Con sus definiciones y sus elusiones, el flamante presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Miguel Acevedo, tras la reunión-presentación del jueves pasado con el presidente Mauricio Macri, resultó elocuente respecto del compás de espera que el empresariado parece haberse impuesto sobre la evolución de la economía hasta después de las elecciones, igual que lo hace el propio Gobierno.
El titular de la central que representa al gran empresariado industrial esquivó tocar alguna cuerda que pudiera disonar con la interpretación gubernamental, aun cuando lo había hecho en los últimos tiempos con algunas opiniones críticas respecto de la política económica. Por el contrario, en línea con la Rosada, sostuvo que el desempleo de 9,2 y el subempleo del 10 por ciento que el Indec dio a conocer esta semana, marcan un techo, al igual que la recesión económica que lleva quince meses. "De acá en más los números serán mejores", dijo.
Comprensivo, también, se mostró con relación a los tiempos postelectorales del Gobierno sobre las reformas que tiene en carpeta para bajar el “costo argentino”, darle competitividad a la economía y así atraer inversiones, según el discurso oficial: la impositiva, en particular Ingresos Brutos, un gravamen que cobran las Provincias.
Y, sobre todo, laboral. Particularmente sobre ésta pivoteó el Presidente esta semana, cuando el lunes, en un ámbito en principio impropio (la jura del nuevo canciller Jorge Faurie), desenfundó "la mafia de los juicios laborales", nombre propio incluido, como uno de los obstáculos, si no el mayor, para atraer las nuevas inversiones que permitirían el crecimiento y con ello el desarrollo. Después vinieron los apoyos coincidentes en ese sentido del titular de la UIA, como el mismo día de la Cámara Argentina de Comercio.
El Presidente en particular, pero el Gobierno todo, apareció así ocupado en temas que trascienden lo estrictamente político-electoral. Como volvió a hacerlo el jefe de la Casa Rosada el viernes al criticar porque se hacen los “vivos” a los empresarios, con algunos de los cuales estuvo reunido el jueves. De ahí el silencio, estratégicamente decidido en la intimidad presidencial, en vez de salirle al cruce a las definiciones que empezaron a producirse con la presentación de alianzas de cara a las legislativas de octubre. La bala propolarizadora con Cristina Fernández de Kirchner desde la política, como desde otros terrenos, permanece guardada en el arsenal y seguramente empezará a desempolvarse después del sábado venidero.
"Si la desaparición de la emblemática denominación FpV es o no una debilidad para el kirchnerismo se develará la noche del 22 de octubre..."
Es que recién la medianoche del 24 quedará definido claramente hasta dónde está dispuesta a jugar la ex Presidenta cuando a esa hora cerrará la presentación de candidatos para las PASO del 13 de agosto. Por ahora, oficializadas las alianzas, en esa polarización la ventaja aparece del lado del oficialismo. Aun con peleas con su socio principal, el radicalismo, o solo de la mano radical, Cambiemos avanzó respecto de 2015 para ser hoy un frente nacional ante estas legislativas claves, al presentar alianzas en todos los distritos del país, menos en la incubadora de su embrión Pro, la ciudad de Buenos Aires. Sobre todo en Santa Fe, el tercer distrito electoral del país, donde logró que el radicalismo abandonara a los socialistas, socios históricos con los que llegó al poder hace casi una década. Mientras que, por el contrario, salvo en Formosa y Santa Cruz, el Frente para la Victoria como denominación, y en la esencia PJ inclusivo que tuvo hasta 2015, dejó de existir y pasó a ser, con mengua, el frente Unidad Ciudadana.
Si la desaparición de la emblemática denominación de FpV es o no una señal de debilidad para el kirchnerismo, se develará, números en mano, la noche misma del domingo 22 de octubre. Por lo pronto, y respecto al distrito donde, una vez más, se librará la "madre de todas las batallas", la decisión de la ex Presidenta de salirse del PJ y conformar otro frente, después de haber reclamado la unidad en torno a su conducción, es una jugada de riesgo, por no decir de máxima. Por un lado, dejó a su desafiante Florencio Randazzo peleando contra "el molino de viento", cediéndole todo el aparato del PJ y lo que ello simbólica y políticamente conlleva. Y, además, vaciándole de la posibilidad a su ex ministro-desafiante de judicializar la pelea en caso de que ella insistiera en seguir con su negativa a unas PASO dentro del PJ bonaerense.
Pero, por otro lado, supone una apuesta "a todo o nada" para la ex Presidenta en su pretensión de ser la conductora de un gran movimiento de oposición a Macri, con la aspiración de volver a ser la candidata, o la gran electora, en 2019. La última palabra, es el razonamiento implícito, la tienen los votantes en la pelea de fondo, no en las preliminares; y en base a un compromiso de comportamiento legislativo de 15 puntos que puso sobre la mesa. El camino que tomó se asemeja al que transitó Néstor Kirchner en 2005, cuando renegó del "pejotismo" y Cristina enfrentó a Chiche Duhalde. Pero entonces el adversario era un peronismo anacrónico, identificado con el proceso noventista que había desembocado en el estallido de 2001. Hoy está enfrente una fuerza política en consolidación, más un peronismo de mil cabezas con las fauces abiertas, por necesidad o por convicción.
Queda por estar atento a sus próximos pasos. Difícilmente haya un anuncio formal sobre su candidatura en el acto en territorio propio (estadio de Arsenal de Sarandí), pasado mañana, a cuatro días del cierre. La unidad con Randazzo ya es a esta altura una quimera, aunque tratándose del peronismo…Y después de dejar solo en el ring a su pretendiente challenger, a ella no parece quedarle otra: ser candidata, y a senadora. No tendría margen para designar a otro candidato, so riesgo de que el mayoritario apoyo que hoy tiene ella de los "jefes territoriales" (los intendentes granbonaerenses) termine por "deslizarse" hacia Randazzo, como lo sufrió Kirchner candidato en las legislativas de 2009.