Víctor Horacio Forcada (76) es un amante de la vida e incansable luchador por el bienestar de su prójimo. A veces desde la mística y otras desde su impetuosa personalidad, encaró proyectos en su vida que llevó adelante pese a todos los vientos en contra y eso, en algunos ámbitos y cariñosamente, le valió el mote de “el loco Forcada”.
Es difícil sintetizar la vida de este médico oftalmólogo de profesión y humanista por convicción.
Él, con su voz firme pero cálida, cuenta que nació en Corrientes y creció junto a sus padres Alberto Carlos y Dora Edelmira Leconte en Buenos Aires donde cursó su primaria y secundaria.
La carrera de medicina la empezó en su tierra natal aunque la finalizó en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y obtuvo su título en 1964. Tiene dos hijos: Diego Gonzalo y Cecilia y ya disfruta ser abuelo y bisabuelo.
Hecha su especialización en oftalmología “por casualidad, relata, porque pude ingresar a hacer prácticas al Hospital Oftalmológico Dr. Pedro Lagleyze” debí en un momento elegir una posibilidad laboral entre Arrecifes o San Rafael. Visité los dos lugares y definitivamente me enamoré de San Rafael y decidí venirme”.
Fue en estas tierras donde Víctor con su pareja, la artista plástica, también hoy de reconocida trayectoria, Germana Magrín, armaron su vida de servicios. Ella lo acompañó en cuanto proyecto inició.
Recuerda que empezó a trabajar en el Schestakow y su sueldo, que en ese entonces era considerado bueno, se le iba “casi todo en alquilar en Rivadavia y Moreno donde hoy hay una verdulería”, ríe.
Víctor recuerda su decisión de atender en el Impenetrable. “Sufrí un profundo desengaño, no por el Consejo Mundial de Iglesias que me llevó, pero descubrí dos cosas: extrañísimas enfermedades y lo que más necesitaba la gente de mí. Era muy simple, anteojos para poder ver bien”, sonríe.
Sin embargo lejos de desanimarse por la decepción que luego describió, se le ocurrió unir sus dos pasiones: ejercer la medicina y volar. Porque Víctor también es aviador y antes de analizar la situación, cuenta con un dejo de nostalgia, en el 77 compró un avión y armó una propuesta.
Quería transformar su máquina en un servicio médico aéreo que atendiera a esa gente. No obtuvo respuesta y luego se enteró que la intención de quienes pidieron el proyecto asistencial, era quedarse con las tierras de los indios y no atenderlos sino desalojarlos del lugar.
También sirvió en Misiones para los Cascos Blancos de la ONU entre otros muchos trabajos solidarios que lo llevaron a conocer lugares insospechados.
Ya superado su “desengaño” decidió que en realidad debía dejar el país y siguió en contacto con el Consejo Mundial de Iglesias que lo había llevado al Chaco para irse al África, a Mali.
Con detalles describe que en ese pequeño lugar contiguo al desierto del Sahara conoció la que califica como la pobreza más espantosa.
“La población estaba afectada en un 33% por ceguera producida por unos parásitos que pululaban en un río del que la población se servía. Espantoso”, resumió.
“Fue en estos tiempos donde mis mentores, el Consejo Mundial de Iglesias, me exigían adherir a determinados dogmas y a ir a perfeccionarme en ellos a Atlanta, Estados Unidos. Una locura.
Me volví a San Rafael y sólo me dediqué a la atención en el Schestakow. Dejé la actividad privada y me fui a vivir al campo”, recuerda ahora desde su casa emplazada a pocas cuadras del centro sanrafaelino.
También este hombre de la medicina fue conocido por su singular forma de vivir en su propiedad rural. Su casa estaba emplazada sobre el cauce de un caudaloso canal y para los momentos de meditación o descanso, con su pareja construyeron una casa en un árbol al que accedían mediante el uso de una liana.
Ambos siguen concurriendo a ese pedazo de tierra “pero el sauce terminó su vida vegetal y cayó y junto con él la casita”, dice con una sonrisa de satisfacción.
Su profesión lo llevó a ejercer durante muchos años la jefatura del Servicio de Oftalmología del hospital regional de San Rafael y siempre mantuvo su perfil solidario.
Tanto que durante mucho tiempo atendió gratis en los distintos puestos de Malargüe y San Rafael. “Le llevaba algo muy simple a la gente”, dice. “Lentes para leer”. Parte de su actividad actual, la que define como “hobby” puede verse en “sensei de la liana” en Youtube.