Cinco partidos. Cinco. Y casi nada. Un triunfo, dos empates y dos derrotas. Apenas dos puntos. Más dudas que certezas. Incertidumbre, desconfianza, reprobación, insultos.
El incipiente proceso de Gabriel Heinze todavía está verde. Por más horas de trabajo, por más prácticas a puertas cerradas en Coquimbito, por más intimidad entre los ‘players’ y el cuerpo técnico, la realidad indica que a este Godoy Cruz le cuesta horrores ser un equipo confiable.
Desde lejos (el funcionamiento) no se ve. No lo ve el Gringo Heinze desde el cómodo palco de la platea techada del Malvinas y tampoco lo ven los hinchas, que reprueban a mansalva la actitud pasiva del equipo ante cada pase hacia atrás. Mucho menos lo vemos los encargados de analizar el juego.
En poco más de un mes, Godoy Cruz mutó de un elenco renovado, decidido, convincente y eficaz a otro timorato, impreciso y desconcentrado que volvió a cometer errores del pasado. Pasó de construir una goleada -en el debut frente a Crucero del Norte- con el sello de la presunta metamorfosis de la nueva era, a volver a caer por el tobogán de la maldita irregularidad.
Los jugadores se expresan convencidos de la propuesta. Sin embargo, la puesta en escena en el campo de juego está lejos de plasmar los conceptos que el entrenador pretende para torcer el rumbo.
Banfield se lo hizo saber en apenas siete minutos. Aún sin el Pelado Almeyda en el banco de suplentes, el Taladro le tiró encima la chapa y los engranajes aceitados de un proceso que comenzó a dar sus frutos. No es un detalle.
Ahí radica la mayor diferencia con este Expreso, en la maduración de ese reloj biológico que indefectiblemente necesitará para la reconstrucción casi completa de un plantel derrumbado por el éxodo masivo de futbolistas de mayor valía y con un matiz en el que todavía no se repararó: el joven promedio de edad de un gupo al que sólo se le taparon los agujeros provocados por las numerosas bajas.
A toda causa le sigue un efecto. Y está claro que a las dudas que mostró Godoy Cruz frente al Taladro debería seguirle un cambio, un revoque grueso que maquille errores garrafales como los de ayer, mientras se busca el enlucido con el texturado planificado por el arquitecto de turno. Ese que por ahora, desde lejos, no se ve.