La devaluación de la palabra progresismo

Tan arrasado está el campo progresista que, según las encuestas, más de 6 de cada 10 argentinos creen que la vuelta de la colimba sería positiva como forma de combatir la deserción escolar, la delincuencia y el desempleo entre los “ni-ni”. ¿No es pintores

La devaluación de la palabra progresismo

Cuando asumió Néstor Kirchner, en 2003, con un billete de cien usted compraba en el chino, más o menos, 62 litros de leche. Hoy, con el mismo billete, el chino le da 8. Aquel 2003, el billete con la cara de Roca le cargaba 53 litros de nafta súper en YPF.

Once años después, 9. En algo más de una década, Roca pasó de poder comprar 125 kilos de pan, a sólo 7 (a Roca, lo que no pudieron hacerle los indios, se lo hizo la inflación.

Y a la pobre Evita la embalsamaron, pero a su billete, no hubo forma. No hay Pedro Ara que pueda con un 30 por ciento anual).

Sin embargo, la pérdida del valor de la moneda no es lo peor de este ciclo. Lo peor es la frase siguiente: “En 2003, con la palabra progresismo llenabas el changuito de ilusiones. Once años después, estamos discutiendo la vuelta del servicio militar”.

Llegamos al punto: hoy el progresismo es un billete de cien. Ese vasto campo semántico que prometía ser tan fértil, es tierra arrasada. ¿Quién desertificó el “campo progresista”? Los Schoklender, los Milani, el proyecto de ley antipiquete, los Lázaro Báez y, sobre todo, el 25 por ciento de pobreza escondido (cuando quiere, Kicillof baja “el índice”).

Tan arrasado está el campo progresista que, según encuestas encargadas por varios políticos, así como las realizadas por distintos medios de comunicación entre oyentes y foristas, más de 6 de cada 10 creen que la vuelta de la colimba sería positiva como forma de combatir la deserción escolar, la delincuencia y el desempleo entre los “ni-ni”.

¿No es pintoresco? El Gobierno se pasó los últimos cinco años dando “la batalla cultural” y la gente pide salto de rana.

Mientras es cada vez más grande el pedido de seguridad, paradójicamente, hay una “fuerza” que casi no circula más: la policía progre. ¿Qué fuerza es ésa? La poli progre estaba integrada por fanáticos K, que se transformaban en “agentes” y que circulaban con la oreja parada, atentos y vigilantes para sancionar al que no adhiriera en un cien por ciento al modelo.

¿Cuál era la “cachiporra” de la poli progre? La psicopateada. Subidos a la garita de una presunta superioridad ética, se pasaron años intentando golpear con sus bastones a los que cuestionaban a Néstor y Cristina, acusándolos de cipayismo. Pero un día, después de los muertos de Once, de las denuncias de lavado de dinero y de la vuelta al Club de París, la “poli progre” desapareció. Al patrullero moral lo chocó de frente la Ferrari de Leo Fariña.

El 60 por ciento de los argentinos piensa que el servicio militar es una solución. ¿Pero quién propuso este salto (rana) al futuro? El senador “nestorista” Mario Ishii, el ministro de Seguridad bonaerense Alejandro Granados y Julio Cobos, que dijo que “es para atender los problemas de defensa”. Sin embargo, el Gobierno salió a negar de plano la posibilidad de instrumentarlo y hasta Scioli y Macri lo desestimaron. Una duda incómoda: ¿gran parte de la sociedad ya está a la derecha de todos ellos?

¿Cuánto progresismo quedará en pie luego de estos doce años? El próximo presidente deberá pensarlo dos veces antes de pronunciar conceptos como “distribución de la riqueza”, “justicia social” o “reinserción y oportunidades para bajar la delincuencia”.

¿Por qué? Porque ese mantra progresista ya no hipnotiza. La audiometría social revela que la gente, de a poco, empieza a escuchar más con el oído derecho. ¿Y el izquierdo? Se gastó escuchando frases como la de esta semana: “Si él no hubiera descolgado el cuadro de Videla, yo no habría podido colgar el del Che”.

Curiosa distorsión de la autoimagen.

-Espejito, espejito, ¿quién bajó de Sierra Maestra?

-No sé. Yo vi a unos bajar de Sierra Chica.

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