"Cuando estoy manejando o caminando y se me ocurre una palabrita, una frase, una imagen o algo del discurso 'sucio', lo grabo o lo anoto. Tal vez después no lo use, pero igual lo registro". "Palabrita", dice Ariana Harwicz como si hubiera escrito una novela en diminutivo, sencilla y pedestre. Lo que acaba de publicar es "Degenerado": "novelita" sólo en cuanto páginas (128) porque aborda la trama excesiva de un proceso judicial que se distingue por una voz, o mejor dicho, por la polifonía del personaje del acusado. Una voz, como el título de la famosa novela de William Faulkner, hecha de sonido y furia.
Leer "Degenerado", la experiencia de su descarga, de su lectura electrizada, es la fusión imposible entre "Yo, Pierre Riviere: habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano" de Michel Foucault con la escucha sin pausas de la canción "Just" de Radiohead: una corriente alterna de notas musicales y confesiones que se entrechocan, un torniquete semántico de imágenes literarias en las que, en un mismo relator, conviven un acusado (ya condenado por la gente) de pederastia, un dictador, la tragedia de Chernobyl, un arrepentido, un paria. Y esa sensación de linchamiento popular. Todo junto y ahora.
La escritura de Ariana Harwicz es como una luz estroboscópica que irradia sobre sus propias invenciones y permite ver como lentos o inmóviles los discursos ultrafanáticos y fulminantes de la voz del relator y acusado. Aquí la autora define la prosa del narrador de "Degenerado" como "aforística, ampulosa, de condensación, política, artificiosa y exaltada, con esa épica demodé ante tribunal de guerra. Una lengua pensada desde los desechos, donde busco las palabras, una rima, o una declinación, pero jamás bajar línea de ideas".
- La palabra "ventrílocuo" aparece bastante en "Degenerado". Y es un poco lo que hacés en el libro: hablar por un montón de personajes que son uno solo.
- Me encanta ver el laboratorio, el atelier de las ideas. Cuando vas a la casa de un escritor o de un guionista y ves las supersticiones y las neurosis de cada uno: los papeles, las fichitas y ficheros, los papeles manchados de café. El soliloquio de “Degenerado” es tan raro musicalmente, tan armado de tantas otras voces e inyectado de inglés, español de España y de Argentina, de francés... Quise construir una voz literaria que no quedara “muerta”, que no sea puramente discursiva: que marche, que ande, que sea de verdad. Y evitar una novela de imitación.
En “Degenerado” el narrador tiene algo de fantasmático, como esa voz maquinal de “El gabinete del Dr. Caligari”: un decir que hipnotiza y que va y vuelve de un pasado nebuloso. Es imposible no relacionarla con “El innombrable” de Beckett, novela obligatoria en cuanto a monólogo interior y flujo de conciencia. “Sí, Beckett es una referencia -indica Harwicz-. No podría no serlo. Cómo el piensa sus voces, su lengua, su teatralidad, lo metafísico y ese corrimiento del realismo”.
Harwicz estudió, además de dramaturgia y literatura, guion cinematográfico. Por eso acaso su nueva novela converse con un cine moderno, con el que teje puntos en común: ese revoltijo ideológico de parias megalómanos como el Travis Bickle de “Taxi Driver” (un patriota americano furioso que alaba a Stalin) o el carnicero pedófilo que abusa de su hija de “Solo contra todos” de Gaspar Noé.
Harwicz vive en Francia hace más de diez años, el mismo tiempo desde el que se viene hablando de ella como un secreto a voces, gracias su primeras obras: “Matate amor”, “Precoz” y “La débil mental”. Novelas cortas en las que lo transgresor viene de la mano del instinto homicida, de fantasías incestuosas en la campiña francesa. Harwicz se detiene en aromas, en olores, y logra que lo “natural” se convierta en una nueva imagen, plena de literatura.
- Hay algo sobre "lo políticamente correcto" en "Degenerado": de lo que se puede hablar y de lo que no. Sobre todo en estos momentos, con el peligro silencioso de la autocensura.
