El domingo en la tribuna
un gordo se resbaló,
si supieran la avalancha
que por el gordo se armó.
Rodando por los tablones
hasta el suelo fue a parar
mientras todos los muchachos
se pusieron a gritar...
Deben ser los gorilas, deben ser
que andarán por allí.
Ayer en el colectivo
una chica se enojó
y a un muchacho muy buen mozo
un carterazo le dio.
"Yo no he sido, señorita"
el muchacho le explicó
y un viejito muy astuto
entonaba esta canción...
Deben ser los gorilas, deben ser
que andarán por allí.
"Deben ser los gorilas".
Canción popular argentina. 1955.
Pocos meses antes de la caída de Perón, en 1955, un programa cómico usó el término gorila para echarles la culpa a esos animalitos grandotes de las cosas malas que pasaban. Palabra que fue adoptada por los peronistas para acusar de todos sus males a los antiperonistas. Paradójicamente, los “contreras” se sintieron orgullosos que los “cumpas” los llamaran gorilas. Y así quedó impuesto el nombre que simbolizaba la nueva división política y cultural de los argentinos.
El peronismo había hecho muchísimo por esa división, a la que si bien no inventó, sí se ocupó de fogonear durante su década de gobierno. Ahora que criticamos los intentos del kirchnerismo por adoctrinar en las escuelas, lo que ocurre hoy es casi nada comparado con los libros de lectura de la primaria en tiempos de Perón donde en vez de decir “Papá y mamá me aman”, se imponía coercitivamente y para todos los pibes, el “Perón y Evita me aman”, entre otras barbaridades, en las que hasta se comparaba a la pareja gobernante con Dios.
La censura a los medios de comunicación llegó a ser total y el ahogo de las libertades públicas, inclemente. Así como Perón hizo muchas cosas buenas y por eso aún subsiste su nombre y su obra en la memoria y el voto popular, también se podrían cubrir páginas con los excesos del peronismo de aquellos tiempos.
Pero a su vez hay que juzgar la actitud soberbia e intolerante con que la oposición recibió desde el primer día al peronismo, a eso que llamaban el aluvión zoológico fascista entre otras agresiones. Los odios eran equivalentes de un lado y del otro.
El golpe del 55, que decía venir a superar al causante de ese odio, o sea a Perón, lo que hizo fue incrementarlo aún más. Uno de los más célebres escritores argentinos, Ezequiel Martínez Estrada, escribió en enero de 1956 un ensayo llamado "¿Qué es esto?", en el que describía cómo los antiperonistas seguían subvalorando y despreciando a los peronistas, sosteniendo delicias como las siguientes:
* "En la figura de Perón y en lo que él representó y sigue representando, he creído ver personalizados, si no todos, la mayoría de los males difusos y proteicos que aquejan a mi país desde antes de su nacimiento".
O sea que el peronismo considerado como enfermedad social, nació antes de 1810.
* "Mi pueblo había cometido muchos y muy graves pecados y Perón le ofreció la impunidad y no la absolución. Hay que ofrecerle la regeneración, la purificación. Castigo y compasión".
O sea que al peronista hay que reeducarlo a palos y luego compadecerse de él.
* "¿Qué puede hacerse por él y cómo ha de encararse la planificación psicoanalítica de su recuperación?".
El peronista está loco.
* "Perón se dirigió a un sector numeroso del pueblo, el de los resentidos, el de los irrespetuosos, el de los iconoclastas... A ese populacho, desdichadamente mayoritario y dueño de un poder destructor antes nunca ejercido ni exhibido, se dirigió Perón".
Los pobres son resentidos, envidiosos, básicamente destructivos.
* “Perón le ofreció a su pueblo vacaciones o jubileo del esfuerzo...Lisa y llanamente les prometió trabajar el domingo y descansar el resto de la semana”.
Los peronistas son todos vagos.
