Por Marcelo Zentil - mzentil@losandes.com.ar
Desde chico, Alfredo Cornejo tiene una misma obsesión: manejar el equipo, ser el estratega, el que manda. Lo cuentan sus amigos de aquella época en la que soñaba con ser como Ricardo Bochini, el genial 10 de Independiente. Por entonces, claro, su mirada estaba puesta en el fútbol. Ya de grande y metido de lleno en el barro de la política, su otra pasión, nada cambió.
Ese estilo es el que ha marcado sus primeras semanas en el Gobierno y seguramente serán iguales los casi cuatro años que restan: todas las pelotas, como en su infancia y juventud sancarlina, deben pasar por él y es él quien marca las jugadas y le dice a cada compañero cómo moverse. El que no sigue ese juego debe atenerse a las consecuencias.
Sólo entendiendo esto se puede comprender el gabinete que armó: salvo Enrique Vaquié, el único con vuelo político propio, el resto son ministros y secretarios Cornejo-dependientes: no existían antes de él y muchos difícilmente existan después de él en la primera línea de la política mendocina.
Por eso, todo lo consultan con su jefe, incluso si contestan alguna pregunta de la prensa. Por las dudas que alguno se anime a desmarcarse, el Gobernador habla a menudo con los subsecretarios, para saber en qué anda cada uno. De hecho, es en esa segunda línea donde ubicó a muchos de sus leales de hace años.
Un ejemplo contundente de la marca personal que ejerce Cornejo es la decisión de controlar personalmente los viajes de sus funcionarios: él deberá autorizar cada salida fuera de la provincia, como publicó en la semana el diario Vox.
El objetivo es el mismo que se ha planteado en cada área, ahorrar, y la explicación suena atinada: muchos se abusan de las estadías en Buenos Aires y vuelven sin nada. Ahora, deberán empezar las gestiones por teléfono y viajar sólo para firmar el acuerdo.
Él ya empezó a dar el ejemplo: el viernes viajó a la Fiesta del Chivo en Malargüe, pero en vez de quedarse a dormir allá, fue con dos choferes y pegó la vuelta apenas terminó la función. Quedarse implicaba pagarle el hotel también a la custodia y el chofer.
Pero una vez fijadas las pautas, suena excesivo que Cornejo en persona deba firmar la autorización. Una tarea más propia de un contador o un administrador que de un gobernador cargado de problemas y con la obligación de mirar más allá del día a día.
El poder es mío, mío, mío
A diferencia de sus antecesores, Cornejo no comparte el poder con nadie. Él y sólo él decide. Su vice, Laura Montero, lo acompaña y lo apoya, pero está claro que no participa en la toma de decisiones. Se vio claramente en el armado de la nueva estructura del Gobierno y los nombres del gabinete.
Desde el regreso de la democracia, en 1983, sólo el peronista Arturo Lafalla vivió una situación similar, pero en otro contexto político: era claramente el final de un ciclo, con un peronismo en dispersión y con un vice, Jorge López, que asumió manchado por el escándalo del Banco Mendoza.
El radical Felipe Llaver debió lidiar dos años con José Genoud, su segundo y a la vez su máximo rival interno, hasta que logró “mandarlo” al Senado de la Nación.
El peronista José Bordón tenía en su vice, Lafalla, a su contrapeso y gran socio político. Rodolfo Gabrielli gobernó bajo la sombra de Bordón y la influencia de Lafalla.
En 1999, Roberto Iglesias llegó por el respaldo de la UCR y su gabinete se “parceló” entre los distintos sectores internos. Lejos estaba de tener el poder para hacer y deshacer a su antojo.
Julio Cobos empezó condicionado por Iglesias, con un vice con gran peso político como Juan Carlos Jaliff y un “hombre fuerte” entre los ministros, Cornejo.
El peronista Celso Jaque tuvo en su propio gabinete a su “gobernador en las sombras”, el secretario general Alejandro Cazabán, que lo remplazaba cuando se iba de viaje e incluso cuando su ánimo flaqueaba.
El caso de Francisco Pérez, por reciente, es más recordado: su segundo, Carlos Ciurca, ejerció el “doble comando” como ninguno, condicionándolo políticamente y llevándolo a tomar decisiones que en principio rechazaba.
