Besos a los niños, foto con el Papa, enésima inauguración trucha de obras ya truchamente inauguradas, exhibición de épicas personales para conmover votantes, cadenas nacionales a discreción. La campaña del oficialismo para las internas Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del próximo domingo está tan clara como la dispersión y la pobreza de propuestas de la mayoría de los candidatos de oposición.
La verdad es que las del domingo no son "elecciones", salvo en unos pocos casos, como la compulsa entre cuatro listas de la llamada "centroizquierda" porteña, suerte de interna panradical con toques peronistas (Pino Solanas), socialistas (Roy Cortina), filokirchneristas arrepentidos (Donda, Tumini), juveniles (Lousteau) y egocéntricos (Carrió).
La puja de mayor peso, como refleja la concentración de recursos de campaña, es en la provincia de Buenos Aires, el mayor distrito electoral del país, entre dos listas únicas de diferentes "partidos": el oficialismo K y el massismo.
Es como una encuesta para predecir si Massa podrá, en octubre, aglutinar al peronista no kirchnerista y quienes quieran sumarse para dar un golpe electoral de gracia al cristinismo realmente existente.
Un triunfo claro de Massa (por un margen cercano o superior a los diez puntos) en octubre dejaría fuera del juego de 2015 a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y al gobernador bonaerense, Daniel Scioli.
Un triunfo apretado dejaría las cosas en suspenso. Un triunfo oficialista reviviría los pedidos de "Cristina eterna" y el grito de guerra "Vamos por todo", a menos que la cosecha kirchnerista se complete con terceros, cuartos y quintos puestos en distritos clave como Capital, Santa Fe y Córdoba.
Pero lo que está fuera de discusión es que ni el simulacro de elecciones del domingo ni las elecciones legislativas de verdad de octubre eximirán al gobierno de sus responsabilidades en materia de seguridad, inflación e infraestructura y provisión de servicios públicos.
En julio, según el índice de precios pricestats.com (ex inflacionverdadera.com) la inflación minorista fue de 3,6%. Se puede argumentar que ese mes ese indicador exageró en cierta medida la inflación, pues está muy sesgado al canal supermercadista, que ese mes salió de uno de los tantos congelamientos del secretario de Comercio, Guillermo Moreno.
En todo caso, es una medida mucho más realista que las mentiras del Indec. Un 3,6% de inflación mensual equivale a una inflación cercana al 53% anual. Aunque se restaran diez puntos, esos niveles de inflación producen serias distorsiones de precios y tienden a acelerarse.
¿Qué hace el gobierno para atender cuestiones como la pérdida de valor del peso y la caída del nivel de reservas internacionales del Banco Central, que resignó 6.500 millones de dólares en lo que va del año y más de 16.000 millones respecto del pico de 2011?
Por un lado, aumentó el ritmo de devaluación del dólar oficial (el más barato, el que nadie consigue), mientras presiona a bancos y empresas a que blanqueen dinero a como dé lugar.
Por el otro, en virtud de una caída en la producción y reservas de hidrocarburos que ya lleva diez años, aceleró el último año el precio de los combustibles.
Siguió emitiendo dinero con desesperación, para cubrir el rojo de unas cuentas abrumadas por el crecimiento del gasto público. Ni los chicos y chicas de La Cámpora son gratuitos, ni los subsidios al transporte y la energía pueden cortarse sin incurrir en sacudones económicos y costos políticos. Por eso, en julio el gobierno emitió la friolera de 18.200 millones de pesos, a un ritmo de expansión monetaria del 5,6% mensual
El hecho ilustra tanto el motor inflacionario como la esquizofrenia oficial. De vuelta: es cierto que el ritmo de emisión de julio es por regla más alto que el de la mayoría de los demás meses del año, debido al pago del medio aguinaldo, pero 5,6% mensual es de todos modos altísimo: equivale a casi 93% anual.
La esquizofrenia se revela en la composición de la emisión pues -como precisó un artículo del diario La Nación- 91 de cada 100 billetes emitidos fueron de cien pesos. Efecto, a su vez, de la negativa del gobierno a emitir billetes de mayor denominación, pues equivaldría a "reconocer" la inflación.
Además de necio, el argumento es tonto. Cualquier persona "reconoce" el aumento de precios en las compras de todos los días. Y la inflación también está impresa en los billetes con la figura de Roca que aún emite el propio gobierno. Agotado el abecedario, empezó a emitir la serie AA, cuando los billetes de mayor denominación raramente superaban la L.
El discurso oficial insiste en la "década ganada", pero fenómenos como la inflación y la cuenta energética (los expertos ya están recalculando la cuenta de las importaciones de este año: podría acercarse a los 15.000 millones de dólares) hacen cada vez más obvio que se acerca una etapa de reconocimiento de la realidad.
Y de afuera las noticias dejaron de ser buenas. La soja se cayó de la estratósfera, la moneda brasileña, cuya fortaleza ayudó durante años a disimular la escasa competitividad de la economía argentina durante los años K, acumula una devaluación del 17% en lo que va de 2013 y ya llegó al nivel más bajo desde 2009 (2,30 reales por dólar).
Hasta Dagong, la calificadora de riesgo chino, advirtió la "falta de sustentabilidad" de la situación macroeconómica argentina, a causa de su "incesante acumulación de desequilibrios", una solvencia fiscal "declinante", un aumento de las "presiones devaluatorias" y un "limitado margen para ajustes graduales".
Semejante evaluación, acota el consultor Federico Muñoz, también ayuda a explicar por qué el aluvión de inversiones chinas con el que se había entusiasmado Néstor Kirchner en los primeros años de su gobierno nunca se concretó.