Por Néstor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar
Apenas fue un gesto, sólo un gesto. Nada más y nada menos que un gesto de convivencia política. Tan inusual en estos tiempos, que tuvo una inusitada repercusión en los medios nacionales, más acostumbrados a la descalificación y el menosprecio que al diálogo respetuoso entre quienes ocupan los principales lugares de la política argentina.
Aún con las pulsaciones a mil y la adrenalina en ebullición, Alfredo Cornejo, el gobernador electo, invitó al actual mandatario, Francisco Pérez, a compartir el desayuno del lunes post electoral en su casa del barrio Bancario, en Godoy Cruz. Una vivienda que apenas se destaca de entre las del vecindario donde está emplazada, pero que esa mañana estuvo prácticamente sitiada por periodistas, curiosos y vecinos.
El Petiso, como todos le dicen a Cornejo, lo esperó en la puerta mientras atendía llamados y escuchaba felicitaciones. Y Paco llegó puntual, apoyado en sus muletas, y sonrió lo más que pudo dadas las circunstancias.
Algunas palabras, el saludo y luego cerraron la puerta. La hora y cuarto durante la cual dialogaron en el living de la casa familiar trascendió al resto del país. No por el contenido mismo de la charla sino porque, sin quererlo, desde esta Mendoza con fama de huraña, de conservadora y no exenta de hipocresías se envió una especie de simbólico mensaje de resignificación de los modos democráticos.
Aunque ya no sean tan frecuentes, entre los mendocinos persiste una tendencia cultural a este tipo de hechos. Sin profundizar demasiado me viene a la memoria que José Octavio Bordón (PJ), Arturo Lafalla (PJ) y Roberto Iglesias (UCR), por ejemplo, gobernaron con un difícil equilibrio legislativo que, aun con fuertes disensos, no les impidió gestionar e incluso que la Legislatura acompañara medidas ejecutivas.
Algo sólo posible cuando se dialoga, se explica, se negocia. También recuerdo la foto del mismo Iglesias junto a su antecesor, Lafalla, y el entonces presidente, Fernando de la Rúa (Alianza), inaugurando el dique Potrerillos, una obra concretada por la acción de dos gobiernos consecutivos y terminada cuando se desataba la tormenta perfecta de la debacle de 2001.
Una más reciente es del foro de ex gobernadores (Bordón, Rodolfo Gabrielli, Lafalla, Iglesias y Julio Cobos) constituido durante el gobierno de Celso Jaque (PJ) como una suerte de asesoría ad hoc para actuar en asuntos de complejidad.
Se trata de hechos tan infrecuentes en los últimos años en el país que hasta suenan insólitos. Fruto del veneno de la intolerancia que corre por las venas de esta “década ganada” que, paradójicamente, se autorretrata como inclusiva e igualitaria.
Para comprobarlo basta con recorrer los foros de lectores de los medios en la web, con chequear lo que dicen nuestros “amigos” en Facebook o con ingresar a cualquier intercambio de opiniones en Twitter. El más liso y llano desprecio por el otro campea en todos ellos.
Habrá quienes crean que la escena en el barrio Bancario estuvo hecha a la medida de quienes Roberto Gargarella denomina “republicanos bobos”. Una categoría cuya creación el pensador adjudica al kirchnerismo una suerte de enemigo perfecto del gobierno cuyos principales atributos son la ineptitud política y una ideología reaccionaria.
El “republicano bobo” sería alguien que vive de ideales abstractos pero que no entiende la política real. Alguien que sólo exhibe principios, pide acuerdos y consensos, reclama equilibrio de poderes, pero nunca se ha mezclado en el barro de la política verdadera.
Sin dudas, una caricatura del verdadero republicanismo descrito por la filosofía política que pregona el ideal del autogobierno colectivo, la participación ciudadana y que repudia la corrupción.
O quizás revele algo más profundo y preocupante: la paulatina degradación que ha sufrido nuestra democracia desde 1983 y que le ha hecho perder la capacidad de organizar la sociedad. Quienes analizan los regímenes democráticos señalan que deben cumplir tres requisitos: autoridades elegidas por voto popular y libre, vigencia del estado de derecho y que, como consecuencia, debe mejorar la calidad de vida de los habitantes.
Es decir, legitimidad de origen, de procedimientos y de resultados. Este conjunto es lo que viene involucionando sin pausa desde hace 32 años.
Cornejo y Pérez no se han llevado bien. Aunque la relación parecía promisoria al comienzo de la gestión del actual gobernador, desde hace al menos dos años sólo se han prodigado malos tratos.
Cornejo y Pérez, entonces, tuvieron un gesto: dos tipos con temperamento calentón y picante fueron capaces de juntarse a desayunar después de atravesar algunas de las horas más estresantes de sus vidas. ¿Será la señal de que vienen días de una convivencia política más racional y constructiva? Sólo el tiempo lo dirá.