Tuve tres épocas en Mendoza, la primera en Rivadavia, mi mamá era directora en un colegio especial, allí pasé mis primeros años, pero nací en el hospital Español.
De Rivadavia me acuerdo que iba a clases de música y danza folclórica, pero al poco tiempo mi mamá falleció y nos fuimos a Godoy Cruz; hice toda la primaria, en el jardín de infantes Godoy Cruz y en la escuela Guillermo Rawson.
Jugábamos en la plaza y el club Godoy Cruz con mis amigos. Mi abuelo fue jugador del Tomba, Luis Ogalde; creo que en el año ‘56. Tenía una foto, pero la doné a la gente del club.
Después él terminó siendo profesor de natación y gimnasia en Obras Sanitarias. Gracias a la parte vasca de mi familia, los Ogalde, él y mi papá, me hice hincha del Bodeguero.
Me acuerdo también que cuando no había escuela, en pleno proceso militar, la única que nos quedaba un sábado a la tarde era jugar al fútbol o al metegol en los patios de las iglesias, y ahí empezaron nuestras primeras discusiones sobre música.
Tenía un tío, Pino Ogalde, que tenía una banda de rock, en los años 60/70 y ése fue mi primer acercamiento al rock. Como casi nunca estaba, me metía a su pieza. Allí tenía un tocadiscos y escuchaba Led Zeppelin, los Beatles, León Gieco... tenía de todo.
Ya con 5 años escuchaba música vanguardista. Me encantaba ir a la casa de mi abuela a escuchar discos; todavía me acuerdo del long play de Zeppelin II, de Help de los Beatles o el álbum en vivo de Peter Frampton.
Pero también escuchaba los discos de mi madre, que era pianista, tenía música clásica, boleros de Armando Manzanero y eso también me gustaba mucho.
Ya en séptimo grado nos mudamos a Guaymallén, en sur de Villa Nueva, porque con el terremoto del ‘77 (epicentro en Caucete, San Juan), se había quebrado parte de la casa de Godoy Cruz y nos entregaron la casa en el barrio Cadore.
Se entraba por una calle de tierra con una importante alameda donde había dos viñas y un descampado importante, pero como no había problemas de inseguridad, nos volvíamos caminando por allí a las 5 ó 6 de la mañana desde el Unimev, donde vivía mi primera novia.
En el Cadore tuvimos nuestro primer equipo de fútbol, formamos los primeros grupos de música. En toda esa zona vivían músicos que hoy muchos son profesionales, como Marcelo Sánchez, bajista cantautor; Horacio Gómez, tocó en los Enanitos Verdes; Gabriel Espejo, baterista de varios grupos, entre ellos Karamelo Santo, por ejemplo.
Nos juntábamos con todos ellos y escuchábamos discos de The Police, Bob Marley, la música Disco Negra, que en ese momento -a principios de los ‘80- estaba muy de moda.
Luego vino The Wall. A los 14 era eso: nos dedicábamos a escuchar música, especialmente con el Gabo Espejo y Ernesto Fiorentini , que era hijo de un reconocido cardiólogo de la provincia. Luego empezamos a tocar y formamos un grupo.
Lo bancábamos, ensayábamos a la tarde, iban y venían músicos, ya después nos fuimos alejando y yo empecé a despegar del barrio.
En el Cadore convivíamos todo tipo de gente, porque habían venido de todos lados. Habían personajes atómicos. El Gordo Piquer, el Loco Baena... son clásicos del barrio, que tienen millones de anécdotas, desde peleas, ir a buscar ranas y hasta salir a robar uvas a los viñedos.
Después el cura del Unimev se encargaba de sacarnos de la comisaría novena. Me acuerdo que tuve hepatitis y el cura Manzano me mandó la guitarra para que me entretuviera. Y cuando me curé, me invitó para que tocara en la iglesia Santa Bernardita y fuimos hasta que en algún momento dejamos de ir.
Ahí también tenía a muchos amigos, como Tilín Orozco, era del grupo juvenil, el Buda, otro músico y artista de la zona. Fue mi segunda experiencia en un grupo juvenil y eso estuvo bueno, porque pudimos armar coros, meternos en el tema social con los más necesitados, juntábamos juguetes para los chicos, hacíamos pesebres en los barrios más humildes.
También trabajamos con otro músico, Jorge Martín, un pianista muy groso y un montón de músicos más. Estaban los mellizos Martínez; ellos me convocaron para que hiciéramos la música para sus obras de teatro y ahí empezamos a trabajar con La Pericana.
Gran parte del Unimev estaba allí, Graciela Espejo, hermana de mi amigo Gabo también formaba parte de ese grupo. Eso me ayudó mucho, trabajar en teatro y hacer la musicalización.
Con el querido y recordado Negro Guiñazú y su esposa pasé una época hermosa, incluso, la primera murga que se formó en Mendoza fue la de La Pericana. Se armó para promocionar los teatros. Terminé trabajando con Noemí Salmerón, la Sala Cajamarca, trabajé para el Flaco Suárez.
Fue hermoso, porque fue la influencia que nos faltaba para hacer nuestra música, junto con Manila Prado, Gabo Espejo y Mario Yarke.
Luego me empecé a juntar con gente del Centro. Nos encontrábamos en la plaza Independencia. Había empezado a estudiar ingeniería e iba a la Escuela de Música, a aprender guitarra clásica, también tenía un profesor de guitarra que era de Godoy Cruz y se llamaba Fozzatti.
Él me enseñaba guitarra eléctrica, con Cristina Dueñas complementaba los dos instrumentos y en la calle aprendí el resto.
Esos fueron los momentos más conflictivos míos, porque me fui de mi casa y empecé a vivir con un amigo, con el que después fundamos Karamelo Santo, Mario Yarke.
Con él formamos la banda, ya me había hecho un par de viajes a México, a Chile y había traído mucha influencia musical y cultural y nos dieron ganas de hacer música mezclando ritmos latinos con rock, ska, reggae.