La capital libia es escenario desde hace cuatro días de intensos bombardeos. Se trata de un repunte de los combates que le costaron la vida a cerca de medio centenar de personas –entre ellas varios civiles– y endurecieron el asedio que desde hace casi un año mantiene sobre Trípoli el mariscal Jalifa Hafter, tutor del gobierno reconocido en la ciudad oriental de Tobrouk y hombre fuerte del país.
Los enfrentamientos armados se repitieron el martes pasado en el cinturón rural que protege el sur de la capital después de que dos mujeres y tres menores perdieran la vida en distintos bombardeos sobre las localidades de Ain Zara y Kasr Ben Gashir.
Ambas forman parte del llamado eje sur, una gran autopista que facilita el acceso al corazón de la capital y que las fuerzas orientales (LNA) tratan de conquistar desde que en abril del año pasado Hafter levantara el cerco a la ciudad para tratar de arrebatársela al Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), una entidad no electa formada por la ONU tras el fallido proceso de paz de 2015.
Respaldo
Apoyado militarmente por los gobiernos de Catar y Turquía, único país que envió oficialmente tropas al conflicto en Libia, el GNA controla la capital con la ayuda de diversas milicias salafistas y algunas pequeñas localidades del noroeste libio.
Asimismo cuenta con el respaldo de la ciudad–estado de Misrata, principal puerto comercial de Libia y enemigo acérrimo de Hafter, y de milicias y Compañías Privadas de Seguridad Militar (PSMC) árabes procedentes de la guerra en Siria.
Hafter, por su parte, domina el resto del territorio nacional y todos los recursos energéticos, y recibe el apoyo de Jordania, Egipto, Arabia Saudí, Rusia y Emiratos Árabes Unidos, que le proporcionan mercenarios, armas y equipamiento logístico militar de todo tipo pese al embargo de armamento que pesa en el país desde que en 2011 triunfara la rebelión contra la dictadura de Muamar al Gadafi.