Isabella de la Houssaye y su hija, Bella Crane, luchaban por respirar en el aire poco oxigenado de los altos de los Andes mientras iban por un sendero zigzagueante hasta la cima del Aconcagua, el cerro con la cumbre más alta fuera de la cordillera del Himalaya.
En el pico del Aconcagua, llamado Techo de América, hay alrededor de 40 por ciento menos oxígeno disponible que el que hay a nivel del mar, por lo que se complica respirar y hay un riesgo de sufrir mal de altura que puede ser mortífero y que padecen incluso los andinistas más fuertes.
Isabella tiene cáncer de pulmón etapa IV. Para ella era especialmente difícil respirar.
Ella y su hija llevaban cinco horas de un trayecto de catorce hacia la cima cuando Bella, de 22 años, se desmoronó a casi 6.400 metros de altura. Por debajo suyo se extendía de manera vasta la montaña repleta de nieve, un paisaje impresionante, pero Bella no estaba enfocada en la vista.
"No sé por qué estamos aquí, no entiendo por qué estamos haciendo esto", le dijo a su madre mientras reposaba su mochila en un montículo rocoso con la luz de madrugada de fondo.
Durante dos décadas, Isabella, aventurera entusiasta de 55 años que ha sido por mucho tiempo montañista, maratonista y triatleta, así como su esposo, David Crane, financiero de la industria energética, han criado a sus cinco hijos en el amor por las aventuras. Las excursiones -como andar a caballo desde Siberia hasta el desierto de Gobi en Mongolia- después llevaron a los hijos a tener sus propios hitos atléticos.
Cason Crane, el mayor, se convirtió a sus 20 años en el primer montañista gay en alcanzar los picos más altos de cada continente, las llamadas Siete Cumbres. El segundo, David Crane, fue en bicicleta desde El Cairo hasta Ciudad del Cabo a los 19 años.
Cuando Bella tenía esa misma edad hizo el sendero de la Cresta del Pacífico, una ruta de 4.286 kilómetros que va desde la sierra Nevada mexicana hasta la cordillera de las Cascadas en Canadá.
En 2018, el cuarto hijo de la pareja, Oliver, se volvió a los 19 años la persona más joven en remar sola por el océano Atlántico. Christopher Crane, el más joven con 16 años, es de los mejores corredores de largas distancias colegiales en Nueva Jersey.
Cuando Isabella fue diagnosticada en enero de 2018, no estaba segura de si tendría meses de vida o semanas. Quedó confinada a una cama y tenía dolores fuertísimos por los tumores en la pelvis, columna y cerebro. Clasificó para un tratamiento de prueba en el que le prescribieron dos medicamentos contra el cáncer para aliviar el dolor y que bloquean la metástasis de las células cancerosas. El tratamiento usualmente es efectivo durante dieciocho meses; después, la condición del paciente se deteriora.
De acuerdo con la Asociación Estadounidense contra el Cáncer, la tasa para vivir cinco años entre la gente con cáncer de pulmón que se entera de su diagnóstico cuando ya está en etapa IV es de un cuatro por ciento. La mitad fallece en un plazo de ocho meses. Algunos pocos han vivido hasta una década. Isabella, quien dice estar agradecida por tener acceso a cuidado médico de excelencia y a un tiempo "extra" de relativa buena salud, espera sumarse a la última estadística. Cree que su enfoque holístico del tratamiento ha ayudado a mitigar los efectos secundarios de las medicinas experimentales, los cuales suelen ser debilitantes.
El año pasado, a medida que recuperaba un poco de su fuerza, hizo planes para embarcarse en una aventura —quizá por última vez— con cada uno de sus hijos, que ahora tienen entre 16 y 25 años. Había lecciones que les quería impartir sobre la persistencia, la fortaleza y la concientización.
En abril de 2018 viajó más de 800 kilómetros por el Camino de Santiago en España con Oliver. En junio corrió un maratón en Alaska con Cason. Luego, en septiembre, ella, su esposo y tres de los hijos completaron un ultramaratón de 128 kilómetros en Kazajistán. Una semana después, ella y su hijo David corrieron en Corea del Sur un Ironman: un triatlón que consiste en nadar 3,8 kilómetros, hacer ciclismo por 180 kilómetros y luego un maratón, de 42,2 kilómetros.
En enero de este año ella y Bella, su única hija, viajaron a Argentina para conquistar el Aconcagua junto con un equipo en el que había otra pareja madre-hija y dos guías, así como una reportera y un fotógrafo de The New York Times.
En términos técnicos, Aconcagua es una montaña relativamente sencilla porque no es necesario escalarla con arnés, picos o grandes capacidades de alpinismo. Pero llegar a la cima lleva dos semanas que incluyen dormir en tiendas de campaña con temperaturas heladas y vientos brutales. Solo el 40 por ciento de quienes intentan llegar a la cumbre lo logra. Isabella, considerablemente debilitada por la quimioterapia y con un peso menor a 45 kilogramos, sabía que la montaña las iba a desafiar. Pasar por ese sendero era parte de su intento de darle unas últimas enseñanzas a su hija, entre ellas acoger no solo los triunfos, sino los dolores de la vida. "El júbilo y el sufrimiento, ambos", dijo.
Isabella y Bella no parecían estar preocupadas en el primer día del trayecto por el valle de Vacas camino a la base del Aconcagua. El día era caluroso y el cielo lucía resplandecientemente celeste con algunas nubes. El sendero, rodeado por rocas rojizas, no era tan complicado.
"Cuando hago estas cosas es que recuerdo lo mucho que he mejorado", dijo Isabella al empezar la caminata.
Creció en una zona rural de Luisiana de padres conservadores, estudió en la Universidad de Princeton y luego se especializó en Derecho en la Universidad de Columbia. Tenía 40 años cuando correr empezó a gustarle. Para los 45 ya estaba haciendo carreras de 160 kilómetros por Libia y Namibia.
Al nacer sus hijos dejó su carrera de abogada para la firma Lehman Brothers y se enfocó en la crianza. Estaba empezando a pensar en el día en el que todos los hijos hubieran dado el paso fuera de la casa cuando los doctores le dijeron que tenía cáncer terminal. "Sentí que pasé de vivir con mis padres a vivir con mi esposo a tener hijos y, justo cuando sentí que iba a tener nuevas libertades, me dieron el diagnóstico", comentó Isabella mientras se ajustaba la mochila por encima del catéter en el pecho a través del cual recibe el tratamiento experimental.
"Ella es el cimiento de nuestras vidas, nuestro impulso", dijo Bella mientras le pasaba a su madre la botella de agua que estaba cargando para aligerar la mochila de Isabella.
Mientras espera nuevos tratamientos, Isabella de la Houssaye intenta dar el ejemplo a sus hijos sobre el poder de la persistencia, la fortaleza y convicción.
Fuerza interna para seguir avanzando
Las últimas 6 horas fueron durísimas, madre e hija llegaron al Techo de América. Exhaustas, se abrazaron e Isabella se secó las lágrimas. Las montañas siempre la hacen llorar, dijo. De regreso en el campamento 3, Isabella tenía una sonrisa triunfal. El futuro seguirá siendo difícil, pero ese fue un muy buen día."Era importantísimo para mí que Bella y yo tuviéramos juntas esta experiencia", comentó. "Quería enseñarle que cuando los asuntos se vuelven difíciles sí puedes encontrar la fuerza interna para seguir avanzando".