Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Así como la derecha trumpista es la novedad política mundial de esta segunda década del siglo XXI, la novedad de la primera década la constituyó la izquierda bolivariana que pululó a lo largo y lo ancho de América Latina y que logró un apoyo significativo de los principales intelectuales progresistas de Occidente.
Si razonamos en términos tradicionales de izquierda y derecha, nada debería de haber más contrapuesto entre sí que esos dos extremos ideológicos, sin embargo el trumpismo reivindica importantes banderas que levantaba el bolivarianismo y éste se siente más que atraído por el trumpismo. Esta neoizquierda tiene como enemigo único a la globalización neoliberal, a la cual ve expresada en tres vertientes ideológicas: la socialdemocracia europea, el conservadurismo republicano y el liberalismo clinton-obamiano. Y justamente Donald Trump llegó al poder enfrentándose a los tres, incluyendo a los mismísimos conservadores.
Esta neoizquierda populista simpatiza con las teocracias islámicas o el trumpismo porque los considera enemigos de sus enemigos globalizadores. Parece la antípoda total de lo que fue el marxismo de Marx, ya que éste no sólo jamás se puso en contra de las viejas globalizaciones capitalistas sino que fue su más ardiente defensor. Hoy, en cambio, aparece una nueva izquierda supuestamente socialista y también una nueva derecha supuestamente capitalista que defienden el aislacionismo antiglobalizador. Carlos Marx y Adam Smith deben estar revolcándose en sus tumbas.
Marx valoraba del capitalismo su universalismo, su apertura, su capacidad de llevar el modo de producción más avanzado a los más apartados lugares del mundo, dominados por absolutismos y feudalismos atrasados. Eso para él era el progreso contra la barbarie, aunque también trajera nuevas injusticias.
El marxismo clásico decía que en el capitalismo estaban contenidos los mayores progresos del mundo y a la vez los mayores obstáculos para proseguirlos hasta sus últimas instancias. Por eso tarde o temprano habría que sustituirlo por un sistema superior, pero no ponérsele en contra. En contra se le ponía solo el pasado de ese entonces: los reaccionarios de derecha y los socialistas utópicos. Hoy la izquierda populista y la derecha trumpista son las dos versiones del pasado, que además se admiran mutuamente.
Con el bolivarianismo latinoamericano la izquierda postmuro de Berlín creyó encontrar un nuevo camino al socialismo que obviara la globalización, o que mas bien la combatiera. Pero habiendo este proyecto latinoamericano fracasado estrepitosamente, ahora sus defensores se dejan seducir por Trump que les promete el mismo camino antiglobalizador aunque ya no sea desde el socialismo sino desde el fascismo. Lo que son meros detalles porque lo importantes es que Trump le está concretando todos los sueños a esa izquierda, por eso no pueden evitar admirarlo, aunque no le gusten, por allí, algunas “pavaditas” racistas. Vale, entonces, recordar en qué coincide esa izquierda socialista antiMarx con Donald Trump.
* En que Trump busca hablarle al pueblo sin intermediarios de los partidos. Es un líder cesarista como lo son la totalidad de los bolivarianos (Führerprinzip, se dice en alemán).
* En que el mal absoluto de la globalización tuvo como principal penetrador al multilateralismo y a los organismos internacionales como el NAFTA, la OTAN, o el reciente Tratado del Pacífico.
* En que el proteccionismo es superior al librecambio.
* En que ambos buscan ponerle freno a las corporaciones desde el poder superior del Estado, que había sido avasallado por éstas.
* En que el periodismo es el verdadero enemigo, porque las élites políticas están en decadencia mientras que la prensa no, por eso es lo primero que se debe destruir ya que los decadentes se apoyan en ella para seguir dominando.
* En que todo anduvo peor desde que se cayeron los muros (esta izquierda es la viuda del mundo previo a la caída del muro de Berlin y ahora Trump está construyendo un nuevo muro más a tono con la época: aquel era para que nadie saliera, éste para que nadie entre, pero las dos vertientes quieren que existan muros).
* El Estado nación sigue siendo el corazón del mundo y por lo tanto el nacionalismo debe seguir siendo la gran ideología mundial, como en siglos pasados.
* En que la división de la sociedad en dos sectores antagónicos es positivo.
* En que la culpa siempre es ajena por lo que la autocrítica es inexistente.
Demasiadas coincidencias para que los pueda separar alguna circunstancial cercanía de Trump al Ku Klux Klan. El imperio ha renacido y junto a él la izquierda antiimperial hace su reingreso triunfal cuando parecía terminada o recluida en el desastre venezolano.
Sin embargo, ponerse en contra del multilateralismo y de los organizaciones continentales es un tremendo error histórico porque al nacionalismo imperial no se lo puede combatir con el nacionalismo de los países emergentes, sino con la construcción de una globalización política que limite la financiera y que permita negociar por bloques. Trump, en cambio, lo que quiere es impedir que los países se sigan organizando continentalmente, para que EEUU, en tanto país continente, pueda negociar con cada uno por separado, en condiciones de superioridad.
Se habla de que Trump expresa al Estado contra las corporaciones. Pero es imposible que un grupo de fundamentalistas raciales, militares de mano dura y dueños de grandes empresas vayan a luchar en contra de las corporaciones, a las que Obama había de alguna manera limitado dándole cierta autonomía y fortaleza relativas al Estado. En realidad el trumpismo es la ideología corporativa en su versión más feroz y extrema que se pone directamente al frente del Estado para unificar el poder político y el económico y así juntos evitar que ese imperio sea sustituido por otros.
Creen, para terminar, que Trump, como se define proteccionista, es su aliado en la lucha contra la ideología neoliberal, cuando éste sólo quiere proteccionismo porque sostiene que EEUU le da al mundo más de lo que el mundo le da a EEUU y quiere volver a los buenos viejos tiempos donde el mundo era sólo de ellos y de los rusos. Pero puertas adentro, Trump es un neoliberal hecho y derecho: llama a los más poderosos y despiadados empresarios capitalistas a ejercer el gobierno (dueños, no Ceos) , quiere acabar con las políticas sociales de Obama, quiere privatizar la educación, quiere bajarle los impuestos a los más ricos.
No obstante, a pesar de todo esto, la izquierda bolivariana que intentó acabar con la globalización desde la periferia latinoamericana, hoy está feliz de que la derecha norteamericana intente hacer lo mismo que ella pero desde el centro del mundo. Con mucho más poder para lograrlo.
En fin, que interpretar estos nuevos tiempos desde las ideologías de la derecha y la izquierda, sirve para poco y nada. Habrá que pensar desde otro lado.