Una vivienda tiene distintas identidades que podemos ayudar a plasmar mediante un estilo determinado. La atmósfera propicia la generan la misma arquitectura, los muebles, la iluminación, los accesorios. Para que todos estos elementos se comporten como una unidad, deben estar enlazados por un código de colores.
Evidentemente, el componente emocional hace que lo primero que pensemos sea en esa gama de colores que conecta con las sensaciones visuales de cada uno; a menudo la que aplicamos en nuestro propio vestuario. Así, descubrimos que somos monocromáticos, coloristas o exóticos.
Aunque no siempre es lo que a tu casa le sienta bien, ya que, para encontrar la paleta de colores ideal, es necesario estudiar otras variables mucho más tangibles y medibles, como la luz natural, el volumen, la forma y superficie de la planta, la tipología de la vivienda, ubicación o clima.
Ubicación y clima. Comenzamos con algo tan obvio como el lugar donde se ubica tu casa. Un clima frío, donde predomina la lluvia, podría compensarse con ambientes claros y texturas cálidas. Si además vivís en la ciudad, buscá alegrar el interior con algo de color.
Hay muchas vías para que este cambio no sea excesivo y desequilibre la percepción dentro-fuera, como por ejemplo una paleta de colores pastel que, sin romper la conexión necesaria con el clima urbano, pondrá una nota serena al ruido exterior y, sobre todo, al monocromatismo imperante en las ciudades.
Luz natural.
Así, una cosa lleva a la otra. Una vez que empezás a encontrar la posibilidad de agregar color, entra en juego la influencia que tiene la luz natural en el interior. Fijate en sí es intensa y constante o por el contrario es escasa y puntual.
La luz natural tiene la propiedad de avivar los colores y de matizar, o incluso variar, las tonalidades según incida directa o indirectamente sobre las superficies; lo que además puede dar distintas escenas a lo largo del día.
Si tenés poca luz natural, el blanco es una buena opción, pero nuevamente deberás analizar la elección en conjunto, teniendo en cuenta también el tipo de muebles y las características arquitectónicas del ambiente.
Nunca blanco puro. La fórmula blanca a secas puede incluso empobrecer el espacio. Por eso, es conveniente matizarlo, por ejemplo, con una paleta de blancos naturales, con la que conseguirás que el color sea un poco más elaborado. También lo podés hacer con pasteles lavados. Por eso son tan importantes los análogos, porque sin salir de la gama, subimos o bajamos la intensidad lumínica mediante matices.
En el caso de los blancos, se podrían usar toques de rojos, nacarados, amarillos o grises. Con esta solución podés despegar la pared de las molduras y las puertas, por ejemplo, aportando a la vez plasticidad. Evitarás así que los ambientes sean excesivamente planos debido a la falta de luz natural. También conviene subir la temperatura visual dando toques de color mediante cuadros, almohadones, objetos decorativos, etc.
Duplicar la luz natural.
La luz también se puede distribuir en el ambiente por medio de la reflexión. Empleá espejos para aumentar el caudal de luz o para trasladar imágenes de un espacio a otro. Además de romper la monotonía de una pared con una escena cambiante según la hora del día, podrás usar esta composición como punto de partida para crear una paleta de colores. Las pinturas brillantes y satinadas también aportan mayor luminosidad.
Superficie y volumen.
Encontrar tu esquema de colores supone trabajar ante todo con una idea de conjunto, en la que tenés que ver cómo repercute la paleta elegida en las proporciones del ambiente.
En un espacio pequeño, por ejemplo, no son recomendables los contrastes entre colores, porque crean sensación de agobio espacial, ni tampoco las pinturas decorativas, ya que saturan el ambiente y lo empequeñecen. Por otro lado, estos aspectos también influyen negativamente sobre los muebles, que pasarían a un segundo plano, prácticamente absorbidos por el peso visual de la envolvente.
Otra opción es jugar con la focalización de un color en un ambiente de doble altura. Lo podés aprovechar para bañar el espacio de un tono determinado.
Jugar con las proporciones. Si pintás en un tono oscuro la pared de fondo de un ambiente alargado, esta se acercará, dando la sensación de que el ambiente es más corto.
Pintando un zócalo bajo en la pared con un color más oscuro que el resto, conseguís que el lienzo vertical que tenés por encima, se despegue del suelo y parezca más alto. También se consigue prolongando el suelo en la pared.
Sin embargo, para acortar visualmente una pared alta, bajá la altura visual del techo, haciendo que se prolongue en una cornisa perimetral pintada, al igual que el techo, en un color más oscuro.
Por otro lado, tené en cuenta que un techo blanco en combinación con paredes de otro color pesa visualmente menos, por lo que ayuda a disimular la altura real de la habitación.
Tipología y estilo arquitectónico. El código de colores puede ayudarte a romper tópicos o a revalorizar rasgos que impriman personalidad al espacio, como es el caso de las viviendas de estilo decimonónico. Los detalles decorativos que suelen tener pueden servir para enriquecer la propuesta. Las boiseries, los rodapiés altos o las cornisas…, si se pinta de blanco paredes y techo, el volumen se expande y das más protagonismo al suelo, baldosas hidráulicas, tarima, dameros, etc.
La estructura también es una fuente de inspiración. Usá un forjado de bovedas o de viguetas, pilares de madera o acero para crear contrastes. También podés rebajar su presencia integrándolos en el color de las paredes.
Siempre hay un punto de partida para encontrar el eje de tu esquema de colores. Puede estar en un tapizado, un cuadro o en algunas piezas del mobiliario. Por ejemplo, pensá en los diseños de la Bauhaus, con estructuras metálicas cromadas, cueros negros, vidrio… Indudablemente surgieron de envolventes blancas y resulta difícil imaginarlos con otro color.
Otro caso parecido sucede con los muebles del Mid Century Modern, que siguen necesitando del blanco, pero también del contrapunto de una atmósfera cálida, con suelos y techos de madera o paredes pintadas en gamas calientes o colores destonificados.
Analizadas todas las variables, ya podés elegir tu código de colores. Para empezar, la pared es la que se llevará la tonalidad dominante, que convendrá que enlace todos los elementos que entran en la composición. Le sigue, en una proporción menor, el color que puedas emplear en zócalos, molduras y carpinterías, que puede ser de contraste o, por el contrario, análogo y más neutral.
Aunque ojo, nunca hay que perder la armonía de conjunto y el equilibrio de las partes. Por eso, también conviene imaginar los colores en combinación con los techos, suelos, mobiliario, iluminación y accesorios.
Para tener una atmósfera acogedora se necesitan colores de gamas calientes, como el ocre, amarillo, naranja, cobre o terracota. Son ideales para incorporar en ambientes amplios, ya que aportan fuerza y evitan la dispersión. En los ambientes pequeños, en cambio es mejor elegir las gamas más claras de este grupo.