Cualquiera que haya presenciado las movilizaciones de días pasados contra la llegada al país de una nueva misión del Fondo Monetario Internacional (FMI) podría suponer que el Gobierno nacional, y no pocas administraciones provinciales, están muy solos en su intento de lograr un acuerdo que permita diferir los pesados pagos de la deuda externa argentina.
Lo curioso es que las protestas fueron convocadas y lideradas por quienes mantienen una tácita alianza con dichos gobiernos y no pocos funcionarios que hoy ocupan puestos clave en el Ministerio de Desarrollo Social.
Vale decir que discrepan los mismos que cogobiernan, una muestra fehaciente de que ciertos líquidos no se mezclan, por mucho que se intente juntarlos.
Cabe preguntarse si algún funcionario nacional estará en condiciones de explicarles a los visitantes el pensamiento del Gobierno nacional y de los gobernadores que requieren una urgente normalización de sus cuentas públicas desbaratadas por el gasto descontrolado, en el marco de un país casi en cesación de pagos y paralizado a la espera de que alguien enuncie algo parecido a un plan.
Pero mucho más arduo sería explicarles ese raro fenómeno argentino de un gobierno que se combate a sí mismo, reiterando un internismo indisimulado, que en el pasado puso al país de rodillas, mientras voceros de distintas vertientes se empeñan en dinamitar cualquier posible acuerdo antes de que este sea siquiera enunciado.
Es otra vez la Argentina incorregible, la misma de la fábula del escorpión y la rana y la inútil explicación del primero cuando alega: “es mi naturaleza”.
Lo malo es que el mundo ya lo sabe y las palmadas alentadoras que algunos líderes europeos puedan dispensar al respecto son puro gesto de cortesía.
Las protestas mostraron, una vez más, las consecuencias descarnadas de la vieja teoría de que primero hay que juntarse para llegar al poder… y luego se verá.
Pero sucede que, en momentos en que debería darse alguna señal de solidez, seriedad y coherencia, lo que trasciende es la versión de una malhadada estudiantina que baila en la cubierta de un barco a punto de naufragar.
Suponer, como muchos lo hacen, que al final Argentina saldrá una vez más a flote porque a nadie le conviene que se hunda es no entender que el mundo también se cansa y tiene sus propios problemas.
Y seguir haciendo gala de la bipolaridad que nos caracteriza, mientras nos empeñamos en repetir todo lo que en el pasado hicimos mal, vuelve a condenarnos a los arrabales de la historia, por mucho que se empeñen los funcionarios de Gobierno en marchar en contra de su propio gobierno.
Y eso no sólo ocurre con las protestas callejeras, puesto que mientras el presidente de la Nación intenta negociar con el organismo financiero internacional mayores plazos para la deuda y otras ventajas que con el apoyo de otros países, y de la propia oposición oficial, se pueden obtener, es desde la misma vicepresidencia de la Nación donde salen voces combativas contra el FMI exigiendo quitas imposibles, como que si desde una misma gestión de gobierno se dispararan públicamente visiones absolutamente contradictorias acerca de lo que se debe hacer con nuestra deuda externa. Pese a ello el FMI ha mostrado la semana pasada verdadera voluntad de apoyar al gobierno argentino para que los acreedores privados sean contemplativos con un país que no puede pagar su deuda en las condiciones actuales.
Sin embargo, es muy difícil concretar cualquier negociación de alto rango si quienes la están haciendo en nombre del gobierno argentino no se ponen primero de acuerdo entre sí.