Por David Brooks - Servicio de noticias The New York Times © 2017
Un investigador llamado John D. Morris recabó más de 200 de ellos, desde las culturas de la antigua China, India, los nativos estadounidenses y más. Calcula que en un 88 por ciento de las historias hay una familia favorecida; en un 70 por ciento, sobreviven a la inundación en un barco; en un 67 por ciento, los animales también se salvan en el barco; en un 66 por ciento, la inundación se debe a la maldad del hombre; y en un 57 por ciento, el barco queda atracado en la cima de una montaña.
Los autores de estos mitos trataban de entender estas fuerzas vastas y poderosas. Intentaban descubrir en qué tipo de mundo vivían. ¿Era un mundo caprichoso, donde las ciudades quedaban destruidas sin que hubiera algún motivo? ¿O se trataba quizá de un mundo despiadado, donde las civilizaciones quedaban aniquiladas por su maldad?
La historia más famosa, claro está, es el relato bíblico de Noé. Al comienzo de la historia la humanidad vive sin ley y, en consecuencia, vive de manera violenta y mala. Sin embargo, hay un hombre recto: Noé. Dios le dice a Noé que construya un arca porque va a eliminar al resto de la humanidad con un gran diluvio.
¿Qué hace Noé tras escuchar aquello? Nada. Abraham protestó ante Dios cuando la ciudad de Sodoma estaba bajo la amenaza de la destrucción. Moisés protestó cuando Dios iba a dañar a los israelitas. Noé, en cambio, no dice nada. No trata de salvar a sus vecinos ni discute con Dios.
Los rabinos y los estudiosos suelen juzgar a Noé duramente por esto. "Es indiferente, no sabe ni le importa el destino de los demás", escribe Avivah Gottlieb Zornberg. "No tiene capacidad para hablar con Dios ni con sus congéneres de manera significativa".
"Noé fue recto, pero no fue un líder" Hace notar el rabino Jonathan Sacks. Un líder asume la responsabilidad de los que están a su alrededor y al menos trata de salvar al mundo, incluso si la gente es demasiado malvada para escucharlo realmente. La integridad moral exige una acción positiva contra el mal. Noé, en cambio, opta por retirarse del mundo corrupto, a fin de permanecer inmaculado.
Noé y su familia se suben al arca y Noé se hace cargo de los animales con esmero. Después, cuando la lluvia cesa, es hora de salir y reconstruir la Tierra.
¿Y qué hace Noé entonces? Nuevamente se queda en silencio. No hace nada. Se sienta en el arca durante otros siete días jugueteando con sus pulgares. Está esperando que Dios le dé permiso de desembarcar.
Nuevamente, los rabinos critican la pasividad de Noé. Uno no necesita permiso para ir a construir el mundo. Solo hazlo. "De haber estado yo ahí, habría echado abajo [las puertas] del arca y habría salido de ahí", dijo un estudioso del siglo II, el rabino Judah bar Ilai.
Luego Dios establece una alianza con Noé. Le entrega las leyes morales y le dice a Noé que fuera y recreara. Noé parece huir de esta responsabilidad. Tal vez se trata de la culpa del sobreviviente. Se emborracha. Sus hijos lo encuentran desnudo e inconsciente.
Noé es un buen hombre, pero su historia es una lección de los peligros de la obediencia ciega. El Dios de la Biblia de los hebreos quiere respeto a la autoridad y deferencia a la ley, pero no quiere sumisión pasiva.
Sacks escribe: "Una de las características más extrañas del hebreo bíblico es que -a pesar de que la Torá contiene 613 mandamientos- no existe la palabra para 'obedecer'. En cambio, el verbo que se usa en la Torá es shema/lishmoa, 'oír, escuchar, poner atención, entender, internalizar, responder'. Esta palabra es tan peculiar que, en efecto, la Biblia del rey Jacobo tuvo que inventar un verbo equivalente en inglés, la palabra 'hearken', prestar oídos".
Hoy vivimos entre muchas inundaciones. Algunas, como Harvey o Irma, son naturales. Otras son ocasionadas por el hombre.
Seguimos siendo buenos para atender los problemas individualmente. Miren cuántos habitantes de Houston se apresuraron a cuidar de sus vecinos. No obstante, tenemos problemas con la acción colectiva, con la construcción de nuevas instituciones -o la revitalización de las antiguas- que sean suficientemente grandes para lidiar con los desafíos mayores.
Esto nos sucede porque nos cuesta pensar en la autoridad. Todo mundo parece tener una mentalidad de forastero. La desconfianza social está en los niveles más altos. Muchos parecen oscilar entre el cinismo barato en contra de la clase dominante, por un lado, y la obediencia partidaria ciega, por la otra.
La respuesta es la mentalidad de "prestar oídos" que describe Sacks. Ahí es donde Abraham tiene éxito y Noé fracasa. Abraham escucha a Dios con toda atención y extrae todo de Dios, desde su identidad, pero después se adelanta al pastor.
Prestar oídos es ser fiel, pero también responsable; aceptar la autoridad justa, pero también escuchar el llamado de la conciencia individual; trabajar dentro del sistema, pero como una fuerza creativa y valiente.
Las inundaciones son invitaciones para recrear el mundo, lo cual solo se logra cuando individuos fuertes están dispuestos a unirse a las instituciones colectivas.