* "Habíamos hablado mucho de nuestro pueblo. Ya en el himno se lo menciona, pero no lo conocíamos. Perón nos reveló, no al pueblo sino a una zona del pueblo que efectivamente nos parecía extraño y extranjero. El 17 de octubre... parecía una invasión de gentes de otro país hablando otro idioma... y sin embargo eran parte del pueblo argentino... ese pueblo bajo, ese miserable pueblo... Eran nuestros hermanos harapientos, nuestro hermanos miserables. Lo que se llama con una palabra técnica el Lumpenproletariat".
El peronista era un habitante del subsuelo, hablaba otro idioma, ni siquiera era obrero ni llegó a serlo, sino meramente lumpen, se trató de una invasión de zombies.
* "Aquellos siniestros demonios de la llanura que Sarmiento describió en el Facundo no habían perecido... Sentimos escalofríos viéndolos desfilar en una verdadera horda silenciosa".
Eran la barbarie contra la civilización
* Y sigue Martínez Estrada calificando a los peronistas en más de 300 páginas de "hurgadores de tachos de basura, residuos de todas las actividades nacionales, la hez de nuestra sociedad y de nuestro pueblo, muchedumbre zaparrastrosa, majadas electorales, etc., etc.
Insistimos, no lo decía cualquiera, sino uno de nuestros más geniales escritores que en los años 30 escribió, entre otras, una obra superior,
“Radiografía de la Pampa”, y años después de despreciar así al peronismo, se transformaría en un gran defensor de la Revolución Cubana y su pueblo. Y no lo decía en el 45, sino en el 55, indicando que el enfrentamiento vino para quedarse.
Esa división cultural prosiguió viva y con ascendente furia hasta que en 1972/3, Perón con su retorno, en alianza con Balbín y otros políticos “gorilas”, le pusieron terminante fin. Tanto que a partir de allí la palabra gorila la usarían sobre todo los montoneros para acusar al propio gobierno de Perón (“¿Qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular?”). No siendo casualidad que hayan sido los grupos de izquierda peronista de los 70 los que hayan intentado que sobreviviera el término gorila, como luego harían sus continuadores kirchneristas.
Con el resurgimiento de la democracia, durante el alfonsinismo, se observó que la prédica de Perón, tan fallida en muchas cosas en aquellos fatídicos 70, en esto se había impuesto culturalmente, porque el enfrentamiento entre peronistas y antiperonistas pasó a ser desde 1983 un mero debate de sobremesa como si se tratara de Boca y River. Ya había sido superada históricamente esa otra división argentina.
Pero nunca falta el aprendiz de brujo que la intentara hacer renacer de una nueva manera. Entre varias, dos fueron las grandes decisiones de Néstor Kirchner que se propusieron hacer volver la antinomia. Una, cuando en plena lucha contra el campo por la 125 acusó a los que defendían a las productores agrarios de ser los nuevos comandos civiles (aquellos que se armaron para pelear contra Perón en el 55). Y luego, cuando, según cuenta en un libro Silvia Mercado, Kirchner se inspiró para aplicar su política comunicacional contra el periodismo crítico en la figura de Raúl Apold, el secretario de prensa del primer Perón, un nazifascista confeso que no dejó expresarse a nadie opuesto al gobierno durante su tiranía comunicacional.
En el entender de Kirchner, esos retornos a pasados que parecían muertos fueron apenas tácticas para la lucha política, pero su señora esposa los transformó en convicciones más profundas y desde entonces ha renacido la acusación de gorila o de cipayo o de antipatria a todo quien se opone mínimamente a cualquier medida del gobierno.
Y si bien la división por mitades entre los argentinos no ha retornado (aunque se la intentó explícitamente hacerla resurgir desde la cúpula del poder), sí han aparecido cómo réplicas muchas personas que ven al kirchnerismo de modo parecido a como Martínez Estrada veía a los viejos peronistas.
Una división por ahora virtual y más oral o discursiva que otra cosa, cuyo resurgimiento es un disparate arcaico, pero que no por eso deja de ser riesgosa en un país tan predispuesto al maniqueísmo, en particular cuando se lo estimula desde arriba.
Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar