Derrocamiento de un prócer

Derrocamiento de un prócer

El 28 de junio de 1966 se produjo el derrocamiento de un prócer de la República: Arturo Illia. Había sido electo en 1963 como Presidente de la Nación. Hoy su figura ha trascendido por su honradez, austeridad y decencia.

Sin embargo, se lo ha retaceado como estadista. Dicho calificativo ha sido otorgado por parte de la intelligenza argentina a quienes gobernaron con el Plan Conintes que negaba las garantías individuales durante su período y los contratos petroleros donde el Congreso no intervino.

Illia fue un estadista por: 1) derogar dichos contratos pues no se cumplió con el requisito de ser aprobados por el Legislativo por lesivos a la soberanía nacional;

2) las Naciones Unidas, en 1965 sancionaron la Resolución 2065/XX mediante la cual se dejó sin efecto el principio de autodeterminación de los pueblos ya que los kelpers eran habitantes de las Malvinas traídos desde Inglaterra y por ende no eran ciudadanos nativos de dichas islas, recomendando negociar diplomáticamente en igualdad de condiciones con nuestro país;

3) se sancionó la ley de medicamentos que aseguraba la garantía de pureza, dosis y calidad de los remedios, afectando a las empresas multinacionales que distorsionaban el mercado;

4) en política exterior, además de no enviar tropas argentinas para apoyar la intervención de los Estados Unidos en República Dominicana, le vendió la cosecha de trigo a Rusia en plena Guerra Fría;

5) en materia económica la balanza comercial que había sido deficitaria desde 1954 a 1962, tuvo en el período 1963/65 un saldo favorable de más de 1.000 millones de dólares;

6) el presupuesto educativo alcanzó 25%, igual al de Yrigoyen, el mayor de la historia. Además impulsó el plan de Alfabetización con 12.000 centros educativos y 350.000 alumnos desde los 16 a 80 años;

7) la austeridad en el gobierno llegó a tal punto que no utilizó durante su gestión un peso de los gastos reservados a la Presidencia, devolviéndolos íntegramente;

8) el respeto irrestricto a la libertad de expresión, llegándose por algunos diarios interesados en su derrocamiento a que la figura presidencial cayera en ridículo (la figura de la tortuga de la revista Tía Vicenta, por citar un ejemplo);

9) la sanción de la ley del salario mínimo, vital y móvil para los trabajadores.

En síntesis, se trató de un oasis en el ámbito institucional que respetó las autonomías provinciales, gobernando sin mayoría en el Congreso, todo en sólo dos años y medio. Su figura y su ejemplo moral constituyen un faro de luz para las nuevas generaciones.

En estos tiempos de corrupción asfixiante, donde también se dice que “los tiempos han cambiado” y que la historia de la humanidad debe estar unida a la existencia del “mercado” y a la supuesta “libre competencia”, donde el tiburón se come a las sardinas, como decía el gran latinoamericano Juan José Arévalo, la conducta, la decencia y el cálido recuerdo de un gran gobierno no pueden pasar desapercibidas.

En realidad el ilustre desaparecido Arturo Illia y todos sus funcionarios, quienes también honraron sus cargos y prestigiaron a la República, no necesitan este recuerdo. Lo necesitamos nosotros, lo necesitan los jóvenes para crear gobernantes honrados y capaces, para que nuevamente podamos decir como el Himno...

Juan Fernando Armagnague
LE 7.662.430

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