Por Alfredo Leuco - Periodista. Gentileza Radio Mitre.
La mejor noticia que amaneció con Mauricio Macri es que la democracia no tiene enemigos. Es la contracara del odio y la generación de conflictos que Cristina fabricó todo el tiempo. La palabra enemigo, según el diccionario de la Real Academia Española es el contrario en la guerra. Y la democracia y la república son la expresión institucional de la paz social. Otra definición de enemigo es “la persona que tiene mala voluntad y le desea o le hace el mal a otra”. Una frase famosa del peor peronismo decía: “al enemigo ni justicia”.
Macri confirmó con sus palabras y actitudes que en la democracia no hay enemigos, y ese es un paso gigantesco para cerrar esa grieta, esa tristemente célebre fractura social expuesta que nos metió en un pantano de temores y agresiones revanchistas.
La democracia tiene adversarios, rivales, competidores, colegas. Con todos se puede dialogar y el ejemplo es que en su primer día de gobierno, el flamante presidente convocó a sus competidores en las elecciones.
Los mencionó en su discurso inaugural con nombre y apellido y todos se sorprendieron y se alegraron cuando Macri se refirió a Daniel Scioli, Sergio Massa, Margarita Stolbizer, “el” Adolfo Rodríguez Saá y hasta el más radicalizado Nicolás del Caño. Macri es el único que, en otro hecho histórico, debatió de cara a la sociedad con todos ellos. Al primer debate faltó Scioli. Pero en el de la segunda vuelta no tuvo más remedio que participar.
Estos gestos son de una importancia simbólica y práctica tremenda. Como primer acto de gobierno, Macri fue a reunirse con un intendente kirchnerista para decirle que va a solucionar en poco tiempo un problema gravísimo que tienen en la zona de Exaltación de la Cruz y que generó muchas muertes de familias argentinas que no tenían camisetas partidarias.
Reunirse con los Qom que solamente pedían ser escuchados fue suficiente para levantar el acampe en avenida de Mayo y Nueve de Julio. Recibir a los trabajadores de Cresta Roja que se la pasaron haciendo cortes sin que nadie del gobierno de Cristina les diera bolilla es otro gran paso adelante. Mi viejo me enseñó de chico una gran verdad: hablando se entiende la gente. Y llevado a la política se puede traducir como que gobernar es generar la mayor cantidad de consensos posibles y administrar los disensos.
Este pragmatismo realista de ingeniero y de gerente de la actividad privada no debe sepultar la política ni la ideología. Pero los problemas hay que solucionarlos para que los argentinos vivan mejor sin que la discusión teórica aborte las respuestas concretas. Los ejemplos son claros. Tal vez el intendente kirchnerista no se haga macrista o de Cambiemos pero todos los bonaerenses que viven y mueren en la zona estarán agradecidos.
Lo llevo al plano internacional donde tal vez se entienda mejor. Colaborar y tener relaciones con todos los países del mundo es posible más allá del sesgo ideológico. Si Dilma Rousseff simpatiza o no critica tanto como Macri al gobierno autoritario, retrógrado y reaccionario de Nicolás Maduro es una diferencia que en algún momento se discutirá con posturas distintas en el Parlasur o donde corresponda.
Pero es una tozudez contraproducente permitir que esa diferencia no nos permita enlazar a nuestras economías complementarias y avanzar en la colaboración mutua en todos los temas de exportación y crecimiento económico que van a beneficiar a ambos pueblos y sobre todo a los que menos tienen porque eso va a generar más trabajo y más producción.
¿Se entiende? Hay que dejar la retórica de la Patria Grande construida con consignas jurásicas que necesitan enemigos externos y fundar un bloque regional poderoso que nos haga más fuertes para negociar con el mundo mejores condiciones para nuestros ciudadanos. Después, si Correa quiere adorar al Che Guevara y Macri a Arturo Frondizi, cada uno está en su derecho.
Si uno no considera al otro un enemigo, todo es más fácil. Hay comprensión mutua, tolerancia, aceptación del otro y, en una de ésas, se encuentran más coincidencias que disidencias. Bajar los niveles de insultos y agravios siempre es bueno. En su discurso inaugural Macri ni mencionó a Cristina o a los cristinistas que lo atacan acusándolo de las peores cosas. Los ignoró, los dejó girando en falso, los mató con la indiferencia. Pensar distinto pero poder trabajar juntos. Esa es una buena definición.
Ofrecer la mano tendida y preguntar en qué te puedo ayudar es fundamental para reconstruir los lazos solidarios y fraternales que se rompieron producto de tanta división. El pluralismo es un gran valor republicano. Que se hayan sumado al gobierno dirigentes de otros pensamientos -como Martín Lousteau, Lino Barañao, Jorge Telerman, Adrián Pérez, Jorge Todesca, Gustavo Marconato, y siguen las firmas- es un dato clave. Macri quiere, igual que Mao, gatos que cacen ratones y no le importa el color del gato.
Es una señal de convivencia pacífica, de ausencia de dogmatismo sectario y presencia de un reconocimiento a la meritocracia y no de los más chupamedias. Está claro que los que más saben y los que mejor hacen tienen más chances de crecer en el gobierno que los que son más obsecuentes de Macri. Todo lo contrario de lo que ocurría con Cristina que se rodeó de inútiles, cómplices o chorros pero leales como Axel, Boudou, Timerman, Abal Medina, Lázaro, Sabbatella y siguen las firmas.
La primera consecuencia de eso fue que los errores no eran reconocidos y por lo tanto no se podían corregir. Cristina era infalible y eso la hacía insistir en la equivocación aunque la mayor perjudicada fuera ella. ¿Quién decidió colocar a Aníbal Fernández como candidato en la provincia? ¿Quién decidió colocar a María Eugenia Vidal en ese mismo lugar?
A esta nueva instancia, Macri la denomina “el arte del acuerdo” y requiere una fina capacidad política. Lo primero que hizo fue proponer a la verdad como punto de encuentro. Y esa también es una gran noticia. Hubo tanta mentira y falsedad en la última docena de años que la verdad por más cruda que sea puede convertirse en el cimiento más fuerte para la reparación de una República que dejaron en ruinas.
Y finalmente, ese reconocimiento de que no es un superhombre y de que las democracias modernas confían más en los equipos de trabajo que en los líderes providenciales. Y ahí está nuestra tarea, la de los periodistas. Elogiar todo lo bueno y denunciar todo lo malo. Es la mejor manera de ayudar a un gobierno que quiere escuchar y que no pretende tener jueces macristas que lo protejan.
Esto recién empieza y recién esta semana comenzaron a aparecer las grandes medidas económicas que van a marcar el rumbo del Estado. Todavía hay mucho que ver para hacer un juicio más definitivo. Pero el arranque de un gobierno que dice que la democracia no tiene enemigos es el mejor que podíamos aspirar. La democracia es un poncho que nos abriga a todos menos a los corruptos y a los golpistas.
Los enemigos son para la guerra. Los adversarios son para la paz. Cada uno puede elegir en qué país quiere vivir.