Buena parte de nuestros chicos y jóvenes saben leer pero no muestran una gran predisposición a frecuentar libros y otras fuentes de comunicación en papel, cuando en cambio sí tienen una inclinación muy fuerte a utilizar en forma permanente dispositivos digitales.
Esta situación determina que muchos de ellos, al acceder a estudios universitarios (los que pueden y ése es otro problema que no trataremos ahora), tienen grandes dificultades porque está comprobado que no saben leer textos y mucho menos procesarlos.
Estudiosos de la problemática señalan que esa situación incide en la alta tasa de deserción en ese nivel de la educación.
No consideramos sólo ese factor de no frecuentar la lectura como un condicionante para estudiar, sino también como una limitación en otros aspectos de la vida, inclusive para conseguir un buen empleo y progresar en él.
Lo lamentable es que no pocos integrantes de las capas juveniles de la sociedad, que estén alrededor de los 15 ó 16 años, consideran que leer es una tarea inútil y no se separan de tus celulares o pantallas digitales para comunicarse e informarse.
Como sostiene uno de los brillantes intelectuales argentinos, Guillermo Jaim Etcheverry, cuyos artículos alguna vez el lector ha leído en este matutino, el libro no es el pasado, y reconoce que las pantallas digitales son útiles aunque muchas veces en ellas “se leen estupideces” y en consecuencia los que toman sólo ese material “se van a formar estúpidos ya que la herramienta no concede inteligencia”.
Entonces, hay que insistir en la necesidad de la lectura, especialmente en el hogar, y en época de vacaciones y el estío, cuando además de las diversiones, los paseos, las tardes de pileta, los niños y adolescentes, tendrían que ser convocados a leer, aunque más no sea durante algunos minutos por día. O como decía aquel antiguo aviso de una empresa de platería para promocionar el acto de leer: “Tenemos millones de adultos iletrados en América. No tendríamos ni siquiera uno si cada cual se hubiera servido de la lectura en su dieta de todas las noches. No engorda pero enriquece. No cuesta un centavo”.
En ese cometido deben terciar los padres y abuelos, tal vez muchos formados en una realidad distinta a la actual y con una predisposición a una materia que en la escuela se llamaba “Lectura”, que era sencilla y de ciertamente probada eficiencia.
También en la misma incumbencia destacamos la labor de las bibliotecas populares, abiertas todo el verano en los pueblos, para entregar a noveles usuarios el contenido de sus estanterías, ricas en historias, relatos, ejemplos de vida, diversas narraciones y la geografía del mundo.
No pretendemos que todos esos potenciales lectores sean como el chico Emmanuel Recabarren, de 10 años, quien lee mucho y ya ha escrito su primer libro -“La otra parte del plan”- con una temática ambiental, cuento que ha publicado nada menos que el Congreso de la Nación, como resultado de un concurso nacional. Pero, sí sugerimos que más pibes recorran, aunque más no sea de vez en cuando, los renglones de obras que los harán ingresar al mundo de la memoria, la imaginación, los conocimientos, como lo pedía alguien que conocía del tema: Jorge Luis Borges