Sin ángel en su gran objetivo de la temporada, la competencia internacional, correspondió a Boca Juniors una ardua tarea de reconstrucción que llegó a buen puerto hacia finales de un año que nos entregó un fútbol argentino con la casa llena de problemas, un fútbol que en medio del caos y de la crispación se la pasó abrazado al corto plazo.
No fue al cabo lo que imaginaba la conducción de Boca, con su presidente Daniel Angelici a la cabeza, pero fue en todo caso lo que urgió a la hora de salvar del naufragio el máximo posible.
Un significativo desembolso de divisas para acercar refuerzos acreditados que tuvieron en Daniel Osvaldo a su buque insignia, apuntaba a un venturoso Boca de procesión y campana que ganara la Copa Libertadores y esperara el regreso de Carlos Tevez para que todos, juntos y felices, rubricaran un gran año en el Mundial de Clubes de Japón con el plus de resonancia que conlleva el Barcelona de Lionel Messi, Neymar Junior, Luis Suárez, Andrés Iniesta y los demás.
Pero todo salió mal: al cabo de una primera fase de puntaje ideal, quiso el destino que toque River en los octavos de final, que el equipo juegue muy mal y que la insensata cabeza de un barrabrava (el tristemente célebre Panadero) conciba una agresión que llevó la serie a las oficinas de la Conmebol y allanó el camino del antipático primo de la camiseta blanca con la banda roja.
Quedó, entonces, bajar al llano, remedar la paciencia de la hormiga en el frente interno y asumir como caviar los platos que allá por enero/febrero eran a lo sumo complementarios: el Campeonato y la Copa Argentina.
Y así fue, Boca coronó por dos, de la mano de un "Vasco" Arruabarrena cuyos varios errores fueron equivalentes a su humildad para ajustar y crecer y sobremanera de un trueque de lo más fecundo: se fueron los fuegos artificiales del "Stone" Osvaldo y llegaron las contribuciones contantes y sonantes de Carlitos Tevez.
Primero se llevó el campeonato de los 30 equipos como premio a una regularidad que donó la luz necesaria por delante de San Lorenzo y Rosario Central y pocos días después se quedó con la Copa Argentina, aunque en este caso con poco o nada de margen para festejar con genuina espontaneidad, habida cuenta de la escandalosa influencia de un árbitro, Diego Ceballos, que fabuló un penal ahí donde lo que había era una infracción de lo más corriente a dos metros del área.
A Rosario Central, orientado por un "Chacho" Coudet que se reveló como un pichón de Gran DT, le cupo un aforismo de Khalil Gibrán (“es un honor para la víctima no ser el victimario”), en tanto a Ceballos se lo castigó con una suspensión por tiempo indeterminado y asimismo insuficiente para tapar el sol con las manos: al arbitraje argentino no se le reconoce idoneidad y, lo que es más grave, en muchas ocasiones tampoco se le reconoce honestidad.
Otros problemas estructurales que no ha dejado de padecer el fútbol argentino a lo largo de 2015 atañen al Cabildo Abierto en el seno de la AFA (a la hora de ser escritas estas líneas se desconoce la fecha de las elecciones que alumbrarán un nuevo presidente), las finanzas de los clubes, que en su mayoría arrastran deudas millonarias, la imposibilidad de disfrutar de grandes equipos que conlleva el permanente egreso de las principales figuras, el postergado regreso de los hinchas visitantes a los estadios y las pocas pulgas de dirigentes, hinchas y a veces, por qué no, los propios directores técnicos.
Apenas ocho clubes de un total de 30 terminaron la temporada con el mismo DT que la había empezado: Boca con Arruabarrena, River con Marcelo Gallardo, Central con Coudet, Gimnasia y Esgrima La Plata con Pedro Troglio, Belgrano de Córdoba con el Ruso Zielinski, Unión de Santa Fe con Leonardo Madelón, Sergio Lippi en Sarmiento de Junín y Aldosivi de Mar del Plata con Teté Quiroz.
Al margen del Boca bicampeón nacional y de un River múltiple campeón internacional que se dio el gusto de jugar la final del Mundial de Clubes en Yokohama, frente al Barsa (pensar que hace tres años estaba en la B Nacional), las cuentas han cerrado para Huracán (ganador de la Supercopa Argentina y finalista de la Sudamericana), para los otros clasificados a la Libertadores de 2016 (Central, San Lorenzo y Racing Club) y en alguna medida también para los que, pese a sus altibajos, ganaron el derecho de jugar la próxima versión de la Sudamericana: Independiente, Belgrano, Estudiantes de La Plata, Banfield y Lanús.
Eso sí: acaso para Independiente haya representado un premio consuelo, desde el momento que si tomamos el ciclo 2014/15 encontramos que los cinco grandes tradicionales ganaron un título o más, que incluso Huracán sumó dos vueltas olímpicas, pero los Rojos de Avellaneda amagaron más de lo que en rigor consumaron, sea con la conducción de Jorge Almirón o con la de Mauricio Pellegrino.
Amén de la ya subrayada jerarquía de Tevez (un toque de distinción en las brumas de la mediocridad), entre otros jugadores tuvieron una destacada actuación el delantero Marco Ruben en Central y el organizador Lucas Zelarayán en Belgrano.
Se ha ido el año del fugaz paso de Nueva Chicago y Crucero del Norte, de la vuelta a Primera de Atlético Tucumán, de la llegada de Patronato de Paraná, de la austeridad de Vélez Sarsfield y la firme apuesta a su semillero y de la compleja y ardua experiencia de Juan Sebastián Verón, que busca su destino al frente de Estudiantes.