-¿Por qué decidió ambientar "Hija" en la década del 70?
-La historia de Esmé, su marido y su hija, por razones de comodidad, va siguiendo líneas de mi propia historia personal, pero a la pobre le pasan todas las cosas de las que yo zafé. A la hermana de Esmé la matan en la dictadura, la mía se escapó a tiempo en el 76. Yo viví seis meses en París, (y por mi conocimiento personal del tema elegí ese exilio en particular), Esmé y Guido se quedan seis años.
Mi marido, no puedo asegurar que sea o haya sido fiel porque nunca hay que jactarse de esas cuestiones, pero sí puedo asegurar que al menos es prolijísimo y me viene durando ya cuarenta años. (Risas) El marido de Esmé es infiel y descuidado. Yo tuve tres hijas, Esmé tuvo una sola. Yo dejé la publicidad a los 34 años para dedicarme a la literatura, Esmé no era escritora y nunca pudo despegarse.
-No es autobiográfica, pero sí…
-Esta novela es una especie de ucronía personal: qué hubiera sido de mí si todo hubiera salido espantosamente mal. Así mandé a sufrir a mi pobre alter ego, con muchos de mis sentimientos y sensaciones pero una historia completamente distinta a la mía.
-La novela tiene intercalado un diario en el que te dirigís directamente al lector con algunas declaraciones que pueden resultar polémicas como la locura que forma parte del amor materno ¿Son cosas que necesitabas decir o van en función de la ficción?
-Sí, tenía que hacer todos esos comentarios tan duros sobre el amor materno porque eran esenciales para entender mejor a mi personaje, a la novela y también porque yo misma tenía necesidad de contarlo de ese modo tan crudo y directo.
-¿Cuáles son las diferencias principales al momento de encarar la escritura de una novela como esta y cualquier otra clase de texto?
-Puedo escribir cuentos o microrrelatos acerca de casi cualquier cosa. Pero solo puedo escribir novelas sobre cuestiones que me atañen en forma directa y personal, las novelas me salen directamente de las tripas.
-¿Y qué era lo que tenía que salir en este caso?
-En este caso, tenía necesidad de expresar mis sentimientos, tan fuertes y contradictorios, sobre la maternidad. Toda la culpa, el amor, el odio, la responsabilidad, la loca pasión que incluye. Por otra parte, con La muerte como efecto secundario ya le había “pasado factura” a los padres: ¡era hora de meterme con los hijos! No quería contar sobre un terrible hijo varón, quizás porque hay ya muchas novelas con ese tema.
Tenía ganas de meterme con los problemas que puede causar una hija mujer. Pero yo tengo tres hijas y de ningún modo quería dañarlas o simplemente ofenderlas o molestarlas. Entonces pensé en un personaje que me sirviera para expresar todo eso y fuera la perfecta contracara de mis hijas.
Como las tres son rubias, mi cuarta hija tenía que ser morocha. Y un personaje tan duro, frío, tan mala persona, que ninguna pudiera sentirse de ningún modo tocada. El mal existe, hay gente mala en el mundo y tienen padres y no siempre los padres son culpables.
-¿Cuál sería el rasgo predominante de la hija de Esmé?
-La ausencia de culpa, creo que ese es la clave de la conducta de esta chica: es lo que en lenguaje psicoanalítico argentino se solía llamar una psicópata, alguien que actúa sin sentir culpa jamás.
La madre, en cambio, es terriblemente culposa y constantemente está tratando de justificar y explicar a su hija y echarse la culpa de las calamidades que provoca. La historia se cuenta siempre desde el punto de vista de Esmeralda, la madre. El padre, Guido tampoco es un mal padre, aunque no sea el mejor marido siempre se ocupa de su hija.
"Hija"
Ana María Shua
(Editorial Planeta)
2016
Un fragmento
Un bebé era algo tan agotadoramente frágil. Abundante bibliografía lo confirmaba. Los accidentes, leía Esmé, son la primer causa de muerte de los niños pequeños.
Un bebé podía caerse de una cama sino se lo protegía con almohadas como barricada, pero también podía ahogarse con las almohadas, incluso con el colchón si era demasiado blando, (este accidente poco común estaba comprobado por ciertas estadísticas entre la población negra de Estados Unidos), podía morir de frío si no estaba bien tapado, pero también podía asfixiarse con su propia manta, podía golpearse y lastimarse sin los protectores blandos en la cuna, pero también podía asfixiarse con los protectores blandos en la cuna, podía ahogarse en su propio vómito, podía caerse (y de hecho se le cayó una vez del cambiador, en la época del bailoteo de los seis meses), ahogarse en la bañadera, quemarse con un biberón demasiado caliente, y a medida que pasaba el tiempo el miedo no disminuía, al contrario, a medida que Natalia empezaba a desplazarse aumentaba hasta el infinito, ahora podía quemarse en la cocina, podía cortarse con un cuchillo, con una tijera, con un papel, con algún borde afilado (el mundo entero tenía bordes afilados), podía clavarse un clavo, un tenedor, un tornillo, un lápiz, una aguja, podía clavárselo sobre todo en el ojo, en uno de sus bellísimos, enormes ojos color miel, podía meter los deditos en los enchufes, que todavía tenían, en esa época, el diámetro adecuado como para permitir el ingreso de un dedo de bebé, podía tirarse encima una silla, una taza, una olla, una sartén con aceite caliente, podía estrangularse con el babero, con la cadenita del chupete, atraparse un dedo con una puerta, golpearse la cabeza contra un zócalo, contra un mueble, contra una pared, asfixiarse con un carozo, con una piedrita, con una galleta, con un botón, con una moneda, con un juguete, con un prendedor, con un maní, con una bolsa de plástico, podía meterse en la nariz la tapita de una birome, el ojo de una muñeca mal armada, podía tragarse un alfiler, una bolita, un crayón, un veneno, ¡un veneno! todo era un veneno a su alrededor.