Déjà vu es un término francés que significa "ya visto". El concepto describe la sensación que experimenta una persona al pensar que ya ha vivido con anterioridad un hecho que, en realidad, es novedoso.
Les pidieron que por favor se quedaran callados un par de meses para recién después de ganar explicarle al pueblo su revolución de pacotilla, pero ellos viven en otro tiempo, o quieren volver a ese otro tiempo. Y tienen miedo que aún ganando no puedan volver.
No es que con Cristina Fernández hubieran vuelto a ese añorado ayer, pero particularmente en su última presidencia, ella también creyó que sería posible volver, o al menos eso les hizo creer. Por eso negoció con Irán anteponiendo la ideología a la verdad, por eso quiso reformar la Constitución para reelegirse indefinidamente, por eso decidió librar la batalla final contra la prensa libre, por eso pidió ir por todo. Y la lista podría seguir, pero es sobreabundante, basta con leer las notas que escribió Alberto Fernández sobre esa segunda presidencia, para descubrir al mejor crítico de Cristina.
Porque su hoy compañero de ruta fue uno de los más duros contra ella.
Sin embargo, todo eso hoy no tiene demasiada importancia porque las personas pueden cambiar. Y más en este caso donde Alberto dice que la que cambió fue Cristina y no él.
Bienvenida entonces Ella a la República.
El problema es que los fantasmas del pasado se mantienen incólumes esperando que la historia vuelva a repetirse. Y porque dudan de Alberto es que empezaron desde ya su intento de desgaste poniéndolo en todos los aprietos posibles, obligándole a dar definiciones que no conviene que de, y exigiéndole que se subordine a la “verdadera” autoridad.
Primero fue Juan Grabois, el joven revolucionario papista que propone la reforma agraria expropiando a los latifundistas. Ahora aparece Eugenio Zaffaroni, el juez kirchnerista pidiendo una reforma constitucional para liberar a los “presos políticos” como si estuviera luchando contra una dictadura militar. Prosigue Horacio González, ex director de la Biblioteca Nacional, quien para retornar en pleno a los 70 propone una reconsideración positiva de la guerrilla de aquel entonces.
Para que ello sea posible, González le advierte a Alberto Fernández que entienda desde ya quien manda: “Ella no puede ser una mera vicepresidenta porque fue ella quien abrió paso a esta nueva etapa. Esto no lo puede ignorar ningún político, sobre todo no lo puede ignorar Alberto Fernández. Hay un primer lugar que le corresponde a Alberto Fernández, pero antes hay un primer lugar que le corresponde a ella por abrir esta posibilidad.”
Pero como siempre, quien es más rotundo cuando se trata de las cuestiones del poder fue Horacio Verbitsky quien con más ironía lo dice mejor que González: “Alberto fue quien acuñó la frase ‘Sin Cristina no se puede, solo con Cristina no alcanza’. Acertó en la primera parte desde el punto de vista electoral y político. Sobre la segunda, tuvo que revisarla, porque entendió que Cristina ganaba también sin él”.
O sea, Verbitsky le destroza en su corazón la estrategia central de Alberto para equilibrar poder con Cristina: la de decir que ambos hicieron algo para ganar. Que no hay uno sin el otro. Verbistky, en cambio, le dice que ella hizo todo y él nada, o casi nada.
Como si Cristina fuera Perón y Alberto fuera Cámpora. O peor, porque Perón necesitaba a alguien ya que él no se podía presentar a la presidencia por las leyes de la dictadura, mientras que, según Verbitsky, Cristina “creyó” que necesitaba a Alberto porque no supuso que ganaría por tanto. Pero ahora que ganó por tanto se dio cuenta que Alberto nunca fue necesario. No obstante, bondadoso, Verbitsky le pide a Cristina que mientras se discipline, no trate a Alberto como Perón trató a Cámpora. Un primor.
En fin, que Grabois con su reforma agraria, Zaffaroni con sus presos políticos, González con su guerrilla buena y Verbitsky con su Perón-Cámpora, no nos están siquiera proponiendo que volvamos a los años kirchneristas del siglo XXI, sino a los años 70 del siglo XX cuando antes de la masacre final producida por los militares, el peronismo partido en mitades, se destripó internamente y dejó al país preparado para el genocidio. No se puede, o al menos no se debería, ser tan irresponsable en querer retornar a esa locura.
Lo cierto es que con este déjà vu ideologista, personajes nada menores de la elite intelectual K nos proponen repetir la historia o continuarla desde donde sus antepasados ideológicos la dejaron en los 70. Lo dice un papista, un ex juez supremo, uno de los mayores intelectuales del peronismo de izquierda y el principal ideólogo y periodista de la era K, viejo militante de los Montos. No son personajes menores los que salieron a hablar para apretar a Alberto.
Preocupante porque el peronismo, tan adaptable a casi todo, sólo hay dos cosas que no tolera, que no está en su gen cultural soportarlas: primero, que gobierne alguien que no sea peronista, y segundo que el peronismo tenga más de un conductor.
Héctor Cámpora jamás intentó disputarle la conducción a Perón ni aún cuando fue elegido presidente. Al otro día ya le estaba ofreciendo su cargo al General, pero la izquierda peronista confiaba más en Cámpora que en Perón porque parecía ser más permisivo con ella. Así, a su pesar, el más leal a Perón de los dirigentes peronistas que haya existido nunca, fue despojado de su cargo como si hubiera traicionado a su conductor volcándose para un lado del peronismo en contra del otro.
Los actuales camporistas son los que reivindican a ese hombre en su lucha ni buscada ni querida con Perón. Son los que creen que en la pelea Cámpora-Perón, Cámpora tenía razón y Perón se equivocó al echarlo. Por ende, proponen reivindicar una historia contrafáctica en la cual Cámpora le hubiera ganado a Perón. Y ellos se proponen como los sucesores de esa ficción.
Lo terrible sería que esas luchas históricas, definitivamente finiquitadas, pretendan volver a reinstalarse. Una cosa es vivir añorando el pasado. Algo malo, pero mucho peor es querer hacerlo volver. Porque eso, en la Argentina, más que déjà vu, es necrofilia.
Creer que lo que vendrá es parecido a lo peor que nos pasó, y además querer que vuelva, es un terrorífico déjà vu. Confundir lo nuevo con lo viejo y solazarse con ello, como si se retornara a una edad de oro cuando en realidad se trató de un infierno.
Felizmente el pasado no vuelve, pese a sus conjurados. Pero sería una pena que el peronismo, quien muy posiblemente se encuentre ante otra posibilidad de conducir el país, en vez de proponer un futuro mejor para todos opte por un pasado peor, haciéndole caso, en todo o en parte, a los profetas del odio que anidan dentro de su propio movimiento.
Lo que el peronismo, o cualquiera que gane, debe hacer en primer lugar es reconstruir la unidad nacional que esos que hoy son reivindicados por los defensores del déjà vu, le negaron a Perón.