Nada de esto pasará con Cornejo. Él es el líder indiscutido del partido y del Gobierno, por lo tanto, el que define; aunque tiene el buen gesto de comunicarle previamente a los involucrados lo que decidió.
Claramente, y el ejemplo es muy cercano, no es bueno para Mendoza un gobernador débil políticamente y sin liderazgo. Aunque la excesiva concentración de poder quizá tampoco sea la mejor opción, por los riesgos institucionales, pero también por la lentitud en los procesos de decisión.
De hecho, tras más de un mes de gestión, los casilleros en el nivel de direcciones siguen completándose. Demasiado lento para un gobernador que fue elegido casi seis meses antes de asumir, un tiempo más que suficiente para llegar con el equipo definido hasta el último suplente.
Cornejo fue el que puso cada nombre y le dejó muy poco margen a sus ministros para elegir. Y en ese tire y afloje personal, el tiempo pasó. Por eso, ya hay algunos legisladores del oficialismo que hablan del “riesgo de municipalizar” la provincia.
En estos 40 días de nuevo gobierno, en realidad no hubo mucho nuevo bajo el sol mendocino. Sí, es cierto, se cumplió con las obligaciones básicas que Pérez no venía cumpliendo, como pagar los sueldos en tiempo y forma. Y eso ya parece mucho.
También se estrecharon vínculos con la Nación: el presidente Macri dedicó su primer anuncio oficial de una obra pública a la doble vía Mendoza-San Juan.
Pero no hubo hechos o gestos que marcaran por sí solos un cambio de época. Un renacer.
Cornejo es enemigo de “vender humo” o de los anuncios desmedidos, algo de lo que hubo mucho desde Cobos hasta ahora, y se esfuerza por no caer en esa tentación.
El contexto económico general y el financiero de la Provincia tampoco lo ayudan y lo obligan a anticipar un “gobierno austero”, no sólo en gastos sino también en concreciones.
Pero hay ideas que no cuestan plata: a veces para hacer algo bien basta lo mismo que se gasta en hacerlo mal. Y eso todavía no se ve.
Tal vez sea pronto, pero al menos se perdió la oportunidad del golpe de efecto.
El que las hace, las paga
Quizá el Gobernador tenga en los desmanejos de la gestión anterior su oportunidad de trascender. Al fin de cuentas, fue en esos desmanejos que cimentó su candidatura primero y su triunfo electoral después.
El informe de la Auditoría General de la Nación (AGN), encargado por Montero, vino a confirmar aquella denuncia constante de pésima gestión, aunque el pasivo detectado de 16.500 millones de pesos supera incluso la peor de las estimaciones.
Pasada la elección y ya a cargo de la Provincia, Cornejo no puede seguir mucho tiempo más machacando sobre todo lo que hizo mal su antecesor.
Primero, porque no hace falta: ya todos lo saben, hasta los peronistas. Segundo, porque corre el riesgo de perder el vital primer año de gestión quejándose y equivocarse como el también radical Iglesias hace 16 años.
Lo que sí puede hacer es cumplir con aquella vieja sentencia: “El que las hace, las paga”. Y es ahí donde entra en juego la Justicia. Tiene a su disposición no sólo el informe de la AGN, pese a algunos puntos flacos que le achacan, sino también los datos y desaguisados que sus propios funcionarios se encontraron luego de asumir.
Sin caer en la demagogia de “que vayan presos todos”, si Pérez y los suyos hicieron todo lo que dijo antes, durante y después de la campaña electoral, entonces deberían tener un castigo ejemplificador, para que nunca más alguien se atreva a abusar de los dineros públicos, sea por un negociado o por impericia para ejercer el cargo.
Pero el Gobernador, es al fin de cuentas, un miembro de la corporación política y, como tal, parece difícil que vaya contra sus pares, sean peronistas o propios, aunque hayan sido dañinos para la provincia y su futuro.
Si todo lo que dijo hasta ahora sobre el gobierno de Pérez queda en la denuncia mediática y la especulación política, entonces, lo de Cornejo no habrá sido más que cháchara o, como le gusta decir a él, “biri biri”.