Una carrera exitosa que cuando llegó al punto cúlmine se derrumbó de tal manera que su nombre quedará ligado al de los fracasos políticos más importantes de la Argentina. Fernando de la Rúa falleció a los 81 años en la Capital Federal, por una insuficiencia cardíaca y renal, sin que su figura pública pudiese recuperarse de su fallida gestión como presidente de la Nación entre diciembre de 1999 y diciembre de 2001.
La imagen del De la Rúa timorato, dubitativo, irresoluto, sin respuesta a una crisis de gestión ha quedado más instalada de la que aquel abogado cordobés que se destacó como estudiante, como profesional y que comenzó de muy joven una trayectoria política que lo fue depositando en los más diversos, incluido al más alto sitial que se puede aspirar.
Los suyos le destacan por estas horas los atributos de honrado, riguroso, meticuloso y estudioso de los asuntos públicos que le destacan sus seguidores quedaron opacados por lo desconfiado, timorato, falto de carácter que le atribuyen quienes se desempeñaron con él en su fallida gestión presidencial.
"Dicen que soy aburrido", fue una de las frases con las que empezaba los avisos de aquella campaña de 1999 contra el justicialismo. Era la manera que encontraron los publicistas de revertir uno de los rasgos más difundidos de su personalidad.
Los trágicos sucesos que desembocaron en su caída como jefe del Estado se proyectan como una sombra al momento de comenzar con las evocaciones de despedida del político radical.
Joven brillante
Nació un 15 de septiembre de 1937 en el barrio de Nueva Córdoba, cuando esa zona de la ciudad de Córdoba era residencial de familias de clase media acomodada. Su padre, Antonio De la Rúa Catani era abogado y adhería al radicalismo, al igual que su madre Eleonora Felisa Bruno, en épocas en las que gobernaba Amadeo Sabattini.
Fernando como estudiante fue brillante. De la Rúa egresó con honores del Liceo Militar General Paz y en apenas tres años se recibió de abogado en la Universidad Nacional de Córdoba. Se doctoró en Derecho y tuvo destacada labor como docente tanto en la UNC como en la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Su carrera política también fue prematura. Colaboró con la gestión del gobernador Justo Paez Molina, a quien recordaba siempre por la austeridad y la ética en la gestión pública. Y en 1963, Juan Palmero, ministro del Interior de Arturo Illia, se lo llevó a Buenos Aires para formar parte del Gobierno nacional. Con 26 años, era uno de los más jóvenes funcionarios de aquella gestión radical y de ahí le quedó el apodo “Chupete”.
Después del golpe de Juan Carlos Onganía volvió a su estudio de abogado pero ya se radicó en la Capital Federal. Se enroló en el sector más conservador del radicalismo, que tenía a Ricardo Balbín como principal referente.
El conservadurismo fue un sello distinto de su inclinación política.
Carrera ascendente
La primera elección que ganó fue en 1973 y tuvo un alto valor simbólico. En pleno efervescencia del peronismo que volvía de la proscripción y arrasaba en todo el país con porcentajes que superaban el 50 por ciento, De la Rúa se impuso como senador nacional por Capital Federal ante el justicialista Marcelo Sánchez Sorondo, en la elección que fue consagrado Héctor Cámpora como presidente.
Aquel resultado le valió ser el compañero de fórmula de Balbín en septiembre de aquel 1973 cuando volvió Juan Domingo Perón. La fórmula radical fue aplastada en las urnas pero De la Rúa mantuvo su banca de senador.
Durante la dictadura, se desempeñó como abogado de grandes compañías, viajó mucho al exterior y mantuvo sus contactos con el radicalismo balbinista.
Sin Balbín en el regreso de la democracia, De la Rúa quedó como el máximo referente del sector llamado Línea Nacional, el ala conservadora del radicalismo que se enfrentaba internamente al progresista Renovación y Cambio de Raúl Alfonsín.
Alfonsín y De la Rúa fueron una interna para dirimir la candidatura presidencial de la UCR pero apenas se comenzó a votar en los primeros distritos, el cordobés radicado en Buenos Aires levantó la postulación y aceptó ser nuevamente senador nacional.
En su banca, tuvo una activa participación y llegó a tener leyes que se conocieron por su nombre como la referida a la violencia en el deporte.
También mostró en su tarea legislativa su fuerte componente conservador, como por ejemplo cuando fue uno de los que rechazó la ley de divorcio en los albores de la recuperación democrática.
En 1989, volvió a ganar la elección como senador pero una sumatoria de votos entre el PJ y la Ucedé le arrebató el cargo. Regresó al Congreso dos años después como diputado nacional por la Capital Federal y en pleno menemismo, arrasó en la elección de senador de 1993 contra el menemista Avelino Porto.
Fue un tenaz opositor interno a Alfonsín, en especial cuando el expresidente rubricó con Menem el pacto de Olivos para la reforma constitucional.
De aquella reforma surgió la elección ciudadana del jefe de Gobierno porteño, que hasta ahí lo designaba el presidente. De la Rúa fue el primer alcalde de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por voto popular, en los comicios de 1996 que ganó por amplio margen.
