Ambos tienen un común denominador: se afectan mutuamente. Además tienen el mismo perjudicado: el ser humano. Cabe preguntarse: ¿el humano está al margen, siendo sólo víctima o es también responsable, en un porcentaje, de los daños al hábitat, producto de desastres naturales?
“Desde el decenio de 1960 la Unesco ha adoptado una estrategia preventiva. Aunque no pueda luchar contra el desencadenamiento de las fuerzas de la naturaleza, el hombre sí puede crear instrumentos de prevención”.
“En 1976, cuando se fundó Hábitat para la Humanidad Internacional, la población mundial era de 3 mil quinientos millones de habitantes. Treinta y ocho años después, la población es de 6 mil millones de habitantes. Si se agrega a esta explosión de la población la rápida urbanización de los países en vías de desarrollo, el resultado es una situación compleja que hasta los urbanizadores más innovadores tienen problemas para mantenerse a la par.
El desafío de las barriadas informa que en 1950 sólo 18% de la población en los países en vías de desarrollo era urbano; en 2000 la proporción fue de 40% pero en 2030 “se predice que los países en vías de desarrollo contarán con 56% de la población urbana” (Karan Kennedy - Directora de Asistencia Internacional en Hábitat para la Humanidad).
Las tormentas, inundaciones, erupciones volcánicas etc, en particular (que afectan nuestra provincia) sismos y aluviones son fenómenos que aparecen ligados a las fuerzas de la naturaleza, por lo que se los denomina desastres naturales.
“El hecho de que dichos desastres estén experimentando un fuerte incremento y se haya más que triplicado su número desde los años 70, llevó a Janet Abramovitz (1999) y otros investigadores a reconocer el papel de la acción humana en este incremento y a hablar de “desastres antinaturales”. ¿Cuál es la diferencia si se reconocen los fenómenos físicos? Simplemente las acciones provocadas por el humano en su hábitat (lugar o espacio en el cual una población biológica puede residir y reproducirse, de manera tal que asegure perpetuar su presencia en el planeta).
Desde la contaminación hasta el cambio climático, pasando por la tala indiscriminada de árboles y la extinción de decenas de especies animales, el daño que causamos al planeta parece no tener límites. La deforestación, por ejemplo, agrava la peligrosidad de las inundaciones; las construcciones que incumplen las normas de seguridad o los planes deficientes de ocupación de los suelos tienen repercusiones catastróficas.
En los últimos veinte años se ha observado un aumento de la frecuencia, el impacto y la amplitud de los desastres naturales, que han causado la muerte de centenares de miles de personas y provocado enormes pérdidas económicas. Los países más pobres son los más afectados porque, al carecer de recursos financieros e infraestructuras suficientes, son incapaces de prever esos fenómenos.
“La ONU ha fijado, entre otros, los siguientes objetivos: crear sistemas de alerta temprana, preparar planes previsores de ocupación de suelos, adoptar planes de construcción apropiados, salvaguardar los edificios escolares y los monumentos culturales, promover trabajos de investigación después de los desastres y adoptar medidas de rehabilitación” (E. Schneider, © Unesco).
El recuerdo de algunos ejemplos nos ayudará a comprender la gravedad y las causas de este incremento de desastres, que caracteriza la actual situación de emergencia planetaria. Los archivos históricos señalan que durante siglos hubo inundaciones del río Yangtze en la provincia china de Hunau uno de cada veinte años, mientras que ahora ¡se repiten 9 de cada 10 años! En la zona del Caribe y Centroamérica siempre hubo huracanes, pero en 1998, el huracán Mitch barrió Centroamérica durante más de una semana, dejando más de 10.000 muertos.
Fue el huracán más devastador de cuantos habían afectado al Atlántico en los últimos 200 años. Después vinieron otros, como el Katrina, de efectos igualmente destructivos y en número siempre en aumento. Las olas de calor en la Europa húmeda se repiten a un ritmo desconocido hasta aquí, intercalando graves sequías e inundaciones.
Año tras año se superan los récords en desastres. Aunque hasta hace poco tiempo han venido afectando muy particularmente a quienes, víctimas de una pobreza extrema, ocupan zonas de riesgo en viviendas sin protección alguna, inundaciones como las que sufre el centro de Europa o huracanes como el Katrina muestran que no queda libre ninguna región del planeta, que nos enfrentamos, de nuevo, a un problema planetario.
Pero no debemos hablar de desastres naturales: “Al destruir los bosques, desecar las zonas húmedas o desestabilizar el clima -señalan los expertos- estamos atacando un sistema ecológico que nos protege de tormentas, grandes sequías, huracanes y otras calamidades. No se trata de accidentes sino de “destrucciones anunciadas, perfectamente previsibles y cuya reducción exige la aplicación sistemática del principio de precaución y que la búsqueda de mayores beneficios económicos a corto plazo deje de primar sobre la seguridad de personas y ecosistemas”.
Reflexión: Ej. “Mendoza con el avance de la desurbanización hacia el Oeste consolidando asentamientos precarios y otros no tanto, permitiendo (el Estado) la modificación de la topografía natural con libertad... facilitando la concentración de agua de lluvia (como masa aluvional) puede invadir el llano generando un desastre” (“Desastres naturales, prevención”-Opinión-Los Andes-10/9/12-Arq. R. M .Romano).