Ahora que estoy por cumplir 80 años, los recuerdos de mi infancia en Luján de Cuyo son muchos y variados, desde las calles de tierra y las travesuras con los amigos de entonces hasta mis primeras incursiones a la montaña, una actividad deportiva que me marcó para toda la vida.
El hogar paterno (formado por mi papá Felipe y mamá Lucía Cirrincione) se ubicaba en la calle Balcarce al 114, vereda norte, una cuadra tradicionalmente ocupada por los Vitale por entonces. Papá, inmigrante oriundo de Lercara Friddi, municipio de la provincia de Palermo (Sicilia), laburó de todo cuando vino a Mendoza, hasta llegó a vender mandarinas en las canchas. Cuando se asentó logró fundar su primer negocio de bicicletería, en el que trabajamos siendo pibes mi hermano Esteban ('Fano') y yo, pero no así mi hermana Ana, quien cursó en la Escuela del Magisterio.
El comercio fue creciendo por la inserción que tenía entre la gente y las facilidades de pago que se daban para vender. El paso de tiempo y el desarrollo comercial nos permitió construir un local sobre avenida San Martín, donde en la actualidad funciona una conocida casa de electrodomésticos.
Ese edificio lo canjeamos por el local del ex Banco BUCI, construido por la firma lujanina Manuel Sánchez e Hijos. La dirección era San Martín 382. Muchas familias del medio compraron heladeras, lavarropas, bicicletas y otros artículos en ese establecimiento, tan tradicional como lo fue la firma Lourenzo González Arruti. En ese lugar completamos 63 años de vida comercial.
Mi escuela primaria, como la de tantos lujaninos, fue la Comandante Saturnino Torres, que estaba en la esquina opuesta a su actual ubicación. ¡Qué inviernos aquellos! Mi mamá Lucía nos mandaba a clase con un braserito para calentarnos... Cómo olvidar a su eterna directora, Beatriz Fernández Lettry, y a las docentes de aquellos días, algunas hijas del boticario Humberto Vera.
Para ir al Centro tomábamos los micros de la CITA (que después fue TAC) en la esquina de Santa María de Oro y Balcarce. Uno de los choferes, don Puebla, era toda una personalidad al volante. Enfrente de la parada funcionaba la biblioteca popular Juan Bautista Alberdi. De ese ambiente de lectura tengo la memoria del aroma de los libros y del piso de pinotea. El servicio era atendido por Carlos Abella, mi maestro de quinto grado.
También es la época de diversiones infantiles con mis primos Lalo (Antonio Roberto) y Pepe (Salvador José) Biondolillo en la casa patronal de la finca de Ángel Furlotti, donde era administrador mi tío Antonio Biondolillo. Es el lugar donde hoy funciona el Museo Regional Americanista (Sáenz Peña al 1000).
Otra andanza era ir a melescar (comer la uva que quedaba tras la cosecha) en la gran finca que se ubicaba frente a la ex estación de trenes, en tierras que por estos días ocupa el barrio Urquiza, al norte de la calle Azcuénaga.
Todo por 2 pesos
Los domingos recibía el regalo paterno de 2 pesos, suficientes para comprar figuritas en un kiosco y asistir a la función de uno de los dos cines de aquella época: Colón y Argentino. Pero en ocasiones la entrada era gratis porque los dueños nos permitían el ingreso libre a cambio de un pequeño “trabajito”: llevar el rollo de película de un establecimiento al otro, porque separados por menos de 200 metros.
Los negocios de un Luján pueblerino y antiguo eran pocos: las tres farmacias (Del Pueblo, Del Carmen y Morel, esta última en Mayor Drummond); la fiambrería de Pilot, casa Eduardo P. Quiroga, el bar Italia (que antes fue hotel) y la leche que provenía del tambo de los Sigona.
Las gaseosas que se consumían eran las que elaboraban los Cucchi y los hermanos De Marchi. Otra curiosidad de los tiempos de la niñez fue haber asistido, en brazos de mis padres, a la inauguración del primer edificio de propiedad horizontal (3 pisos) en Paso de los Andes y Colombres, que data de los años ‘40. Entre los médicos me acuerdo de Ramón H. Lemos y de la partera Pierina Brondo.
Asimismo tengo presente cuando construyeron el canal San Martín por la calle Lamadrid y su continuación 9 de Julio, obra que realizó la empresa Siemens Bauunion, importante para el regadío de campos cultivados, pero que significó para los pibes perder en el verano un ámbito de juego y zambullidas en un cauce más chico que había en la zona, donde pasamos infinidad de siestas.
"Pichón" de andinista
Un poco después se plantearon situaciones que podríamos señalar como antecedentes de una vida de más de 60 años en los deportes invernales y las ascensiones: siendo muy chico y en ocasión de una nevada copiosa como pocas, tuve oportunidad de deslizarme en unos artesanales y rústicos esquíes por las calles del pueblo “remolcado” por el perro ovejero de ‘Chiche’ Boschi, recordado corredor de moto que se mató en una carrera de autos en la época dorada del TC en ruta, en la década del ‘60.
En otra ocasión, y para unas reformas en la iglesia departamental, con Carlitos Wengorra nos trepamos, con cierto riesgo, a los andamios de los obreros y salimos al techo de la parroquia
Con 10 u 11 años, aprovechando un viaje de mis padres a los baños termales de La Vigorosa, en el distrito de 25 de Mayo (San Rafael), intenté ascender un cerrito que tenía la forma de San Martín ya maduro, sin lograrlo. Mi primera incursión formal al terreno fue un poco más grande al cerro De las Cabras, en Potrerillos, junto a Félix Aguinaga y Elio Cuzi. Después vino la etapa del Club Andinista Mendoza (CAM) y todo lo que aprendí de los grandes montañeses de esa época.
En los años ‘50 se define mi predilección por la escalada, con salidas a Vallecitos y otros lugares. Otros muchachos se inclinaron por el rugby a través del club Peumayén.
Cuando hice el servicio militar (1958) ya estaba “marcado” por mi condición de andinista y me destinaron a la Compañía de Esquiadores “Teniente Primero Ibáñez”, en Puente del Inca, al punto que ayudé a rescatar a un militar chileno que murió cerca de la cumbre del Aconcagua.
Pero mi interés por Luján y sus habitantes siempre estuvo presente, no obstante mi peregrinar por desoladas cordilleras del mundo. El incendio de una casa en calle Alvear (de la familia de Pedro Díaz) me concientizó en la necesidad de crear un cuerpo voluntario de bomberos, entidad que formamos en 1968 con Isaac Rubén Frenck, que fue el primer servidor del flamante y sencillo cuartel.
Ese eslabón de servicio persiste por las comisiones directivas que sostuvieron la entidad en este casi medio siglo de labor. También participé de la Cámara de Industria y Producción y formé parte del núcleo de empresarios que dio vida a la Cooperativa Vitivinícola de Luján.
Nunca me olvidé de mi terruño y siempre le dediqué las expediciones a las grandes alturas de las que participé.