Del Messinismo al Sampaolismo: la era de la reconstrucción

La Selección inició una transición en la que debe despegarse de la figura del líder hegemónico para desembocar en un sano proceso colectivo.

Del Messinismo al Sampaolismo: la era de la reconstrucción

Dentro de un año, el suelo ruso será el escenario en el cual tendrá que exponerse una Selección que debe cumplir una asignatura pendiente: la ratificación de convencerse a si misma que permanece en el sitial de potencia mundial de todos los tiempos. El desafío es mayúsculo. Argentina atraviesa etapas de transición en transición que la colocan en posiciones de definición en las competencias de nivel premium. Finalista en la última Copa del Mundo y en las Copa América 2007, 2015 y 2016, las cuatro veces con la acumulación de frustración que significa quedar derrotado en los duelos decisivos. La tabla de posiciones de la actual eliminatoria sudamericana ubica al equipo que comenzó a dirigir Gerardo Martino y que continuó Edgardo Bauza en una posición aún indefinida, lo que implica todo un síntoma de irregularidad. No se imagina un Mundial sin la Selección entre los argentinos. Menos, uno sin Messi para el planeta fútbol en el sentido pleno del término.

Jorge Sampaoli llegó a convertirse en el entrenador del seleccionado con una carga de expectativa del imaginario colectivo que lo convierte en el depositario de una ansiedad semejante a los procesos de César Menotti y Carlos Bilardo. Cada ciclo estuvo naturalmente investido de una dosis de optimismo pero a la vez de serenidad. En este caso, el espacio que se abre es el propio de la reconstrucción. La llegada del cuepo técnico actual goza de un blindaje que hoy día más parece asentarse en la faz emocional que en la reflexiva. Cierta aura de refundador se le adosa al DT a partir de sus principios, los cuales se vienen exponiendo con mensajes de escaso tono protocolar y de indudable efecto explosivo. Sin embargo, el tándem causa-efecto suele provocar una presión progresiva si los resultados no acompañan a corto o mediano plazo. Ha sido, es y será una constante en la percepción global del hincha argentino: al cielo o al infierno se arriba tras un viaje de apenas 90 minutos.

Más allá de Melbourne y de lo que implicó tener enfrente a una camiseta cargada de gloria deportiva como la brasileña, lo cierto es que el primer análisis debe centrarse más allá de cómo se resolvió el partido. Sobre todo, porque el rival logró reinventarse a partir de un refuerzo identitario sobre su propia escuela. Sin estrellas del nivel de Neymar, Dani Alves y Marcelo, la formación de Tite dejó claro en la cancha que tiene un estilo fogueado en la impronta de generaciones anteriores que dejaron su sello.

En el caso argentino, la primera impresión es que se está en el período de desmalezar, nivelar y construir una base firme con vistas a la próxima cita mundialista. La frase hecha paso a paso está hecha a la medida del sampaolismo que se viene. Un paradigma colectivo que deberá ocupar el lugar del messinismo, que se fue imponiendo más por necesidad de contar con un líder hegemónico que por la propia evolución de un sistema de juego grupal y del que estuvieran convencidos los propios protagonistas.

La apuesta es a todo o nada. Argentina está en un punto de ebullición del que debe emerger un equipo en la expresión plena de la palabra en vez de un cúmulo de individualidades. Al igual que le sucedió a Mario Kempes en el Mundial 1978 o a Diego Maradona en el Mundial 1986, debe rodearse a la estrella de un colectivo que aporte toma de decisiones y jerarquía en su cumplimiento. La hora del protagonismo absoluto de una figura referencial tiene que quedar en el archivo. Sampaoli, ahora, es el elegido para conducir una nave a la que le urge navegar en la dirección correcta.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA