Por Leonardo Rearte - Editor del suplemento Cultura y de la sección Estilo
El problema de los argentinos no es, precisamente, que no sepamos debatir. Es que creemos que un debate es ese programa que conduce Pamela David sobre Gran Hermano. O ese cúmulo de gritos de “El show del fútbol”. Deben haber pocas palabras más descalibradas en Argentina que "debate". Me refiero con descalibradas, a términos que aprendimos no del todo bien, usamos mal y comunicamos peor.
Debate es poner ideas unas frente a otras. Es decir, para participar en un debate, primero, hay que tener idea.
Habría que generar un plan de estudio en los colegios para comenzar de cero a enseñar a comunicarnos, y que alguien frente a un aula sugiera: “Para debatir, primero hay que escuchar, después hay que pensar lo que dijeron, luego pensar lo que vamos a decir, y recién, decirlo”.
Será porque vivimos muchos años, como país, con candados en la boca. Será por eso que prevalece siempre el derecho de decir lo que se nos canta, antes del buen tino de hablar sólo si sabemos del tema.
Será que nos acostumbramos tanto a ensalsar todo lo referente a la “pasión”, que debate se convirtió -cuando lo hay- en sinónimo de agresión. ¿Apasionado es el que grita? ¿El que insulta de la manera más ingeniosa? ¿El que reta a propios y extraños? Debe haber pocas palabras más descalibradas en Argentina que “pasión”.
Venga a debatir, déjese de embromar
Decía que, en realidad, no hay muchos debates en los medios argentinos. Ustedes saben, nos cuesta juntar a tres o cuatro presidenciables, y hacerlos que conversen. Que digan qué van a hacer si ganan. Porque los muchachos/as todavía no saben que, si se sientan en el Sillón de Rivadavia, van a administrar un dinero que es de todos. No saben aún, que tienen que rendir cuentas después, pero también antes.
Ellos, los candidatos, se sienten a gusto barajando otras estrategias. Les viene bien ir, por ejemplo, a lo de Marcelo Hugo, y ver quién tiene la “simpatía” más grande. Quién es el más canchero. Quién se banca las burlas del imitador de una manera más copada. Siempre en el terreno del supuesto "carisma" y de “ser natural y espontáneo”, que no es otra cosa más que una gran"chantada".
No me contés cómo le sacaron los piojos a tu hijos, no me mostrés cómo te ponés la corbata, o cómo das vergüenza ajena bailando. Decime qué carajo vas a hacer si ganás. Que la presidencia, en todo caso, es una responsabilidad, no un premio ni un concurso por el cetro de Miss Simpatía. Es eso, es que debe haber pocas palabras más descalibradas en Argentina que "poder".
Sí, en todos aflora rápidamente el versito del gusto de “trabajar por el otro”, de la “vocación de servicio”, que si se dedicaran "a lo suyo"
ganarían más que en el sector público. Pero después, las declaraciones juradas (y las que no están declaradas ni juradas) dicen otra cosa. (En realidad, dicen muchas cifras). Y si se pueden abotonar a la teta del Estado durante décadas, lo hacen. Y la única vocación que se ve, en todo caso, es una marca de galletita sobre su escritorio.
También es verdad que en Europa o en Estados Unidos, por ejemplo, el debatir es una obligación impuesta a los futuros mandatarios. Y que luego, lo dicho allí, se toma como programa de gobierno para los próximos años. Que es inimaginable por otros electorados que algún candidato se niegue a participar con la razón velada de que si va al debate puede llegar a perder los votitos que las encuestas le auguran.
En otros países del mundo, ¿tendrá la palabra picardía una connotación supuestamente positiva como la tiene aquí?
Lo dicho. Términos como “picardía”, “pasión”, “poder” y “debate” fueron aprendidos no del todo bien, los usamos mal y los comunicamos peor.