Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional - Especial para Los Andes
Voté a Macri y volvería a hacerlo, eso no evita que exprese mis diferencias con algunas de sus decisiones. Haber superado al kirchnerismo, esa mezcla absurda de feudalismo con estalinismo, haber salido de ese pantano, tiene valor en sí mismo.
Ahora bien, con el mero retorno al diálogo y a la libertad del parlamento, con el hecho de superar el discurso único y la obediencia oportunista que tanto nos degradó, con la imagen de los gobernadores en una mesa compartida con el Presidente, con el simple recuperar las costumbres respetuosas de toda democracia ya es mucho lo que hemos avanzado. Cuando lo normal nos resulta extraordinario es momento de medir los avances y la distancia con los tiempos en que lo ausente era la cordura.
Personalmente aposté a la democracia, y al día de hoy ignoro qué políticas hubiera desarrollado Daniel Scioli en caso de haber ganado. Aún hoy no expresó distancia o independencia con la figura de la ex presidenta, razón por la cual pareciera que para él el autoritarismo no era una enfermedad grave que necesitáramos curar.
Ahora bien, si el autoritarismo y su hijo dilecto, la corrupción, han sido superados, no por eso estamos ingresando al espacio de la paz social. Falta todavía instalar el pensamiento político, armar un proyecto capaz de incluir a los caídos, que son muchos, demasiados, para que nuestra sociedad se vuelva vivible, habitable. Y de eso no se puede encargar ni la economía ni los inversores ni mucho menos los gerentes, ni nadie que no se atreva a pensar el futuro y nuestro lugar en el mundo. Y ese es el papel de la política, de ese arte que hoy está devaluado y derivado a manos de los gerentes, que se reparten la tarea con los aficionados.
Cuando los humanos tienen problemas de pareja le suelen echar la culpa al amor, una manera natural de no asumir las propias limitaciones. Cuando las sociedades fracasan le suelen echar la culpa a los políticos, cosa que es justa, pero no pueden jamás imaginar que el problema lo tenga la política, algo a lo que no le dedicaron tiempo ni pasión y les ha respondido en consecuencia.
La política es el arte que se ocupa de lo colectivo, hay tiempos en los que las sociedades generan dirigentes, hay otros en los que pierden el rumbo y no surge quién se haga cargo de lo colectivo.
Europa vivió guerras que la forjaron, debió superar conflictos que parecían imposibles de ser convertidos en pasado. Nosotros salimos de transitar la bonanza con el autoritarismo, y ahora, en tiempos de dificultades, nadie puede imaginar que nuestros problemas pueden ser resueltos por las simples leyes del mercado.
No somos un país pobre, somos una sociedad en la que las riquezas están concentradas en pocas manos y el papel del Estado es, primero y principal, el de limitar las ganancias de los poderosos y, luego, tratar de aumentar las recaudaciones entre el resto de la sociedad. El capitalismo funciona cuando el Estado es fuerte y capaz de limitar las ganancias de las grandes corporaciones; la ambición de los ricos sin limitaciones impuestas por el Estado termina destruyendo la misma estructura de la que extraen sus ganancias.
El capitalismo sin Estado es la ley de la selva, y la iniciativa privada, tan necesaria, tiene dos enemigos, el estatismo y la concentración de las corporaciones.
El Presidente tiene un conflicto personal con la política, y esa es la razón principal que lo lleva a sustituir a los militantes por los gerentes. Viejo tema de nuestros tristes empresarios; imaginan que pensar y hablar es perder el tiempo, y entonces ellos acumulan ganancias como si esa fuera la única variante del “hacer”.
Los gerentes son ejecutores de órdenes superiores, en caso contrario carecen de los criterios humanos que exige el manejo de toda sociedad. Un gerente piensa en pérdidas y ganancias, de lo humano se ocupa la política, que en estos tiempos pareciera estar desocupada o ausente sin aviso.
Cuando los supermercados y los laboratorios definieron sus precios quedó en claro que la concentración es para nosotros un problema mucho más grave que la corrupción.
Cuando la corrupción se vuelve permanente se suele convertir en corporación. Y en el momento en que el gobierno no fue capaz de hacerlos retroceder en su demencia, en ese momento perdió autoridad para exigirle enormes aumentos al resto de la sociedad. Es entonces que salen a luz tantos detalles de frivolidades que en el dolor social se transforman en afrentas. Y algunos funcionarios que nos miran con la soberbia de los que se creen superiores, con la mirada de los necios.
Algunos nos dicen que les tenemos que dar tiempo para mostrar resultados; no estoy de acuerdo, es ahora el momento de avisarles que este no es el rumbo que los conduce a la estabilidad ni, mucho menos, el que todos necesitamos. Hay demasiados empleados públicos y eso es injusto, pero no imaginamos pensar una sociedad que tenga disperso su capital. El supermercado es dañino para el productor y para el consumidor, una sociedad en la que triunfaron los intermediarios es el espejo del peor de los fracasos.
La democracia fue recuperada, descubrimos de pronto que los legisladores piensan, hablan y votan, al menos la mayoría; restan otros que en su limitación se quedaron abrazados al ayer. En una de esas tienen razón, para ellos ese tiempo fue el único en el cual podían haber tenido vigencia. Aplaudir suele ser una forma de dejar de pensar.
Algunos pequeños imaginan que si se equivoca Macri vuelve el kirchnerismo, olvidan que el pasado, cuando fue nefasto, solo tiene vigencia en la memoria de sus usurpadores.
La democracia está recuperándose, ahora es tiempo de apoyar a las instituciones y proponer alternativas ideológicas. Macri implica un avance en lo político, en ese espacio necesitamos plantear nuestras diferencias.
El Gobierno tiene que tomar alguna medida que limite el poder y las ganancias de los poderosos, es un paso imprescindible para recuperar la confianza de la sociedad. Ya es tiempo de hacerlo.