Una década de sojadependencia

Es muy difícil encontrar en la historia nacional una relación tan estrecha entre un movimiento político y un producto de exportación como la famosa oleaginosa.

Una década de sojadependencia

El decenio 2003-2012 que acaba de concluir estuvo signado por dos fenómenos, uno político, el otro económico, mucho más relacionados de lo que se cree.

Son, respectivamente, el kirchnerismo y la soja. Dos viejos amigos a los que, por lo que se verá, el 2013 que acaba de comenzar volverá a mostrarlos unidos por la necesidad.

Es difícil, por no decir imposible, encontrar en la historia argentina una relación tan estrecha y excluyente entre un movimiento político y un producto de exportación. Los cereales y la carne de los tiempos del "granero del mundo" (además de ser en rigor más de un producto) abarcaron décadas con diferentes expresiones partidarias. El trigo vendido a la Unión Soviética en la última dictadura tampoco fue tan determinante, tanto en divisas como en el tiempo transcurrido.

Una conjunción de circunstancias, como la caída del gobierno de la Alianza, la mejora de los términos del intercambio para los países emergentes, los avances tecnológicos en la agricultura y la incorporación de China al mercado del comercio mundial, fueron los que determinaron que el boom sojero pasara a ser una exclusividad del kirchnerismo.

Paradojas

Y si se revisan algunas cifras, se podría ser más preciso aún: la sojadependencia pasa a ser absoluta con el inicio de la gestión presidencial de Cristina Fernández. Paradojas de un discurso industrialista como pocos.

Cuando decidió la reinstalación de las retenciones a la exportación en 2002 (primero al 10 y luego al 20 por ciento), el presidente Eduardo Duhalde tenía la mira puesta más en el petróleo que en la soja, si bien la oleaginosa ya se perfilaba como la estrella de los años venideros: la producción llegaría ese año a los 34 millones de toneladas, veinte millones menos de lo que se cosecharía nueve años después, pero diez veces más que en 1980 y mil veces más que en 1968. Su precio en Chicago promediaba los 150 dólares la tonelada, más que interesante para quien no sospechara qué se avecinaba.

Pero en lo que al presente de entonces se refiere, las exportaciones de oleaginosas (entre las que la soja ya era el producto principal) representaban poco más de la mitad de las de petróleo y no alcanzaban a significar el 7 por ciento del superávit comercial total. La totalidad de los derechos de exportación (entre los que, como se dijo, la estrella no era la soja sino el petróleo) aportaron el diez por ciento del total de recursos tributarios.

El cambio sustancial, el verdadero "boom" de la soja, comienza a operarse a partir de 2003. De acuerdo con el cruce de las informaciones del Indec y de la Cámara de la Industria Aceitera, la liquidación por exportaciones del complejo oleaginoso fue ese año de 9.450 millones de dólares, el 60,8 por ciento del saldo favorable de la balanza comercial. Si el porcentaje es impactante, mucho más impresiona saber que, en realidad, fue el más modesto de la década que empezaba.

La sojadependencia recién asomaba y ni el naciente kirchnerismo se daba cuenta de su importancia, al punto tal de anotar en su plataforma electoral de ese año que "una vez alcanzado el equilibrio fiscal y en la medida de las posibilidades presupuestarias se comenzará un proceso de eliminación de las retenciones a las exportaciones".

Lo que hubiera ocurrido

El resultado final de esa década fue un superávit comercial acumulado de 128.451 millones de dólares, impulsado fundamentalmente por el complejo oleaginoso, que en el mismo período liquidó exportaciones por 170.560 millones de dólares.

Es decir que sin la soja y sus derivados, la década kirchnerista hubiera terminado con un déficit en la balanza comercial de 42.109 millones de dólares.

Pero en el reparto de honores, las palmas se las lleva la actual presidenta: en el lustro 2003/2007, el superávit comercial superó a las liquidaciones de oleaginosas en 544 millones de dólares. En el quinquenio siguiente, gobernado totalmente por Cristina Fernández, la relación fue inversa: las liquidaciones de oleaginosas superaron al saldo comercial en 42.653 millones de dólares. O si se prefiere: sin la soja, el déficit comercial sería de un promedio anual de 8.530 millones de dólares. Y si se quiere hurgar un poco más, cualquier especulación es válida para acercarse a cuánto llegarían en déficit fiscal primario y financiero, el nivel de reservas del Banco Central, y ni qué hablar de la cotización del dólar.

Recursos vitales

Pero el fin de la década no implica la desaparición de la sojadependencia. Ni mucho menos. A diferencia de los años iniciales del kirchnerismo, hoy los ingresos del complejo oleaginoso son vitales para financiar un creciente déficit energético y, en tiempos de cepo y restricciones, las importaciones industriales. En este último rubro, la imprevisión oficial se jugó el todo por el todo a que el precio de la soja no pararía de subir, creyendo que la tendencia registrada en años anteriores sería eterna. Estimaciones de la consultora Economía & Regiones dan cuenta de un déficit industrial en 2013 de 27.200 millones de dólares, a los que habría que sumar unos 6 mil millones de déficit de la balanza energética.

Para financiarlos, aseguran, "necesitaríamos una soja a 725 dólares la tonelada", es decir, un improbable incremento del 50 por ciento en pocos meses.

A la hora de hacer estimaciones sobre cómo evolucionará la economía argentina en 2013, no puede pasarse por alto ese cálculo. Y ya que los árboles no crecen hasta el cielo, pensar en alguna alternativa económica de largo plazo más consistente que esperar una cotización salvadora del vilipendiado "yuyo".

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA