Demócratas que apoyan dictadores - Por Carlos Salvador La Rosa

Demócratas que apoyan dictadores - Por Carlos Salvador La Rosa
Demócratas que apoyan dictadores - Por Carlos Salvador La Rosa

No es la primera vez que pasa. Durante todo el siglo XX personas de izquierda que criticaban a las democracias capitalistas por no ser tan democráticas como imaginaban, terminaron defendiendo dictaduras de la peor calaña (tan tenebrosas como las de derecha) sólo porque se denominaban de izquierda.

No obstante, se supuso que con la caída del muro de Berlín y de la URSS, la izquierda había aprendido la lección y desde ese momento sólo se dedicaría a darle contenidos más sociales, más igualitarios, más redistribucionistas a las democracias existentes, no a las imaginadas. El progresismo fue el nuevo nombre de la izquierda democrática, la que seguía queriendo la revolución, pero mediante la paz y por medios sólo electorales. O al menos esa pareció. Porque ahora Venezuela está poniendo a prueba esa conversión.

Como si  el progresismo hubiera devenido una versión light del stalinismo que aunque no vulnere la democracia de sus países, defiende a quienes la vulneran en los suyos. Una izquierda que por odio al liberalismo, el capitalismo y la globalización apoya a teocracias como la iraní, tal cual lo hizo Cristina Kirchner en la cuestión AMIA, a instancias de Hugo Chávez. Una brutal regresión por la cual para el kirchnerismo, Venezuela era la Meca de la revolución hacia donde quería marchar, y para el chavismo la Meca era Irán, a quien buscaba imitar. Delirante por donde se lo mire, pero real.

Desde Argentina los K pensaban que el modelo bolivariano en  términos de democracia revolucionaria estaba más avanzado que ellos. Ahora ya no dicen exactamente lo mismo pero tampoco nada sustancialmente distinto. A pesar de que el socialismo siglo XXI mostró hacia dónde iba y por ende en dónde está terminando.

Comenzó con Chávez como una democracia electoralmente legítima aunque con crecientes rasgos autoritarios pero que dio  un salto cualitativo hacia el totalitarismo cuando al perder Maduro la elección legislativa de 2015, de allí en más recurrió a todas las variantes existentes del fraude.

La diferencia con Cuba es que en vez de clausurar las instituciones republicanas, las vació, las cooptó o les puso otras por encima. Chávez a los gobernadores opositores les superpuso una especie de supergobernador regional elegido por él que le quitaba los poderes a las autoridades legítimas provinciales. Luego Maduro creó una Asamblea Constituyente para reemplazar a la Asamblea Nacional, o sea al Congreso en manos opositoras. Los jueces elegidos por éstos están todos en el exilio y hoy el Tribunal Superior de Justicia está en manos de capataces de Maduro. Así en todo.

Sin embargo, más allá de esa fachada seudodemocrática que en vez de expresar un socialismo siglo XXI  sirve para enmascarar una dictadura siglo XXI, lo terrible de este gobierno es su total incapacidad para cubrir las necesidades mínimas de su pueblo. Entonces, además de los muertos por represión, la mayoría está sucumbiendo por el hambre, la falta de medicamentos o porque cualquiera puede ser muerto en cualquier lado por el delito fuera de todo control.

Hoy este totalitarismo ineficaz hasta como tal, ha logrado que Venezuela tenga dos presidentes. Uno, el Legislativo, con la legitimidad que le otorga ser designado por los últimos representantes populares electos sin fraude. Y otro, el Ejecutivo, que carece de legitimidad democrática, pero que tiene toda la fuerza de su lado.

No obstante, pese a que hay dos gobiernos, en Venezuela ha desaparecido el Estado porque ya no puede cumplir ninguna de las funciones que le corresponden a cualquier Estado, sea éste democrático o no. Salvo mantener en el poder y sostener los privilegios de su oligarquía política. O sea, en Venezuela se ha vuelto en los hechos a una sociedad sin Estado, donde en todo caso, bandas armadas se enfrentan contra un pueblo desarmado, pero hoy más movilizado que nunca.

Los defensores externos de este régimen caótico ahora quieren aplicar el argumento que sirvió en Cuba, de que la culpa de lo que pasa es del imperialismo, cuando EEUU le sigue comprando su petróleo, lo único que vende este emirato latinoamericano. Si algo tiene el drama venezolano es que lo armaron los chavistas sin ningún tipo de ayuda o de ataque, lo hicieron ellos solitos siguiendo hasta las últimas consecuencias la lógica de su prehistórico modelo de gobierno.

Lamentablemente, que gobiernos de izquierda democráticos como el de México y el de Uruguay todavía sigan defendiendo ese mamotreto insostenible, habla mal de toda la izquierda en su capacidad de renovarse en sentido democrático. Y para peor, justo hoy que surge una derecha mediante las urnas que tampoco parece ser muy democrática en sus contenidos.

Por eso la pregunta que hay que  hacer es por qué la izquierda democrática defiende dictaduras.

Hasta 1989 toda la izquierda  creía que el progreso estaba de su lado. Por lo tanto en nombre de la revolución, entidad sagrada que inevitablemente llegaba, se podía justificar cualquier cosa, incluso suprimir la democracia temporalmente. La izquierda creía en el progreso pero no en la democracia, a la cual en todo caso consideraba un medio para el fin, la revolución.

Con la caída de la URSS la taba se dio vuelta. Ahora el progreso pareció ir para el otro lado. Luego de décadas en que tanto derechas como izquierdas creían que el mundo iba hacia la izquierda -unos con tristeza y otros con felicidad-, todo cambió:  el futuro en sus tendencias se tiñó de globalización capitalista y el socialismo se hizo recuerdo. “El pasado de una ilusión” lo denominó el historiador Francois Furet. Entonces la izquierda se volvió conservadora o reaccionaria: como el progreso iba hacia la derecha mejor dejar las cosas como están y si es posible, que vuelvan para atrás.

Y para colmo desde entonces, como recién dijimos, se llamaron progresistas cuando lo único que querían era ser regresistas. Y se llamaron así porque era una forma  más tibia de calificarse, puesto que la palabra izquierda estaba pasada de moda o traía reminiscencias de la URSS.

Tanto intentaron ser regresistas y  además lo hicieron tan mal, que ahora han asumido ese papel los verdaderos regresistas, los que tampoco están conformes hacia dónde marcha el mundo pero que en vez de hacer la revolución quieren volver al fascismo, a la monarquía, a un capitalismo proteccionista, ultranacionalista y autoritario. Esa izquierda reaccionaria logró la derecha reaccionaria que supo conseguir, la cual  avanza rauda y exitosamente por todo Occidente.

En síntesis, lo de Venezuela es un raro experimento: un decadentismo siglo XXI apoyado por muchísimas mentes supuestamente ilustradas de la izquierda occidental que se asustaron tanto con un progreso que no marchaba según sus deseos que decidieron volver atrás, construir otra vez el muro de Berlín.

Venezuela no es más que la cara monstruosa de ese intento por izquierda de regresar a las tinieblas.

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