Desertificación: un proceso lento que no se detiene

El vizconde de Chateubriand, filósofo francés del siglo XIX, decía: “Las florestas preceden a la civilización y los desiertos las siguen”. Ya en esa época él, así como otros personajes relevantes del pensamiento, mostraba su preocupación por este fenómeno

Desertificación: un proceso lento  que no se detiene
Desertificación: un proceso lento que no se detiene

En nuestra región, Ecuador ha perdido 50.000 hectáreas de florestas a causa de la exploración petrolera, Venezuela experimentó una similar situación en la década de los setenta desmontando un 20% de sus bosques nativos, Chile y México no son diferentes, sea por petróleo o por minería, y Brasil ni que hablar sobre el Amazonas.

Todos estos fenómenos se han repetido en el resto del mundo creando el campo propicio para el avance o la consolidación de la superficie árida.

Lester Brown, uno de los más importantes gurúes ambientalistas del mundo, cuenta que en Paquistán hay una variedad de cabras que para comer follaje ha tenido que desarrollar habilidades especiales tales como subirse a los árboles por la escasez de hierbas en la superficie.

A medida que las especies destinadas a la producción de carne han ido creciendo, el pastoreo es cada vez más intenso en razón de tratarse de animales de gran porte, de gran capacidad de consumo y en su mayoría herbívoros que, además de comer generan pisoteo de suelos y tierras peladas que luego son erosionadas por el viento entrando en procesos de desertificación, en tanto no sean tratadas con alternancias de sembrados.

Todos los países sufren la erosión de sus suelos, en mayor o menor medida todos son afectados, sólo que algunos enfrentan el fenómeno y otros sólo asisten a su avance.

Aquí también el exceso mundial de población juega su parte ya que con más habitantes se hace necesario construir más casas, más caminos, más comercios, más centros administrativos, y otras construcciones mayoritariamente dedicadas al transporte, al mismo tiempo que las tierras cultivables disminuyen.

En resumen las praderas tienen dos enemigos implacables, las ciudades que son creadas y administradas por el hombre (desertificación) y los desiertos que representan la base natural de erosión, proceso natural que es propagado por acción de los vientos y violentas precipitaciones que lavan la superficie, cada vez con mayor frecuencia y violencia.

La erosión de los suelos o desertización puede ser producida, además de los factores mencionados que hacen perder los nutrientes y le restan capacidad a estos para retener el agua, por las sequías los incendios forestales o por deslaves, entre otros.

Muchos especialistas han tratado de medir en toneladas la cantidad de tierra fértil que se pierde anualmente en el mundo por desertización o por desertificación.

Según Bjorn Lomborg, en su libro The Skeptical environmentalist (Cambridge University Press - UK 2001), el promedio de pérdida estaría en el orden de los cincuenta mil millones de toneladas.

El influyente diario brasileño O Estado da una voz de alarma afirmando que treinta y dos millones de brasileños están amenazados por el fenómeno de la desertificación que está circunscripta en el área noreste del país, abarcando mil quinientos municipios en ocho estados y un área de 300.000 kilómetros cuadrados.

Ese proceso, según el periódico, ya afecta de manera moderada el 25% de la superficie total de los ocho estados, el 5% de manera grave y el 6% de modo muy grave.

El avance es verificado en una tasa anual del 6%, creando un perjuicio anual de unos mil millones de dólares al total de la economía.

En Argentina, según Roberto Mario Romano, columnista de este diario (19/6/12), las zonas áridas ya están llegando al 75 % de la superficie del país.

En América Latina y el Caribe está la región de mayor extensión de tierras cultivables del mundo, pero esto no quiere decir que estén a salvo del proceso de desertificación.

La ONU afirma que los tres grandes países latinoamericanos están siendo afectados por el proceso, principalmente México en su territorio centro y norte y Argentina en la Patagonia y zona central oeste.

Pero en Brasil el proceso es más doloroso porque afecta a una región sumamente rica en biodiversidad, además de ser el área semiárida más poblada del planeta.

La muerte lenta, que es como los científicos llaman al proceso de desertificación, es un fenómeno mundial que afecta a países importantes, no sólo a Brasil, sino también a China, donde cuatrocientos millones de personas viven en áreas afectadas o en alto riesgo.

Estados Unidos, España, Corea, Japón y Canadá también sufren ese fenómeno, que en conjunto suman 35 millones de hectáreas que todos los años se desertifican o desertizan de manera global, constituyendo un fenómeno que es difícil de detectar, de medir y de contener, que pone en riesgo gradual y paulatino la vida de gran parte de la población mundial al empobrecer las cosechas y aumentar la pobreza, por producir nuevas migraciones del campo a las ciudades o entre países (refugiados ambientales), bajando la calidad de vida en éstas, con los perjuicios que ello acarrea en cuanto a la polución ciudadana cada vez más orientada al deterioro del bienestar.

Hay reuniones permanentes organizadas por las Naciones Unidas para tratar este tema. En marzo de 2007 fue en Buenos Aires, en la que intervinieron más de 170 países y 40 organizaciones ecologistas destinadas a debatir y buscar medidas de análisis, contención y mitigación de los efectos de la desertificación en el mundo, proceso en los que está presente el ser humano, más inclinado a resolver sus problemas de subsistencia que a pensar en objetivos sustentables, por lo que hasta ahora no hemos encontrado soluciones efectivas a tan preocupante problema.

La consecuencia es que el avance de los desiertos no parece estar controlado por el insuficiente esfuerzo de sólo algunos países y el poco compromiso de la mayoría.

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