A lo largo del año a punto de finalizar numerosos economistas de prestigio vienen advirtiendo que la deuda pública nacional y provincial crece en forma constante. Señalan que el nivel del endeudamiento es insostenible en el tiempo. Conviene tener en cuenta que no se trata de economistas ubicados del lado de la oposición política sino, por el contrario, de quienes en términos generales comparten la política del gobierno.
Es necesario repetir toda vez que se habla de la deuda pública que ésta es el resultado, la consecuencia, del desequilibrio de las cuentas fiscales. El Estado, en todos sus niveles, gasta mucho más de lo que financia, exprimiendo todo lo que puede, con impuestos y cargas a los contribuyentes. Como resultado incurre en déficits enormes y entonces debe recurrir a pedir prestado para cubrir la diferencia, es decir se endeuda.
También deberíamos tener conciencia de que la deuda pública, es de todos quienes habitamos en este país. No es una deuda abstracta, de nadie, como algunos creen. No es así. Somos nosotros los deudores y, como siempre ha ocurrido, la terminaremos pagando con alguna crisis que nos hará retroceder lo poco que habíamos avanzado.
En relación a las causas y consecuencias del déficit y la deuda, existe una gran coincidencia en las explicaciones de que esa relación es el origen de todas las grandes crisis económicas y políticas desde el siglo XIX hasta ahora. Gastamos lo que no tenemos, nos endeudamos en forma creciente y llega un día en que, por razones externas o internas, no nos prestan más, no podemos pagar. En consecuencia, entramos en el temido default. Déficit fiscal, deuda pública, crisis, son parte sustancial de nuestra historia.
Cabe sí dejar en claro que el gobierno de Cambiemos heredó del kirchnerismo una situación caótica en materia de deuda pública. Un país en default, juicios perdidos y no pagados tanto con los Fondos de Inversión, con organismos como el CIADI, financiamiento del gasto con emisión monetaria, apoderamiento de cuantos fondos hubiese en organismos como Anses, Banco Nación, Banco Central, entre otros. Curiosamente, aquel gobierno no consideraba deuda pública a este saqueo; tampoco contabilizaba como deuda la que estaba en default. A ello hay que agregar los diversos cepos: dólar, exportaciones, importaciones, que creaban una ficción de "desendeudamiento", cuando en realidad ocurría lo contrario.
El gobierno de Cambiemos normalizó, con rapidez y eficiencia, todas estas situaciones irregulares y volvió a poner el país en el mundo del cual lo había alejado la voluntad del gobierno anterior. Blanqueó todas las situaciones ocultas y groseras pero debe decirse que no ha podido, o querido, atacar en forma apreciable el exceso de gasto público. Adoptando una política gradualista optó por financiar el déficit con deuda pública. Este camino también fue seguido por los gobiernos de provincia. Se puso de moda el elegante eufemismo de decir "colocar deuda", decisión de gobierno vista como buena por algunos, pero sigue siendo simplemente endeudarse.
Veamos los números. Según el informe oficial del Ministerio de Finanzas, con la deuda al 31 de agosto del corriente año, la deuda pública total ascendía a 302.000 millones de dólares. A fines de 2015 la deuda era de 254.000 millones de la misma moneda, el crecimiento está a la vista. Como referencia adicional digamos que a fines de 2001 la deuda era de 144.000 millones de dólares, cuando el Congreso Nacional aprobó de pie por aclamación la propuesta del fugaz presidente, Adolfo Rodríguez Saá de no pagarla.
Es también necesario tener en cuenta el tema de los intereses que genera la deuda que siguen siendo altos. El pago de intereses ha pasado a ser el componente más importante del déficit fiscal. Ese monto ha aumentado 79% en los primeros 10 meses de este año. Por caso, todo el ahorro conseguido por la reducción de los subsidios a la energía ha ido al pago de intereses de la deuda. El nudo del problema es el nivel y la composición del gasto público, al cual si no no se lo ataca drásticamente, no hay solución. Aunque se haga maquillaje.