Dos palabras: despilfarro y corrupción, sobresalieron de la descripción que hizo el Presidente Mauricio Macri, ante el Congreso, del legado de más de doce años y medio de gestión K, antecesora de la que él inició hace apenas doce semanas.
Un par de datos sintetizan el despilfarro. El primero: entre 2006 y 2015, la sociedad argentina pagó en impuestos 694.000 millones de dólares más que entre 1990 y 1999. Son, en promedio, casi 70.000 millones de dólares más por año, un extra de casi 6.000 millones de dólares por mes.
Con semejante plus recaudatorio, pensaría un imaginario argentino que emigró en los albores de la asunción presidencial de Néstor Kirchner, practicó ascetismo y aislamiento en el Himalaya, no tuvo noticias del país ni siquiera en el vuelo de regreso y llegó justo para escuchar el discurso de Macri, el fisco debería haber tenido un holgado superávit.
Pero no, y he aquí el segundo dato: al cabo de más de 150 meses de gestión, el kirchnerismo legó a su sucesor un déficit fiscal, el de 2015, de más de 7% del PBI, nivel que no se veía desde los picos hiperinflacionarios de fines de los ’80.
Lo que lleva a la segunda palabra: corrupción que, junto con desidia e incompetencia, sirve de puente entre aquella abundancia de recursos, favorecida por el más favorable escenario internacional que tuvo el país en los últimos 60 años, y resultados como el déficit fiscal y otros citados en el discurso, como por ejemplo:
Una de las inflaciones más altas del mundo.
29% de argentinos que viven en la pobreza, más del 20% de los cuales (6% de la población total) vive en la indigencia.
42% de la población vive en lugares sin cloacas, 13% no tiene agua corriente y más del 40% carece de acceso a redes de gas.
Pérdida de reservas de gas y petróleo por un equivalente a 115.000 millones de dólares. Luego, ante el consiguiente déficit energético, dio lugar a negociados y corrupción en la importación de combustibles.
40% de las rutas en pésimo estado, pese a que en el último decenio el presupuesto de Vialidad Nacional se multiplicó por más de diez. También se multiplicó la extensión de las llamadas “rutas de la muerte”, que pasaron de 1.000 a 3.400 kilómetros.
La descripción del paisaje desolado incluyó referencias en materia de seguridad, educación, salud, infraestructura, áreas que todo discurso político, salvo el de la ortodoxia económica más extrema, considera responsabilidad primaria del Estado.
Ese Estado que el kirchnerismo se ufanaba de haber “recuperado” y que en realidad se esmeró en destruir, entre otras cosas atiborrándolo de gente (aumento de 64% entre 2003 y 2015, de 2.200.000 a 3.600.000 empleados) y batiéndolo -aquí encontramos, junto a una tercera, las dos palabras de nuestra clave de lectura- en un cóctel infame de “clientelismo, despilfarro y corrupción”.
Mientras el Presidente avanzaba en su discurso, cuya segunda parte consistió en una enumeración de proyectos y objetivos, basada en un voluntarioso optimismo, el Banco Central atravesaba otra jornada de presión sobre el dólar, a lo que respondió con la venta de reservas (ya van casi 2.000 millones) y un fuerte aumento de las tasas de interés.
Así como la salida del cepo fue sorprendentemente calma, esa presión es inquietante y alimenta el frente más débil de la gestión de Macri hasta ahora: el ímpetu de la inflación.
Es cierto: es parte del legado de un Estado despilfarrador y deficitario, que se financió imprimiendo dinero, pero las explicaciones no bastarán si no se acierta el camino de la solución, y ese acierto debe hacerse visible en los próximos meses.
Marzo es el último antes del inicio del trimestre fuerte de las agroexportaciones, 60% las cuales se liquidan entre abril y junio. Allí el país estará pendiente de la soja, factor clave del reordenamiento fiscal (a tener en cuenta: cada dólar sojero exportado tributará ahora más de 40% más en pesos de lo que lo hacía antes de la unificación cambiaria y la rebaja de retenciones) y de la mejora de la balanza comercial, que en 2015 registró un déficit de más de 3.000 millones de dólares, el primer saldo en rojo desde 1999.
En las próximas semanas, además, el Gobierno debe resolver, con venia del Congreso, la salida definitiva del default, y anunciará el aumento de tarifas de gas y transporte público, todos tragos de difícil digestión. Bien usado, el primero abriría la puerta a crédito que atenúe el ajuste fiscal y solvente inversiones, y el segundo, mostraría al siempre asustadizo “mercado” que las cuentas, en algún momento, mejorarán.
Hasta ahora, las medidas fueron resignar ingresos y podar gastos en cuentagotas. Reducir la cuenta de subsidios es el cartucho más importante para empezar a cerrar la brecha fiscal.
Mientras Macri cerraba su discurso, además, trascendían algunas palabras de la nueva declaración indagatoria del ex jefe de Operaciones de la ex SIDE, “Jaime” Stiuso, apuntando al gobierno de Cristina Fernández por la muerte del fiscal Alberto Nisman. De inmediato, la jueza Fabiana Palmaghini pasó la causa al fuero federal y denunció penalmente a la fiscal Viviana Fein por haber ocultado información clave de la primera declaración del casi legendario espía.
He allí otro desafío de los nuevos tiempos: echar luz sobre uno de los rincones más oscuros del Estado que el kirchnerismo decía haber recuperado. Por allí también se vienen tiempos moviditos.