De un tiempo a esta parte aparecen o se sugieren en los caminos mediáticos la palabra “debate”: en las reuniones de gobernadores, de empresarios, de los partidos políticos, de las paritarias...
En todas esas oportunidades de debates cada miembro debería llevar una propuesta para exponer, defender, cuestionar para llegar a un acuerdo: porque ése es el objetivo del debate, llegar a una instancia compartida. Cada uno debería presentar sus ponencias y fundamentar la conveniencia de aplicarlas. A su vez, los otros encontrarían las dificultades e inconveniencias de esa idea, fundamentadamente. Y así se irían recuperando los principales rasgos para construir una propuesta para el bien común.
Ejemplo breve: los actuales enemigos el SUTE y el Gobierno tenían cada uno un punto duro para no ceder: el Gobierno quería el ítem aula para asegurar una mayor asistencia docente; el SUTE, su aumento salarial. Si hubieran “debatido” en serio y hubieran estado bien predispuestos, podrían haber llegado a un acuerdo: el Gobierno daría el aumento que finalmente había aceptado el gremio, y el ítem aula, en lugar de un castigo, podría haberse convertido en un estímulo si se hubiera ofrecido un porcentaje -por mínimo que fuera, el 2%, por ejemplo- en tal concepto, por encima del sueldo. Pero ninguna de las dos partes propuso o aceptó esta instancia y el resultado fue desastroso.
Pero hasta ahora nos hemos centrado en un polo de la discusión: el hablante. Pero no puede haber conversación sin un ingrediente esencial: el oyente, el escucha. Si cada uno habla y mientras expone el otro se limita a desarrollar su propia idea, la situación se convierte en una serie de monólogos intercalados. Así no hay debate y no se llega a ninguna conclusión definitiva.
Eso es precisamente lo que hacemos los argentinos. Creemos que la verdad nos pertenece y lo que dice el otro no tiene valor, en el mejor de los casos, o es irreconciliable, como ocurre casi siempre. Conclusión: cada debate termina en enemistad, oposición, pelea.
El debatir es un procedimiento pedagógico y actitudinal. La escuela debe preparar a los futuros ciudadanos para el debate: enseñar a formular ideas, fundamentarlas, escuchar las otras, pensarlas, objetar con coherencia, comparar lo dicho por cada uno para descubrir la mejor solución. También, saber escuchar respetando al orador, interpretando el sentido de lo expuesto sin egoísmo, evitando la actitud competitiva. De otro modo se convierte en un combate que arma grupos adversarios.
Entonces, si así fuera, nuestros legisladores intercambiarían las mejores propuestas para el país, y no acudirían a mentiras, chicanas, ausencias de su puesto para no votar, sólo a beneficio propio o de su partido. Parece que actualmente el partido político ha remplazado a la patria.
¡Ah! Por último, ¡qué casualidad! ¡Cuando se fijó el aumento de sus propios haberes estuvieron de acuerdo tanto los diputados como los legisladores, sin discusiones ni peleas! Casi por unanimidad.
Prof. Marta Ofelia Pierro - DNI 4.460.791