El otro día le pregunté a un importante diplomático alemán en qué asuntos están cooperando Estados Unidos y Alemania. Noté su mirada vaga. Obviamente, no ante Irán. Evidentemente, no en temas comerciales. Claramente, no respecto del cambio climático. Sencillamente, no en cuanto a Rusia. Notablemente, no sobre la migración. Con aliados así, ¿quién necesita enemigos?
Recibí una carta preocupada de un diplomático francés. La escapada del presidente Donald Trump del acuerdo nuclear con Irán fue "el mejor ejemplo del momento jacksoniano por el que está pasando Estados Unidos: una mezcla de unilateralismo y aislacionismo" que contribuye a "un nuevo desorden mundial" en el que "ya no hay una potencia estadounidense dispuesta o capaz -o ninguna- de encargarse en última instancia de hacer cumplir las reglas". En tal vacío, no podía notar "ni siquiera un nivel mínimo de convergencia entre los actores clave".
Trump le dice a Europa: fuera de mi vista. Como dijo el presidente de Francia, Emmanuel Macron, el mes pasado sobre Trump: "Es muy predecible". Yo añadiría que es tediosamente predecible. Su desdeño hacia la OTAN se hizo evidente durante su campaña, y sigue en ese camino. Esa es su "honestidad" en medio de un torrente de mentiras. Decenas de millones de estadounidenses lo adoran por eso. Lo consideran el presidente más "honesto" que jamás haya habido. ¿Por qué? Porque dice las cosas tal cual son para él.
Europa está comenzando a digerir la gravedad del cisma. Federica Mogherini, la alta funcionaria de política exterior de la Unión Europea, ridiculizó a Trump hace poco cuando dijo que "gritar, vociferar, insultar y molestar, destruir y desmantelar sistemáticamente todo lo que está funcionando, es el ánimo de nuestros tiempos". Sin nombrar al presidente de EEUU, advirtió que "su impulso destructor" no conduce a nada bueno. El réquiem que ella comparte es por el "respeto" y el "diálogo" o, lo que es lo mismo, el orden posterior a 1945.
Siempre he sido partidario entusiasta de la OTAN porque creo que la institucionalización del vínculo que surgió tras la Segunda Guerra Mundial entre Europa y Estados Unidos es lo que salvó a mi generación de las guerras a las que mi padre y mi tío fueron llamados a pelear desde su lejana Sudáfrica. Sin embargo, el problema actual es más profundo que el desprecio de Trump por el orden multilateral. Eso puede arreglarse, con el tiempo.
Lo que está acabando con Estados Unidos -y por lo tanto su lugar en el mundo- es la descomposición moral: un continuo deterioro que emana desde arriba. Si hay algo podrido, la Dinamarca de Hamlet ya pasó de moda. Volteen hacia la Casa Blanca.
Este mes, una ayudante, Kelly Sadler, hizo a un lado al senador John McCain porque "de todas formas ya se está muriendo". Sadler conserva su empleo en la oficina de comunicaciones de la Casa Blanca, donde se enfoca en la inmigración ilegal. A propósito de eso, el otro día Trump se refirió a algunos inmigrantes como "animales" que "no son gente".
Estas son declaraciones repugnantes, no existe una descripción más adecuada.
El presidente de EEUU se mueve en el ámbito de la difamación y las falsedades. La forma más profunda de descomposición es la erosión de la diferencia entre la verdad y la falsedad. Y un universo donde la moralidad ha dejado de existir es donde trump se siente más cómodo.
McCain, quien libra una batalla contra el cáncer cerebral, es un héroe de guerra que soportó la tortura como prisionero de guerra en Vietnam; no es un niño rico de Queens que haya evadido la guerra por un espolón óseo. Se incorporó tras el cautiverio para convertirse en un tenaz defensor de los valores estadounidenses viéndolos, en general, como una fuerza para el bien. Su rechazo a Gina Haspel, la nueva directora de la CIA, basándose en "su negativa a reconocer la inmoralidad de la tortura" es lo que desató el vil desdén de Sadler.
En cuanto al descenso del presidente a la cloaca donde se cocinan el odio y las masacres, hay que resaltar que Estados Unidos no es un país de animales. Los inmigrantes, incluyendo a los propios abuelos de Trump, nacidos en Alemania, han caracterizado a esta nación.
He estado leyendo "Our Towns", de James Fallows y Deborah Fallows, un bálsamo de libro sobre ese Estados Unidos dinámico y reacio a sucumbir ante la podredumbre. En muchos de los pueblos visitados por la pareja, los inmigrantes trabajan arduamente, enriqueciendo el tejido social y generando riqueza.
En un matadero gigante de Sioux Falls, Dakota del Sur, los nuevos inmigrantes llegados de Somalia, Sudán, Nepal y otros lugares "matan a los cerdos y los convierten en carne", y luego una empresa china "envía gran parte de esa carne a clientes que están elevando con rapidez la cadena proteínica en China". Esta es la realidad de un mundo interconectado, que no concuerda con la estrecha obsesión de Trump con la "soberanía".
En Burlington, Vermont, Hai Blu, llegado de Birmania, y su esposa, True Tender, a quien conoció en un campamento de refugiados tailandés -sin duda, la pareja con los mejores nombres en Estados Unidos- están prosperando. Ella se está capacitando como enfermera. Él trabaja en Skinny Pancake. Como señala el libro: "Los patrones aprecian rápidamente la confiabilidad, determinación y ética laboral de los refugiados".
Le sugeriría a Trump que leyera el libro, pero él no lee. Él se mueve en el ámbito de la difamación y las falsedades. La forma más profunda de descomposición es la erosión de la diferencia entre la verdad y la falsedad. El totalitarismo fue una gran mentira perpetrada sobre seres humanos reducidos a la búsqueda a menudo inútil de la supervivencia en la bruma.
Un universo donde la moralidad ha dejado de existir es donde Trump se siente más cómodo. "Señor presidente, ¿estaba enterado del pago de 130.000 dólares a Stormy Daniels?" La respuesta que dio Trump el 5 de abril fue: "No, no". Sin embargo, como aclaró en una reciente divulgación de sus finanzas, sí sabía.
Este es el Ministerio de la Verdad de Trump, la nueva normalidad estadounidense. Es imposible exagerar su relevancia. Es la razón por la que la OTAN está derrumbándose y Alemania no encuentra un fundamento para la cooperación: el Estados Unidos de Trump no vale nada. Como dijo Rex Tillerson, ex secretario de Estado, a recién graduados en un discurso, tambalear respecto de la verdad significa "tambalear respecto de Estados Unidos".
Hay una sola tarea fundamental para todos en el Estados Unidos de Trump: conservar a la república, a pesar de él.