En la línea del Ecuador, los vendedores ambulantes se ganan la vida exhibiendo a los turistas una curiosidad entre el mito y el timo.
De un lado de la calle demuestran con un embudo y un balde que el agua gira en el sentido de las agujas del reloj. Cruzando a la otra vereda, en el hemisferio opuesto, el agua cae por el mismo embudo girando en sentido inverso. En el breve medio de la avenida, el agua no se mueve.
En cuestión de horas, Sergio Massa dejó sus huellas en los dos remolinos donde el peronismo se juega su futuro. En Córdoba suscribió el compromiso de una candidatura alternativa a Mauricio Macri y Cristina Fernández. El fin de la grieta. Horas después firmó el documento de su agrupación admitiendo un acuerdo con Cristina.
Apenas vió en Córdoba que podía avanzar la consolidación operativa de Alternativa Federal y que la UCR asumía el alineamiento con Macri como un imperativo del realismo político, Massa percibió que se congestionaba la avenida del medio. Hijo del vértigo, se zambulló en el torbellino cristinista. En el que lo esperan para escarmentarlo hasta el fin de sus días por la traición de 2013.
El tiempo de las definiciones comienza a agotarse en el escenario político. Aunque todos los actores intenten prolongar la incertidumbre hasta el cierre de las listas.
El análisis político se ha transformado en la descripción de una mesa de tahúres que exhiben sus fichas construidas con humo de encuestas. Una descripción que adolece del dato relevante: la decisión de los votantes, todavía incierta, indefinida, o más bien oculta.
Los sondeos de opinión no parecen estar registrando todavía el efecto corrosivo que tiene sobre los ciudadanos la obscenidad manifiesta del transfuguismo político. En medio de una crisis económica, los dirigentes que se muestran como veletas gimoteantes -sin otra decisión firme que la promesa de una decisión firme- están siendo sometidos por el electorado a un escrutinio silencioso, pero inapelable.
El caso de Alberto Fernández ya ha sido medido, con un resultado tan previsible como contundente: es un candidato vicario. Massa tomó el riesgo de una licuación peor.
Aunque ahora Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey vean un horizonte más despejado para sus respectivas candidaturas, las vacilaciones de Massa han reforzado la polarización preexistente. La elección será entre Macri y Cristina.
De a poco, los analistas tendrán que salir del simplismo figurativo que los conduce a describir escenarios según los sellos de las agrupaciones políticas, y enfrentarse al fin con la realidad ineludible: hay sólo dos bloques políticos en colisión. Populistas y republicanos disputarán la conducción del país. Siglas y nombre son maquillaje.
Cristina Fernández siempre tuvo en claro ese antagonismo. Si alguien confundió su repliegue con un giro a la moderación, la ilusión duró poco. Sin ninguna deliberación colectiva, ejerciendo el mismo liderazgo personal con el cual puso un candidato títere a la presidencia, eligió para el distrito más populoso del país una fórmula que expresa sus convicciones irrenunciables.
Axel Kicillof y Verónica Magario competirán con su bendición en la provincia de Buenos Aires. En el altar de la obediencia claudicaron las ambiciones de los nuevos barones del conurbano. Que ya se imaginaban como herederos voraces del asalto a la fortaleza de María Eugenia Vidal.
Cruzando la calle, en el hemisferio adonde el agua gira en sentido opuesto, Mauricio Macri está ejerciendo una conducción no menos pertinaz, aunque con distinta gestualidad.
El radicalismo se ufanó exhibiendo una convención territorial y orgánica. No pudo escapar a su contradicción: discursos ambiciosos y decisiones minimalistas. Macri celebró la ratificación de Cambiemos. El nosiglismo se encabritó con la interpretación semántica. Enojos de sobremesa. La cena estaba concluida.
Menos esperable era la definición de Christine Lagarde. En un gesto más que inusual, deslizó lo que piensa sobre el presunto giro de Cristina hacia la moderación.
Simulaciones de campaña, sentenció la jefa del FMI.
Con el dólar quieto en continuado durante un mes, el riesgo que amenaza a Macri es el clima social que la extensa recesión económica le está dejando como el principal resultante.
Aunque Jaime Durán Barba haya sincerado en Brasil que Argentina votará en la polarización emocional entre la decepción y el miedo, Macri intentará movilizar el consumo con medidas en las que -como Cristina con su repliegue- no le hará asco al pragmatismo.
Relanzó el plan Ahora 12, una creación del marketing nac&pop. Y aguantó con paciencia apenas disimulada el paro general que le plantó el sindicalismo en campaña.
Desde el gabinete económico, le apuntaron que, pese a la huelga, los grandes gremios vienen cerrando sus paritarias y eso implicará en el corto plazo una inyección de recursos para el consumo en un mercado desértico.
La estrategias discursivas de Macri y Cristina se asemejan. Se imaginan sentados sobre la exacta línea del Ecuador. Mostrándose como líderes impasibles en aguas que no se mueven.
Ambos saben que esa ilusión no existe. Que el país resolverá sumergirse de regreso en el torbellino del populismo. O decidirá conservar el rumbo y aguantar hasta ver la luz, al final del remolino del ajuste económico. Donde todavía resiste, con una persistencia inédita, la incipiente opción republicana.