Democracias plantadas y democracias implantadas

Democracias plantadas y democracias implantadas

Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Significado de plantar: Meter en tierra una planta o un vástago, para que arraigue.
Significado de implantar: Encajar, poner, injertar. Establecer y poner en ejecución doctrinas nuevas, instituciones, prácticas o costumbres.

Como dijimos la semana pasada, Venezuela nos lleva a cuestionar muchas de nuestras certezas porque esa fe democrática un tanto ingenua en la que todos queremos creer acerca de que la democracia se perfecciona a través de su uso, si no se cumplen determinadas y específicas condiciones, no se verifica. En otras palabras, sin que nadie la contagie o invada desde afuera, la democracia se puede enfermar por virus que anidan en su interior.

Es contra ese mal que deberemos lidiar de ahora en más, tal como no los advirtiera el gran intelectual Tzvetan Todorov, uno de los primeros en teorizar sobre esta cuestión. Es que él nació en Bulgaria donde vivió los males del comunismo y luego se trasladó a Francia donde pudo comparar ambos sistemas. Amante fervoroso de la democracia occidental luego de lo que viviera en su país natal, estuvo sus últimos años preocupado por la implosión que veía aparecer en los países desarrollados. La asunción de Trump en EEUU, más el crecimiento de Le Pen en Francia y de la ultraderecha populista en Europa, de haber seguido viva, confirmarían sus presunciones. Ésa de que la democracia puede morir desde dentro, tal como patéticamente también se refleja de modo superlativo en Venezuela.

Es que la democracia, desde Grecia hasta nuestros días, es una creación muy frágil, tan fuerte en lo conceptual por sus bondades como vulnerable por apostar a limitar las tendencias más viscerales de la naturaleza humana, ésas del hombre lobo del hombre.

He allí, quizá, el mayor desacierto de los pronósticos de Francis Fukuyama cuando en “El fin de la historia” pronosticó la imposición pacífica en todo el mundo de la democracia liberal por ser el sistema más perfecto posible, el que se impuso a todos los demás, por su superioridad práctica.

Paradójicamente y tratando de ser lo más equilibrado posible con los futurismos de Fukuyama, lo que va quedando claro es que el liberalismo económico es infinitamente más fácil de universalizar que la democracia política, tal como parecen demostrarlo los dos más gigantescos experimentos que intentaron hacer valer la profecía fukuyamesca en el mundo post-comunista.

Uno de ellos fue el ruso a través de la famosa perestroika de Gorbachov que tantos elogios recibió en el mundo entero, ya que su objetivo era el de implementar a la vez la democracia política y el liberalismo económico (o alguna variante socialdemócrata) en la tierra de los soviets. Sin embargo no funcionó, mientras que lo que se impuso (y parece ir para largo) es una combinación entre autoritarismo político (parecido a los regímenes rusos previos a la revolución soviética porque Putin es un nuevo zar) y capitalismo de amigos, donde la ex-nomenklatura soviética (civil y militar) se reconvirtió en oligarquía política y económica.

El otro caso, el chino, fue distinto, ya que si alguna vez se pensó instalar en una segunda etapa la democracia política, el ejemplo ruso le sirvió para dejar de lado tal ilusión. China es hoy el paraíso del neoliberalismo económico, del capitalismo salvaje en todas sus dimensiones, pero se ha ocupado de preservar las características políticas del maoísmo comunista.

No casualmente en Rusia lo primero que se hizo con la implosión soviética fue derribar las estatuas de Lenin, mientras que en China, pese a devenir el país más capitalista liberal del mundo, a Mao Tse Tung se lo sigue homenajeando como si el sistema actual fuera el mismo que dicho líder creó.

A partir de ambos grandes ejemplos es posible recorrer el mundo entero y verificar que, con sus grises, lo ocurrido allí es tendencia universal. La democracia occidental (ni ningún tipo de democracia) no se expande tan fácilmente por ningún lugar que no la hubiera cultivado desde sus inicios, mientras que el liberalismo económico es más fácil de implementar incluso en países que no lo hubieran experimentado antes o que incluso lo hubieran considerado su enemigo. La excepción que justifica la regla puede ser Corea del Norte, pero Cuba es lo opuesto: la estrategia de construir a largo plazo un modelo parecido al chino. Mientras, la primavera árabe fue un intento de implantar (mediante una revolución), una democracia popular, que generó una réplica brutal de todas las fuerzas reaccionarias para aplastar tan extraordinario y heroico intento que algún día renacerá de entre las cenizas porque las clases medias que le dieron origen siguen siendo el factor más movilizante de esas sociedades feudalizadas.

La lección que deberíamos aprender de estas nuevas experiencias es que la democracia se la puede plantar, pero no se la puede implantar. O sea, debe generar una cultura que la sustente desde los propios orígenes nacionales de quien la implemente, mientras que quien intente injertarla desde fuera sufrirá los rechazos del cuerpo social no habituado a las prácticas institucionales que la democracia trae consigo.

En cambio, el liberalismo económico ha conseguido independizarse de la democracia política y por eso es mucho más fácilmente exportable. En China está cumpliendo un papel similar al que cumplió en la Inglaterra del siglo XIX pero en vez de Occidente, en Oriente.

Tal como decía Carlos Marx, con toda su creación destructiva, el capitalismo liberal arrasa con los obstáculos feudales, corporativos y teocráticos que mantienen retrasadas a las sociedades en relación a las nuevos progresos tecnológicos. El capitalismo crea eficacia y desigualdad a la vez, o sea, elimina los obstáculos al crecimiento aunque no incluye justicia social y por allí hasta oligarquiza más a las sociedades, pero les trae la modernidad, las saca de su congelamiento. Es lo que hoy está haciendo China en África y en todos los lugares donde pretende imponer su modelo, una especie de colonialismo modernizador, emulando, con sus diferencia culturales (más inspirado en Confucio que en Lutero o Calvino) a la Inglaterra imperial.

En fin, que tal como preveía Fukuyama y anticipara Carlos Marx, el capitalismo tiende a su universalización (habrá que ver si una vez universalizado lo remplaza otro sistema superior como quería el marxismo o si se instala definitivamente como quiere Fukuyama, pero ésa es otra nota). Mientras, la democracia es menos determinista. Es una creación humana que requiere de muchas precondiciones culturales para instalarse y que se construye de abajo hacia arriba. Es una conquista de la libertad, no una mera imposición del mercado.

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