Son situaciones diferentes, pero creo que la frase del cubano Virgilio Piñera, en este caso, aplica. La mañana de noviembre de 1985, cuando el terraplén cedió y la pujante villa de Lago Epecuén comenzó a inundarse lenta pero inexorablemente, la sensación de incredulidad, sorpresa y fatalidad, ganó a los pocos habitantes que, luego del masivo éxodo obligado, permanecieron observando el inquietante panorama. Esta crónica tiene varios finales, pero intentaremos contarla desde un inicio en común.
Las aguas milagrosas
El lago Epecuén es el último eslabón de la cadena de lagunas que conforman las llamadas Encadenadas del Oeste, en la provincia de Buenos Aires.
El sistema comienza en la Laguna Alsina del partido de Guaminí, y abarca varias lagunas más, situadas en seis partidos diferentes del Oeste de la provincia. Estas lagunas se van sucediendo en forma escalonada y terminan desembocando sus aguas en una especie de gran olla que es el Lago Epecuén.
A fines de 1800, alguien tuvo la inquietud de analizar las aguas del lago. Ahí fue cuando descubrieron que tenían una salinidad nueve veces mayor que la del mar, sólo superada por las aguas del Mar Muerto.
A partir de ese hallazgo, se pensó en una explotación mineral del recurso, básicamente la exportación de sal en gran escala, pero nunca consiguió ser de volumen. Luego de algunos años, se descubrieron las propiedades curativas de las aguas y todo cambió.
Las aguas que hacían bien, ésas que curaban dolencias varias, popularizaron un balneario para clase alta primero y luego para todo el mundo. Signadas por las lluvias, un día se rebelaron y ya nada sería como antes
Cada vez fueron llegando más visitantes atraídos por las mágicas aguas que aliviaban los dolores de reuma, de artritis y también los problemas de la piel. Mágicamente Epecuén se convirtió en un floreciente balneario y un atractivo lugar para descansar y disfrutar de sus aguas sanadoras.
Tanto que se construyó sin cesar. A partir de la década del 30, hoteles de lujo como el “Del Parque” o el paradójicamente bautizado “Venecia”, y otros varios alojamientos de categoría, tres ferrocarriles y enormes residencias privadas.
Era un lugar elegido por la clase alta para vacacionar. La demanda de turismo hizo que se crearan muchas fuentes de trabajo y se instalara población permanente, con la consiguiente construcción de escuela, iglesia y comercios para atenderla.
Con el gobierno peronista, el balneario se popularizó y recibió gran afluencia de contingentes escolares en colonias de vacaciones, grupos de turismo sindical y contingentes de visitantes que hicieron que creciera en hospedajes, pensiones y departamentos, hasta el nivel máximo de los años setenta en que contaba con 1.500 habitantes, 5.000 plazas estables para dormir, repartidas en 280 establecimientos, que llegaron a albergar 25.000 turistas por temporada.
Esta etapa de apogeo del balneario, podría ser uno de los finales de esta historia.
Pero el destino jugó sus cartas y Epecuén sufrió una nueva realidad.
Las aguas malditas
Como dijimos, el Lago de Epecuén dependía de los ciclos favorables y desfavorables de lluvias. Ya en el principio de su uso como balneario, la gente reclamaba por más agua ya que en ciclo de sequía, la laguna se evaporaba.
Se fueron limpiando y canalizando arroyos, para que el agua fluyera hasta el lago y éste mantuviera su caudal. Se construyó un gran terraplén que sirviera de muro de contención para proteger el pueblo. Y se hicieron obras para que el lago no perdiera volumen de agua. Y eso fue fatal.
En los años 80 comenzó un inédito período de lluvias incesantes. El agua creció tanto y con tanta fuerza, que amenazaba sobrepasar el terraplén e inundar el pueblo.
Los que tenían que tomar decisiones, no pensaron que esto iba a suceder y demoraron en la respuesta. La fuerza de las aguas impulsadas por una cruel sudestada, hicieron su hueco en la defensa, y el agua fue invadiendo las calles del poblado. Cuando la realidad se volvió inexorable, comenzó la lenta evacuación de la villa.