- A mí como escritora me parecería humillante escribir sobre un discurso legitimado, en el que ya circula lo que está políticamente bien. Ahora bien -hace una pausa- eso en mis libros, en mi ficción. Pero políticamente hay una marcha y yo estoy ahí. Trabajé con las Madres de Plaza de Mayo, por ejemplo, y siempre tuve una idea clara de la política, una idea de militancia; pero no desde un partido. No escribo desde la militancia: eso nunca lo entendí. Es como dice Cesar Aira: los que hacen cierto tipo de novelas para parecer buenos. Me gustan en ese sentido las novelas que tratan de ir a zonas mucho más difíciles políticamente. Por eso cuando se lee esta novela como “abajo el patriarcado” o cuando se interpreta “Matate amor” como feminista, está perfecto, son lecturas habilitadas, pero yo no las escribo desde la militancia. Y creo que todos los libros que se autocensuran forman la peor literatura actual. O esas novelas que buscan las tendencias, sea el feminismo o el veganismo, pero utilizan a las mujeres como mercado. Esta es una época para resistir. Un libro debe mirar su época pero criticarla.
Y sin embargo Harwicz reúne en su literatura sociopatías y tragedias actuales: mujeres que se enamoran de femicidas, como en el caso Barreda. Parafraseando a J.G. Ballard, lo suyo es una “exhibición de atrocidades” pero mirando el presente.
“Quizás ‘Degenerado’ sea un catálogo de desechos políticos, radiactivos y humanos. Lo de Noruega fue un escenario terrorífico que viví bastante de cerca por vivir en Europa. Eso, la confesión de Scilingo... Todo está en el protagonista del libro, que es Barreda, pero que también es Cirulnik, el pediatra acusado de abuso sexual. Como si en la retórica de este ‘monstruo’ entraran todas estas tragedias contemporáneas”, dice Harwicz.
- ¿Con qué sentimientos te encontraste durante la escritura de "Degenerado"?
- Con miedo, directamente. Por un lado, le temía al esquematismo de una interpretación del tipo “abajo los hombres”, “al banquillo de los acusados”, etc. Por otro lado a su inverso: una apología del crimen. No quise ni una cosa ni otra.
Ariana hace una pausa y se prepara: apunta (en un doble sentido, porque es una entrevistada que no deja de hacer anotaciones sobre las preguntas que le hacen, mientras que aclara “me encanta anotar porque es como hacer terapia, pero más barato”) y dispara: “Mi ideal, mi utopía, es tirarle con una Kaláshnikov a las dos: a esa izquierda francesa bien pensante, cool, burguesa, snob y naif que dice ‘si la mujer quiere usar el burka y taparse, no somos quien para quitarle ese derecho, etc.’ que me parece una burrada y de un gran cinismo, porque no se trata de ropa, sino que hay un proyecto político ahí, es toda una visión de la mujer detrás... Toda esa izquierda que se enamora de las minorías, pero no vive con ellos si no en los barrios de los cafecitos de Sartre y de Simone de Beauvoir. Una izquierda terrorista del pensamiento, que no permite pensar ideas. Y también a esa derecha actual que se pretende más fina y más elegante; más profunda y liberada de las cristalizaciones de la izquierda que atrasa y que si la dejás un ratito más, roza el nazismo y va contra los migrantes.
- ¿Cuáles dirías que son tus influencias?
- Todo: el policía que te para, el microclima en una sala de reuniones, el test de alcoholemia, el tipo que saca la basura, el olor que habita en la noche. Pero también los juicios políticos, la retórica de los acusados esperando su veredicto: vi cientos de videos juicios y me detuve en la fraseología de Gustavo Cordera, en los dichos de Cristian Aldana.
- ¿Sirve retirarse a escribir?
- Nunca lo hice. El escritor debe experimentar sus propios experimentos físicos, visuales, sonoros, olfativos. Necesita la noche, dormir, vagabundear. No se puede escribir desde el confort.