la incapacidad para percibir al otro, su desaparición.
Interesante hipótesis que debería invitarnos a refutarla o comprobarla desde nuestra cotidianeidad, en el trabajo, en el hogar, en las aulas, en nuestras interacciones diarias, en la manera como nos miramos y miramos a los demás. La postura de la imagen de Rodin podría ayudarnos.
Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.