Tuvo una gestión con muchos avances en materia de infraestructura, espacios públicos y transporte y signada por elementos muy conservadores en lo social.
El ascenso
Esa gestión porteña lo terminó posicionando en un lugar expectable en el radicalismo, que no encontraba liderazgos después de la caída de Alfonsín.
La UCR seguía siendo un partido de mucha inserción territorial pero aparecía como principal fuerza opositora el Frepaso de Carlos "Chacho" Álvarez y José Octavio Bordón.
Para ganarle al peronismo, después de 10 años de menemismo, las dos agrupaciones opositores crearon la Alianza, que volvió a sentar en la misma mesa a De la Rúa y Alfonsín.
El jefe de Gobierno porteño aparecía como el radical mejor posicionado y enfrentó en internas abiertas al Frepaso, que decidió no poner a “Chacho” Álvarez que era como la estrella política del momento y postular a Graciela Fernández Meijide.
El radicalismo hizo pesar su presencia en todos el país, contra un Frepaso que era más un fenómeno de las grandes urbes. Y quedó así la fórmula De la Rúa-Álvarez.
La caída abrupta
La victoria de la Alianza fue arrolladora, con más de 10 puntos de ventaja contra el justicialista Eduardo Duhalde y casi 30 del exministro de Economía Domingo Cavallo.
De la Rúa representaba la antitesís de Menem desde lo estético. Parco, serio, formal. Pero en su pensamiento político no ofrecía tales distancias y de hecho planteó tanto en la campaña como en los primeros pasos de gestión una especie de continuidad de la gestión anterior con más institucionalidad y prolijidad.
El mantenimiento de la convertibilidad, el sistema ideado por Cavallo de que el peso valiese igual que al dólar y que estaba provocando estragos en la economía, fue una de las claves que precipitó su caída.
Pero el primer elemento llegó de la política y no de la economía. Las sospechas sobre un supuesto pago de coimas para aprobar la reforma laboral que exigían los organismos de crédito implicó la renuncia de Álvarez como vicepresidente y el quiebre de la alianza como coalición de gobierno.
De la Rúa buscó respuestas en el radicalismo más vinculado con el pensamiento ortodoxo en lo económico e intentó aplicar un fuerte ajuste para el cual carecía ya de aquel fenomenal consenso social que los había depositado hacía muy poco tiempo como presidente.
Esas medidas de ajuste, en especial las vinculadas a la presión impositiva, impactaron fuerte en el electorado que había acompañado a la Alianza y en la primera elección de medio término, en octubre de 2001, la coalición gobernante perdió en casi todos los distritos a manos del justicialismo.
Antes, habían pasado ya dos ministros de Economía que fracasaron en sus intentos de achicar gastos y buscar financiamiento externo para paliar la delicada situación de las finanzas.
Acorralado, sin respaldo ciudadano y escasos consensos políticos, De la Rúa decidió llamar al "padre" de la Convertibilidad para que terminase con el sistema de paridad cambiaria.
La llegada de Cavallo al gabinete aliancista aceleró la crisis. Los recortes en jubilaciones y la implementación del corralito, que impedía sacar depósitos de los bancos, desató una ola de indignación en los sectores medios mientras la población de menos recursos hacía rato venía sufriendo las secuelas de una recesión que llevaba años, con un desempleo que estaba cerca del 20 por ciento de la población económicamente activa.
La imagen pública de De la Rúa se deterioraba con apariciones públicas en las que se lo veía desconectado de la realidad y con expresiones que poco tenían que ver con la situación que vivía el país. Quienes participaron de aquella gestión cuentan que la crisis aceleró uno de los rasgos de la personalidad de De la Rúa que era la desconfianza y eso generó una especie de parálisis del gobierno.
El sector más joven del gabinete, que lideraba Antonio, el hijo de De la Rúa, y al que se lo conocía peyorativamente como el grupo Sushi, le restó mucho más de lo que le aportó.
En diciembre de 2001, se comenzó a desatar una ola de protestas violentas en distintos puntos del país, que tuvieron como corolario una seguidilla de saqueos y manifestaciones el 19 y 20 de aquel mes, que derivaron en la declaración del estado de sitio y en una multitudinaria protesta nocturna en todo el país.
Los intentos por acordar con el peronismo naufragaron y con decenas de muertos en las calles de Buenos Aires por la represión en medio del estado de sitio, De la Rúa dejó su cargo.
“Hice todos los esfuerzos; convoqué a la unidad nacional y no fui escuchado”, les dijo a los suyos antes de grabar el discurso de dimisión y de tomar el helicóptero que lo llevó por última vez de la Casa Rosada a Olivos.
“Confío en que mi decisión colaborará a la paz social y a la continuidad institucional de la República”, dijo en su escueto mensaje.
Tiempo después, culpó directamente al peronismo y a sectores del radicalismo de haberlo derrocado a través de un golpe de Estado institucional.
Logró ser sobreseído en varias causas judiciales que se le abrieron después de sus dos años de mandato, en especial la de los 25 muertos del 19 de diciembre.
Nunca más volvió a la política activa. Estaba casado con Inés Pertiné, tenía tres hijos y era hincha de Boca.