La situación se ha extendido tanto en el tiempo que ha pasado a ser algo obvio: la dirigencia sindical -salvo honrosas excepciones- ha logrado encontrar los resortes necesarios que le permiten eternizarse en el poder.
Convocan regularmente a elecciones para la renovación de las comisiones directivas, pero los comicios son tan amañados que a las listas opositoras les resulta difícil participar. Es más, si por cualquier aspecto “no previsto” la conducción llega a perder el gremio, proceden a ocupar sus instalaciones y plantear ante la Justicia una nueva convocatoria a elecciones, como ha ocurrido también en Mendoza.
El sindicalismo tuvo un protagonismo excepcional en la política argentina mientras Juan Perón estuvo vivo. El líder justicialista calificó al gremialismo como la “columna vertebral” del movimiento y, con su apoyo, logró mantener el poder primero y retornar exitosamente a la política después de años de proscripción. El propio Perón no perdió oportunidad para demostrar el reconocimiento a ese apoyo, tanto en los hechos como en sus discursos, como sucedió con aquel acto en la Plaza de Mayo, cuando se manifestó a favor del sindicalismo y en contra de la posición más radicalizada de los jóvenes.
Con la muerte de Perón, muchos pensaron que el poder del sindicalismo ingresaría en un tobogán. No fue así. Los sindicalistas supieron mantener aceitadamente el poder de convocatoria y de movilización y hasta se movieron con inteligencia, conformando una CGT confrontativa y otra dialoguista, que se unieron inmediatamente después de que el proceso militar convocara a elecciones. La dirigencia sindical había sobrevivido y se posicionó como el ariete principal de la campaña justicialista en las elecciones de 1983.
El retorno a la democracia le resultó difícil. Alfonsín, aprovechando la debilidad del sindicalismo por la derrota electoral del justicialismo y por la denuncia de un pacto militar-sindical, impulsó una ley de reordenamiento sindical (también llamada ley Mucci, por el apellido de su ministro de Trabajo), que impulsaba la democratización total del gremialismo, partiendo de elecciones en los lugares de trabajo, para continuar luego en la provincia y terminando en las federaciones.
También contemplaba la participación de las minorías en la conducción y el control de la Justicia Electoral en las elecciones internas de los gremios. La iniciativa de Alfonsín fue aprobada en Diputados y rechazada por sólo dos votos de diferencia (24 a 22) en el Senado.
Fue ése el último intento serio por modificar una ley de asociaciones gremiales que ha permitido la eternización de dirigentes en el poder, como sucede con Ramón Baldassini, con 38 años al frente del gremio de los telefónicos; Luis Barrionuevo, con 37 en Gastronómicos; Armando Cavallieri, con 30 en Comercio y Hugo Moyano, con 28 en Camioneros, por señalar sólo algunos casos, aspectos que los ubican como un claro ejemplo de eternización en el poder.
La dirigencia política, impulsada por la propia ciudadanía, ha aceptado el rechazo a las re-reelecciones en los cargos públicos, en la necesidad de mantener la renovación en la gestión. Resultaría oportuno que una decisión similar se traslade también hacia las conducciones sindicales, y este año “no electoral” podría resultar oportuno para iniciar conversaciones sobre el tema.