En poco tiempo, lo que hasta el momento era una pujante villa, se convirtió en un inmenso mar que se tragó todo y la sumergió por más de 20 años.
Éste podría ser otro de los finales de la historia. La maldita circunstancia del agua por todas partes.
Esta agua maldita que hace llorar a miles, y que dice la leyenda que surgió de las lágrimas de un jefe indio que lloró la pérdida de su amor, sencillamente cubrió todo.
El pueblo que resurge de las aguas
Las imágenes de la inundación se sucedían a un ritmo acelerado. La gente tratando de rescatar todo lo posible, en interminables mudanzas. El agua avanzando inexorablemente, invadiendo todos los espacios. El cementerio inundado y los cajones flotando.
Los bomberos enlazándolos para intentar rescatarlos y una vez en tierra, devolviéndoselos a los que pensaban eran familiares, y no siempre lo eran.
Esta agua maldita que hace llorar a miles, y que dice la leyenda que surgió de las lágrimas de un jefe indio que lloró la pérdida de su amor, sencillamente cubrió todo. Todo desapareció. Todo quedó a su merced. La estación de colectivos que recibía a miles de ansiosos turistas, los hoteles, las casas, las historias de vida de gente que de un día para otro perdió sus propiedades, sus raíces, su pasado.
Quiso el destino que casi 25 años después, las aguas comenzaran a bajar merced de una extensa sequía. Poco a poco fueron asomando las desnudas copas de los árboles, las terrazas de los edificios más altos, los pocos postes de luz que quedaron en pie.
La bajante dejó al desnudo las ruinas de lo que fue la ciudad. Árboles grises con su pátina de sal. Casas con escaleras que llevan a ninguna parte.
Restos de camas de hierro, autos, carretillas, juguetes herrumbrados. Todo con su pátina de sal. Cemento y sal. Madera y Sal. Un paisaje fantasmagórico. Morbosamente atractivo.
A la entrada del pueblo la inmensa mole del Matadero, uno de los edificios insignia del famoso arquitecto Salamone hoy estudiado en todo el mundo, no es más que un enmarañado conjunto de escombros, hierros retorcidos, que sólo conserva su monumental fachada.
Lo que era una pujante villa se convirtió en un inmenso mar que se tragó todo y la sumergió por más de 20 años en la maldita agua. Hoy busca otro final de la historia. ¿Lo logrará?
Ese panorama dramático, desolador, llamó la atención a productores de cine, publicitarios, fotógrafos, y el pueblo resurgido se convirtió en un gran set de filmación.
Desde una película de terror, remake de la famosa “And soon the darkness”, hasta la publicidad de Red Bull, con Danny MacAskil rodando y saltando por las ruinas con su bicicleta, en un video que dio la vuelta al mundo haciendo famoso a Epecuén y su destino.
En el video, también aparece el único habitante actual del pueblo: Pablo Novak. Nacido en 1930 en Lago Epecuén, volvió a instalarse en los restos de una de las casas abandonadas y vive cuidando sus vacas y recorriendo una y otra vez todos los días, con su oxidada bicicleta, cada rincón del pueblo, buscando turistas para contarles su vivencia. Siempre dice: “Yo vi a este pueblo nacer y también lo vi morir. Ya no me afecta”.
Hace unos pocos meses, los amantes de Epecuén, sucumbieron a la fantástica sensación de flotar sin esfuerzo, y se plantearon el desafío de figurar en el Guinness, derrotando el récord que mantenía Taiwán.
Más de 2.000 personas se sumergieron en sus aguas y flotaron, todos a la vez, a la búsqueda del título, pero también intentando poner una nota de color, quizá otro final más feliz para esta dramática historia.
Hoy en Epecuén, el agua sigue siendo protagonista. Las copiosas lluvias hicieron avanzar un poco el agua sobre los escombros del pueblo. La pregunta es: ¿Epecuén será capaz de escribir otro final?