Por Fabián Galdi, editor Más Deportes digital - fgaldi@losandes.com.ar
Durante años la prensa deportiva supo explotar una imagen estereotipada del futbolista, la cual se caracterizó desde el principio paradigmático de la progresión de pobre a millonario, como si éste fuera el único fin a alcanzar. Las historias se entrelazan a partir de un cóctel de cualidades que el imaginario colectivo acepta cual si fuera un imperativo: humildad, esfuerzo, sacrificio y excelencia. La proyección se extiende desde el campo de juego hacia la vida privada, en una combinación que suele decantar en idolatría hasta el punto de llegar progresivamente a convertirse en mito. Tal identificación con los logros de un deportista muta con la misma intensidad cuando se invierte la relación y el resultado deportivo empieza a emparentarse más con la derrota que con el triunfo. Y es allí cuando aparece un nuevo fenómeno sociocultural propio de estos tiempos: el culto a la imagen, encima globalizada. Y además, se le agrega el canon impuesto sobre el comportamiento social esperable, todo un sello ligado al juicio de valor con el que se juzga a la figura en cuestión.
En estos días ganaron centimetraje dos íconos del protagonismo mediático como lo son Daniel Osvaldo y Zlatan Ibrahimovic. En el primer caso, debido al escándalo del delantero de Boca Juniors en relación a su modo de actuar frente a su entrenador, Guillermo Barros Schelotto, y a sus propios compañeros durante e inmediatamente después del partido (1-1) contra Nacional de Montevideo por la Copa Libertadores. En el segundo, tras las últimas afirmaciones autorreferenciales del atacante sueco en relación a su paso por el PSG francés: "Aquí llegué como rey y me voy convertido en leyenda". Nada que sorprenda en sendas situaciones: el histrionismo dentro y fuera de la cancha es una marca registrada de dos jugadores que navegan entre el exhibicionismo y la vanidad como si éstas fueran parte de su respectiva identidad. Nada hacen, desde ya, para corregir tales exteriorizaciones.
(Una imagen de Osvaldo subida por él a las redes durante la semana pasada.)
A Osvaldo, por ejemplo, el propio plantel xeneize le soltó la mano a partir del episodio en el Parque Central. Inclusive, hasta lo hizo Carlos Tévez, quien más hizo para que el pase de Dani Stone se concretara. "Si las reglas están claras uno no se puede meter y él dará las explicaciones", dijo el gran referente auriazul. En sintonía, pero en tono contenedor, fue Cata Díaz el que marcó la posición de la plantilla: "Vamos a ayudarlo en lo que podamos porque es un compañero". Protocolar o no, lo cierto es que la pelota quedó en el lado del controvertido y excéntrico jugador, quien en su paso por Europa ganó centimetraje en los medios a partir de sus peleas contra sus compatriotas Erik Lamela y Mauro Icardi, cuando se encontraron en la Roma e Inter de Milan, respectivamente. Poco después, un altercado del que no se supo oficialmente la causa fue el que lo alejó del Southampton inglés cuando lo suspendieron durante un entrenamiento.
Diego Maradona es un caso similar que convive con la alta exposición pública desde hace décadas y demuestra sentirse cómodo con ésto. Del personaje querible en la Argentina, que cuajaba en el molde pibe de barrio, pasó a ocupar el centro de la escena desde su llegada al viejo continente y ya con perspectiva de actor principal. El paso directo desde Boca hacia el Barça, allá por 1982, obró como un revulsivo que llegó a transformar su personalidad. Hay muchos Diego que conviven en él, pero, quizá, ninguno lo muestra de forma tan transparente como el de la imagen del habano, el tatuaje del Che y la gruesa cadena de oro. Sabe manejarse como pez en el agua en el plano del insconciente y del deseo. "Yo lo hago, usted lo piensa pero no se anima", pareciera ser su consigna ante el afuera. La desmesura hecha lógica es la que guía sus días. Gusta de ejercer control porque así acumula poder; no sorprende, entonces, que sea manipulador. Busca poseer, alimentar su orgullo y es obsesivo por ser el mejor. Y entra en escena con la fuerza de quien no se da lugar para el fracaso.
(El astro de Real Madrid y Diego siempre se profesaron admiración mutua.)
Quizá ningún otro ejemplo de narcisismo sea tan contundente en la alta gama futbolística como Cristiano Ronaldo, cuya matriz egocéntrica está impuesta de motu proprio. En sus pasos por Sporting Lisboa y Manchester United se jerarquizó su función como jugador, pero el cambio en su modo de relacionarse socialmente cambió groseramente cuando se consolidó como estrella de Real Madrid. Poses, gestos y ademanes llevados al extremo lo posicionaron en el lugar del pavoneo y el voyeurismo. Su reciente aparición en el restaurante londinense Signor Sassi, donde concurrió de incógnito, se combinó con una sugestiva imagen en la cual aparece debajo de un paraguas sostenido por uno de sus guardaespaldas. Un grotesco propio de un star system del mundillo futbolero, tal como dos meses atrás cuando hizo gala de sus abdominales al momento de una instantánea junto a sus compañeros en camarines tras la victoria sobre Barcelona.
(CR7 acompañado por un guardaespaldas a la salida de un restaurante italiano en Londres.)
En las antípodas de la figuración asoma Lionel Messi, quizás el anti modelo que mantiene su derecho a la privacidad. Muy contadas veces Leo ha permitido que se lo retrate en la intimidad, aunque supo abrirle a la prensa las puertas de su casa fastuosa en Casteldefels, donde vive junto a su pareja Antonella Roccuzzo y sus hijos Thiago y Mateo. Leo evitó salir al cruce de temas que lo involucran en investigaciones tales como Panama Papers y Hacienda española por defraudación al fisco. En cada caso se sospecha de sus actos y de que no conociera realmente de qué se tratara, pero su propio cuerpo de asesores lo supo blindar mediáticamente y el aceptó tal asesoramiento sobe cómo moverse. Inclusive, tampoco salió a contestar las acusaciones de Carlos Dibos, ex preparador físico de Alfio Basile, quien sostuvo que el cinco veces Balón de Oro ponía o sacaba técnicos y/o jugadores. El silenzio stampa fue su modo de reaccionar.
Puede entenderse que el mundo del espectáculo se nutra de lo frívolo y banal como alimento de marketing y promoción. Es frecuente observar esa aureola que rodea a artistas del mainstream de hoy día como Rihanna, Lady Gaga y Kim Kardashian en las redes sociales al igual que Justin Bieber o Shakira. De tanto en tanto, una aparición escandalosa los ubica en el lugar que siempre buscaron. Lo llamativo es que tal intención esté también focalizada en futbolistas, quienes pertenecen a una esfera que - naturalmente - marca que el espacio en el cual deben moverse para obtener su reconocimiento es ni más ni menos que el campo de juego.
Futbolistas, a las canchas. Siempre.