La ex presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, fue recientemente condecorada en Quito, Ecuador, con la medalla Manuela Sanz, conocida en ese país como la “Libertadora del Libertador” Simón Bolívar, de manos de la presidenta de la Asamblea Nacional, Gabriela Rivadeneira.
La ex primera mandataria está en todo su derecho de recibir distinciones por el alto cargo que ocupó y hasta de destacar lo que para ella fueron las virtudes de su gestión. Lo que no puede hacer es aprovechar los micrófonos y el momento para mentir, como lo hizo, al referirse a la derrota del kirchnerismo en las últimas elecciones. Con un aspecto no menos preocupante: no existió la más mínima autocrítica ni tampoco reflexionó sobre las decenas de denuncias de corrupción que se multiplican sobre su persona o la de sus ex funcionarios.
En Ecuador, la condecoración se entrega como reconocimiento de la Asamblea Nacional a las jefas y ex jefas de Estado, presidentas y ex presidentas de Parlamentos, por su liderazgo, labor política y convicción social a favor de las sociedades contemporáneas. La primera en recibirla fue la actual presidenta de Chile, Michelle Bachelet y en el caso de Cristina Fernández se lo hizo “por la implementación de políticas públicas en correspondencia con las demandas del pueblo argentino y su visión para priorizar lazos fraternos y solidarios en la comunidad latinoamericana”. Son aspectos aceptables, de acuerdo con la óptica de quien entrega la condecoración, como también debe aceptarse la decisión de la ex presidenta argentina de recibirla.
Hasta allí todo bien, pero lo criticable fue la actitud de Cristina Fernández al utilizar la tribuna y los micrófonos para criticar a la actual gestión gubernamental en nuestro país sin decir la verdad sobre ciertos aspectos de la política durante su período al frente del Gobierno. Quiso comparar su situación con la destitución de Dilma Rousseff en Brasil, siendo que el kirchnerismo fue desplazado del gobierno por el voto popular, no por acuerdo político en el Parlamento. En ese mismo esquema, acusó a la “derecha conservadora” de impulsar un proyecto de destitución durante su presidencia y olvidó que resultaba imposible que una iniciativa de ese tipo pudiera implementarse en razón de que las mayorías en las Cámaras legislativas las tenía su facción política.
También responsabilizó a los “medios hegemónicos” y a “un sector del Poder Judicial que persiguen a los líderes populares de la región” y a los empresarios que después de haber logrado grandes ganancias durante su gobierno “terminan reventando la incipiente industria nacional” sin recordar, por supuesto, el manejo que en su gestión realizó sobre el Poder Judicial, con jueces que respondían directamente a los designios del Gobierno o a fiscales manejados abiertamente a través de la máxima autoridad en ese poder. Quizás algún lapsus le hizo olvidar el manejo autoritario que desarrolló sobre la prensa en el manejo de los fondos públicos para publicidad o el aprovechamiento desmesurado que efectuó a través de la cadena nacional durante los últimos meses de su gestión.
Podemos aceptar entonces la condecoración y su recepción por parte de la ex presidenta. Lo que es criticable es su falta de autocrítica. Además, resultaría muy valioso para la salud de la Argentina que explicara, ante el pueblo y ante la Justicia, cómo amasó su fortuna y cómo lo hicieron sus funcionarios y sus allegados personales durante lo que ella consideró la década ganada.