Lanchas rápidas para una nación sin salida al mar, un programa de plantación de soja en un país que come trigo, aviones oxidándose en la pista: buena parte de los 103.000 millones de dólares gastados por Estados Unidos en Afganistán han sido un completo despilfarro.
Poniendo este gasto en contexto, el contralor independiente John Sopko dice que, para fines de este año, Estados Unidos habrá gastado desde 2001 “más dinero en la reconstrucción de Afganistán de lo que gastó con el Plan Marshall” que revivió a Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
Desde que fue nombrado inspector general especial para la reconstrucción en Afganistán (Sigar) hace dos años, Sopko y su equipo de 200 personas han estado acusando a las agencias estadounidenses de tirar dinero por el desagüe y han puesto en evidencia la descarada corrupción de funcionarios afganos y estadounidenses.
“Una gran parte del dinero ha sido utilizado de manera inteligente, pero buena parte no. Probablemente, se han despilfarrado miles de millones de dólares”, dijo Sopko. Agregó: “Hemos construido escuelas que se han derrumbado, clínicas donde no hay médicos; hemos construido carreteras que se deshacen a pedazos. Es grotesco”.
“Gastamos demasiado dinero demasiado rápido, en un país demasiado pequeño y con poca supervisión”.
Los 34,4 millones de dólares gastados en un proyecto para cultivar soja son, para Sopko, sintomáticos de este tipo de despilfarro y de la actitud prepotente de Estados Unidos. Porque “nosotros sabemos lo que es mejor para los afganos”, ironiza el experto.
“Se nos ocurrió una idea brillante, pero nunca la discutimos con los afganos. Y la verdad es que los afganos no la cultivan (la soja), no les gusta, no la comen y no hay mercado para ella”, destacó.
Extrañarán su dinero
Ahora la preocupación es que, a medida que las tropas internacionales se retiren a finales de 2016, haya aún menos supervisión del gasto de Estados Unidos en Afganistán, a pesar de que Washington ha prometido que seguirá dando apoyo para ayudar a reconstruir el país devastado por décadas de guerra.
Se espera que entre 6.000 y 8.000 millones de dólares aún inunden cada año el país asiático en el futuro próximo. Hablando apasionadamente sobre su misión de auditor desde su oficina en Washington, adornada con impresionantes vistas del Capitolio y la Casa Blanca, Sopko asegura que su misión no es cortarle los fondos al pueblo afgano.
Dice que, en los hechos, lo que hace es advertirles a los legisladores que este tren de gastos puede generar en los afganos un “síndrome de abstinencia” el día que se decida recortarlo, lo que desbarataría todos los esfuerzos que se han hecho hasta ahora.
“Si dejamos súbitamente de reconstruir corremos un grave riesgo, porque los afganos no pueden costearse el gobierno que hemos provisto para ellos”, dijo. “Ellos actualmente no pueden pagar por su policía, por su ejército, sus hospitales o sueldos. Así que, si de pronto terminamos con esto, nuestras intenciones, la razón inicial por la que fuimos ahí, podrían verse seriamente amenazadas”.
Pero, a medida que las tropas estadounidenses se retiren, también lo harán las 40 personas del Sigar basadas en Afganistán, puesto que no pueden quedarse allí sin protección en medio de los mortales combates con los talibanes y la insurgencia de Al Qaeda.
Todas las agencias del gobierno estadounidense deberían establecer planes de contingencia para vigilar los fondos, dijo Sopko, preocupado porque “la gente que realmente sufre es la misma que se supone que estamos ayudando”.
Pero Sopko se mostró optimista de que emerja en Afganistán un gobierno dispuesto a emprender una ofensiva contra la corrupción y el tráfico de opio. El programa estadounidense de lucha contra los estupefacientes en Afganistán “ha sido un fracaso”, dijo el ex fiscal.
Desde la invasión de Estados Unidos en 2001, “hay más hectáreas cultivadas, la producción de opio ha aumentado. Si nos fijamos en las cifras de exportación, veremos que han subido. El consumo de drogas en Afganistán, también”.
“Como resultado, un cáncer está creciendo dentro de Afganistán. En muchas áreas hay un rival del gobierno que no es la insurgencia: son los narcotraficantes”. Los expertos estiman que hasta 90% del suministro de opio en el mundo proviene de campos de amapolas afganas.