Dejalo llorar al pibe, al fin y al cabo los hombres tenemos derecho. La amargura es grande. Reventó el globo de la ilusión este Defensores de Pronunciamiento. Fue más que el Chacarero en 180 minutos de fútbol. Ganó en su tierra y se hizo grande para nublarle la razón a un equipo que de local presumía condición de imbatible.
La última derrota como local sucedió en la Primera Fase, frente a Jorge Newbery (VM). Después, pasaron equipos grandes por el Este provincial y todos (o casi) mordieron el polvo de la derrota. Ese que el León se sacudió en el amanecer de este torneo, luego de un inicio poco menos que decepcionante.
Dos derrotas consecutivas y un empate hicieron presagiar un año más cargado de altibajos y pocas alegrías. Sin embargo, la mano de Busciglio comenzó a moldear un equipo que cambió su número telefónico (pasó del 4-4-2 al 3-4-1-2) y los triunfos (y los goles) comenzaron a llegar.
Con Villaseca liderando a partir de sus 19 goles, con Bastianini portando la cinta de capitán y con un grupo que se consolidó durante el transcurrir del torneo, el Albirrojo encontró la forma ideal para no romperse ante la presión (esa gran virtud que todo DT debe tener, según el decálogo de Marcelo Bielsa).
A ese rendimiento se abrazó como nunca antes el hincha y rompió las boleterías. Fue la comunión perfecta. Anoche 15 mil almas le dieron su voz a la ilusión. Gritaron, se abrazaron y terminaron llorando por lo que pudo ser y no fue.
Por estas horas no habrá demasiadas respuestas para lo que pasó anoche. El fútbol es así. Muchas veces se nutre de momentos, situaciones y hasta imprevistos. Estaba todo dado para que el Libertador General San Martín fuera una fiesta.
Quizás por eso la derrota duele más. Porque había confianza de sobra en alcanzar el objetivo. De recuperar parte de esa historia que hizo al club un gigante del Interior.
Esta gran temporada permitió tirar a la basura unas de las grandes creencias de estos tiempos: no hacen falta billeteras gordas para armar planteles que den batalla cada fin de semana. Esta vez bastó con una dirigencia honesta, decidida a acompañar más allá de los resultados.
Es cierto que la jerarquía muchas veces tiene un precio demasiado alto, pero también lo es que no existen verdades para este fútbol bendito.
Viguet, el gran descubrimiento de este cuerpo técnico, a sus 17 años, rindió pruebas de carácter en cada partido. Fue el representante de la sangre joven con que el plantel se nutrió. Sus goles marcaron el rumbo en varias ocasiones, por eso duelen las lágrimas.
Este plantel no merecía un final así. Faltó un plus, un poco más cuando lo exigía la situación, pero nadie podrá reprochar nada.
Ahora es tiempo de descansar. Mañana habrá que volver a empezar. Quizás la única y gran certeza de este cierre de año sea que la caída ya finalizó.
El León se sacudió el polvo después de un "porrazo" inolvidable y está nuevamente de pie.
La derrota de anoche no lo puso de rodillas. Eso, por estas horas, como las lágrimas del pibe (¡dejalo llorar, che!) quizás sea lo más valioso por estas horas.