La villa patagónica que ha crecido en torno al azul lago Aluminé toma su nombre de los pehuenes, es decir de las araucarias araucanas que crecen en esta zona patagónica (que también se apodan piñoneras). Las altísimas moles verdosas, son añosas y los lugareños, por consejo de los mapuches -originarios dueños de estas tierras- los cuidan denodadamente. También hablan de sus árboles emblema diciendo que no hay dos iguales, que el viento las peina a todas para el mismo lado y que hay que cuidarlas porque si se les corta un brazo no vuelven a producir nunca más. “Si el año es nevador, habrá muchos piñones”, otro de los comentarios frecuentes en los albores del invierno.
El fruto de esta conífera, cuyo nombre correcto es araucaria araucana, es el piñón. De lento procesos de maduración -dos años concretamente-, es recogido por los habitantes cuando el viento los hace caer al suelo y los turistas suelen remedar este ritual en la plaza principal, por ejemplo. Aunque también es posible conseguir paquetes de piñones en los negocios del pequeño centro para llevar de souvenir.
Hay pehuenes que tienen hasta dos mil años. A lo largo de esa historia han aportado sus piñones para alimentar a los mapuches durante los duros inviernos patagónicos. Hoy se los envasa para que los turistas los lleven a casa. También se los utiliza para producir licores y harina con la que se amasan galletas y alfajores. Los chefs de los restaurantes de la villa los tuestan y los usan en sus platos a base de cordero o de trucha. Y las abuelas mapuches, que viven entre las montañas preparan, con los piñones, suculentos guisos con los que alimentan a su familia.