Por Julio Bárbaro Periodista- Ensayista - Ex diputado nacional - Especial para Los Andes
Tengo amigos que últimamente se han vuelto macristas. No está mal, imagino que es fruto de la necesidad de comprometerse con el presente. Al menos, es sólo eso en aquellos que nada tienen que ver con el Gobierno. También están los beneficiarios, esos están siempre, algo reciben por aplaudir, y aplauden. Y hasta hay algunos que aplauden siempre, son oficialistas permanentes, suelen ser llamados oportunistas. Y los que coinciden con el pensamiento de fondo, esos son los verdaderos oficialistas.
En un grupo donde nos une el afecto (contra Cristina sólo una hacía silencio) ahora, si criticamos a Mauricio, hay dos que reaccionan y lo defienden apasionados. Se enojan, creen, necesitan creer y ven brotes verdes donde nosotros -los otros- por ahora no vemos nada.
Una democracia necesita de pocos fanáticos y muchos independientes comprometidos. Es como si caminaran en paralelo la amplitud mental y la independencia económica. En el gobierno anterior se impuso una visión única de la política que enfrentaba a los disidentes como enemigos. Todas sus opiniones eran dogmas, con un fanatismo muy común en los conversos, que suelen ser más fanáticos que los creyentes de siempre. Un funcionario de Aduana pateó la mesa, expuso una mirada personal que muchos califican de sacrílega. En rigor, expresó a un pequeño sector de la sociedad que piensa como él y ahí nació el debate: primero sobre su derecho a expresarlo, y luego sobre si ese derecho lo podía ejercer un funcionario.
La democracia va generando sus propias reglas, nuevas desde ya. Venimos de un gobierno que se imaginó propietario del pensamiento único, y salir de eso no es sencillo, nos está costando bastante. Habían asimilado la política al fútbol, en consecuencia una “defendía los trapos”, como dijo la diputada, o alentaba a la hinchada, como planteaba la Presidenta. En el deporte sólo se puede criticar al técnico, no se piensa, se aplaude, se alienta; la camiseta es para siempre, aun cuando nos cambien el equipo. No es que degraden a la política -o al menos no es sólo eso-, es que le quitan el ingrediente de las ideas y en consecuencia la dejan sin esencia. La pasión sin ideas suele ser la negación de la política, su contracara más oscura. Y las escuchas desnudan una concepción del poder que poco y nada se parecía a la democracia.
Debemos salir de la falsa concepción que instala a Macri en la derecha y a Cristina en la izquierda. Esa disyuntiva nos deja sin opción. Macri es de centro derecha, democrático, y Cristina también es de centro derecha, pero en su versión autoritaria. Que Cristina haya invitado a los organismos de derechos humanos y a otros supuestos progresismos para que la acompañen nada tiene que ver con sus ideas. Eran invitados, no modificaban ni alteraban los discursos ni las riquezas. La concepción personalista del poder suele disfrazar sus ambiciones con sueños justicieros.
Perón había logrado una sociedad integrada, por eso su memoria sigue presente. Menem y los Kirchner tan sólo parasitaron ese recuerdo, por eso ambos terminan siendo solo parte de una vigencia pasajera. Hoy nos debatimos entre democracia o anarquía, todavía no logramos imponer la convivencia.
Hay encuestadores y políticos que siguen utilizando la figura de Cristina como fantasma para ordenar una realidad a su medida. Entonces la miden y agigantan porque la necesitan, imaginan una sociedad limitada a optar entre Cristina y Macri. Y de esos hay de los dos lados, desde el kirchnerismo son todos, desde el Pro solo algunos. Para los kirchneristas, al considerar seguro el fracaso de Macri recuperan el sueño del retorno. Para los del Pro la cosa es inversa, saben que contra Cristina siempre ganan tranquilos, que está en declive y estarían cada vez más alejados del peligro de derrota. Una visión conspirativa imaginaría que las encuestas que la instalan vencedora la terminan pagando a medias.
Limitados -como siempre- estamos los que intentamos ser espíritus libres y en consecuencia no imaginamos ni nos interesa la vigencia de Cristina mientras nos cuesta convencernos de los aciertos oficialistas. No coincidimos con el Gobierno, no soportamos ni imaginamos el riesgo del retorno del kirchnerismo y estamos convencidos de que es imprescindible otra opción partidaria para consolidar el sistema. Y eso todavía no logró imponerse.
Para mi gusto tenemos un Gobierno de centro derecha y en consecuencia necesitaríamos una oposición o una alternativa de centro izquierda. Y lo importante, ambas opciones vacunadas contra el autoritarismo y hasta contra el personalismo excesivo.
Son muchos los gobernadores y legisladores que quedaron libres después de la derrota del kirchnerismo; algunos intentan reunirse, olvidan que aquello que se unió desde el poder se separa con la derrota. Y en eso estamos, el peronismo como tal todavía guarda rostros que espantan votos; algunos no asumen que ya pasó su cuarto de hora. En rigor, hay dos formas de lograr la unidad de una fuerza: tener el gobierno y sus beneficios o estar en la oposición y participar de un mismo proyecto. El autoritarismo no suele contener más ideas que las que expresa el ego de quien conduce.
Entramos en el tiempo de construir una fuerza a partir del debate de temas concretos, de proponer un futuro viable y confiable. Para eso -a todos- todavía nos falta mucho. Y los que hablan de la unidad del peronismo son los más alejados, esos todavía no entendieron que hay pecados que son mortales, al cometerlos se someten para siempre al exilio del afecto popular.
Hay un Gobierno conservador que tiene aciertos políticos y dificultades económicas, sin duda es mucho lo que hemos avanzado; claro que eso no alcanza para imaginar que ya encontramos un rumbo o un camino hacia el futuro. Hay miedos –muchos– y dudas –demasiadas–; también hay falta de grandeza como para acercarnos a un encuentro definitivo y es de lo que más carecemos. En los resultados económicos las opiniones están muy divididas, son muchos los pesimistas. Lo importante es que más allá de aciertos o errores, en la consolidación de las instituciones coincidamos todos y no sobrevivan márgenes de duda.